La historia demuestra que el ser humano es proclive a la maldad. Por eso el miedo es el argumento principal de la religión.
“El joven conoce las reglas, el viejo las excepciones”. Oliver Wendell Holmes.
“El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”. Juan Jacobo Rousseau. El Contrato social. (1762).
“El hombre es lobo para el hombre”. Frase célebre de Plauto en la obra dramática Asinaria, retomada por Thomas Hobbes en El Leviatán (1651) para respaldar su tesis de que el estado natural del hombre es la lucha constante contra el prójimo.
“El fin justifica los medios”. Expresión atribuida a Nicolás Maquiavelo en El Príncipe. (1532).
Cuatro frases famosas, por las que hemos transitado a lo largo de la vida, que para cada uno pueden tener su propia explicación.
En síntesis, no todos los seres humanos son tan buenos como lo pinta Rousseau ni tan malos como lo describe Hobbes, aunque la historia de la humanidad es un recorrido por la saga violenta y la perversidad del ser humano.
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Si del hombre dependiera, hace años nos habríamos matado entre todos. No es la civilización, sino la ética y el derecho los que logran encauzar un poco los comportamientos humanos, porque el individuo –en general- teme (temía) a la sanción penal o al reproche moral. La sanción penal depende de la fortaleza de la autoridad del Estado y el reproche moral, de la cohesión e integridad de la sociedad. Si alguno falla, deviene el caos.
El ser humano está dotado de razón y de capacidad de decidir (libre albeldrío) para saber qué es lo bueno y qué es lo malo para él y para los demás. En muchos casos, esta no es una causal de atenuación sino de agravación. Quizás el problema reside, entonces, en quién maneja la balanza de la justicia, o lo que es lo mismo: las cosas son buenas o malas dependiendo de quién juzgue y a quien se juzgue.
¿Y qué hace la sociedad? ¿La sociedad influye o determina el destino de las personas? Las personas son historia. Seres atados a un tiempo y a un lugar, que marca, que exige, que sugiere, que deja hacer o que interfiere.
La historia demuestra que el ser humano es proclive a la maldad. Por eso el miedo es el argumento principal de la religión. La religión católica se funda sobre la teoría del pecado original y erige en símbolo de la afinidad por el mal no solo a la saludable manzana sino también a la quijada con la que Caín da muerte a su hermano Abel. El pecado original y el fratricidio son el acta de nacimiento de una religión que promete la felicidad, pero en el más allá.
goísmo, envidia, vanidad, soberbia, indiferencia, son los soldados de una batalla diaria en la conciencia de los seres humanos. Al frente, los valores proclamados en los textos de buenas intenciones que recoge la Declaración de los Derechos Humanos: dignidad de la vida, solidaridad, trabajo honrado y respeto. Una batalla desigual.
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Para Ulpiano, las normas tienen tres principios: vivir honestamente, no dañar a los demás, dar a cada uno lo suyo. Basta repasar diariamente los titulares de los medios de comunicación para comprobar que no ocurre así.
Pese a la certeza y dureza de estas reflexiones, creo en las personas y en la buena fe, lo mismo en la imposibilidad de vivir sin normas. Otra cosa es comprobar que no todas las normas son justas y que tampoco son eficaces. Quizás necesitemos otro contrato social.