“El verdadero padecer, el verdadero infierno de una vida humana está allí donde se separan dos épocas, dos culturas o dos religiones… Hay momentos en que toda una generación cae entre dos estilos de vida, y toda evidencia, toda moral, toda salvación e inocencia está perdida para él”. Harry Haller en El Lobo Estepario. (Hesse, 1979, 674).
Para hablar de una nueva época en la historia de la humanidad se requiere de un gran descubrimiento o de un invento, que ocurra una revolución o suceda una ruptura significativa. El descubrimiento de América en 1492 suscribe la partida de nacimiento de la Edad Moderna y la Revolución Francesa sella en 1789 el comienzo de la Era Contemporánea. La revolución industrial que sigue al invento de la máquina de vapor en el siglo XVIII conlleva el surgimiento del capitalismo y marca el paso de la sociedad rural a la sociedad urbana.
La era de la globalización nace con la conquista del espacio (1969), la invención de Internet (ARPANET, 1969); la crisis del petróleo (1973) da paso a la imposición del neoliberalismo como doctrina económica dominante; la revolución tecnológica marca el paso de lo análogo al universo digital.
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Estos elementos marcan una ruptura histórica que significa el acceso inmediato a la información, abren las puertas de la aldea global y señalan las fronteras de la nueva época, que tiene como núcleo la globalización.
Como sucede pocas veces en la historia universal, nos corresponde ser actores y testigos de un cambio de época. Vivimos la transición entre el estilo de vida de la llamada edad contemporánea y la era de la globalización, con sus nuevos paradigmas, su nueva moral y sus nuevas instituciones.
A cambio de los adelantos tecnológicos y de la incorporación de la dimensión digital a la vida cotidiana, se nos despojó del Estado de bienestar, renunciamos a la intimidad como patrimonio exclusivo e irrevocable del individuo y a la seguridad de una vida programada dentro de los límites de la economía del trabajo.
Hoy no existen certezas. Lo único permanente es el estado generalizado de crisis: crisis moral, crisis económica, crisis social, crisis política, crisis educativa, crisis de la justicia, crisis de legitimidad de las instituciones, desconfianza en la política. El pragmatismo y su hermano gemelo, el relativismo ético-moral, son las coordenadas de una carrera incierta cuyo desenlace aún no se prevé. La era de la globalización es, también, la de la incertidumbre. Para algunos, quizás sea la del desencanto. Todos los pedestales sobre los cuales se construyó la cultura dominante caen a su debido tiempo. En este marco, por ejemplo, es posible entender la renuncia de un Papa, hecho inusual en la historia, o la abdicación de un rey. Hoy en día, ni los Papas son infalibles ni los reyes son eternos. Vivimos en el reino de lo efímero.