Que las autoridades investiguen, pero mientras tanto, que la opinión pública reflexione.
A la Procuraduría remitió el presidente del Concejo de Medellín la queja por la cachetada del concejal Santiago Jaramillo al periodista de Telemedellín Manuel Gallego. Varios videos, testimonios y el pronunciamiento del gerente del canal hacen parte de los elementos que tendrá que evaluar el ministerio público para determinar si hubo alguna falta disciplinaria y el alcance de esas actuaciones. Está bien que así sea, que los organismos de control adelanten las investigaciones del caso y establezcan las conductas y responsabilidades a que haya lugar y, si es del caso, determinen las sanciones o correctivos que quepan; que las autoridades investiguen, pero mientras tanto, que la opinión pública reflexione.
En defensa del concejal se ha dicho que se trata de una persona enferma cuyas capacidades mentales y anímicas merecen más la compasión que la crítica. Flaco favor a la imagen del ser humano pero también de la institucionalidad. Obliga la pregunta sobre si está en capacidad de tomar decisiones trascendentales para la ciudad, hacer control político y constituirse como ejemplo de comportamiento, como deberían ser los dirigentes. Compasión con el ser humano sí, preocupación frente al destino de sus actos que nos involucran a todos. ¿Cuántas de sus decisiones han sido tomadas en condiciones que no podríamos considerar óptimas?, ¿cuántos concejales deciden en circunstancias similares nuestros asuntos públicos?, se vuelven preguntas obligadas.
También se hizo recurrente la pregunta de ¿cómo llegó Santiago Jaramillo Botero al concejo? Hizo parte de la lista cerrada del Centro Democrático que obtuvo la mayor votación y en consecuencia el mayor número de curules, con 133,280 sufragios. El partido del presidente que hizo célebre la frase callejera de “si lo veo en la calle le doy en la cara…” salió rápidamente a desautorizar al concejal ante los bochornosos hechos de una sesión previa en la que irrespetó al alcalde de Medellín, otrora correligionario declarado, y al también concejal Bernardo Guerra. El mismo partido que suspendió sin un debido proceso a Jaramillo y le encargó a su familia que se ocupe de su salud mental, lo ubicó tercero en su lista para el concejo hace dos años y se deshizo en elogios frente a sus capacidades técnicas y humanas.
Los electores votaron por una lista cerrada que representa una visión del país, sin conocer a todos sus integrantes, pero muchos lo hicieron por él, porque representa unos valores y una manera de relacionarse con el mundo. En esa manera, por ejemplo, perdieron peso sus denuncias contra su colega de corporación porque nos quedamos en el desvarío y porque nadie le reclamó a Guerra Hoyos una explicación. Otra vez la forma le ganó al fondo y no supimos qué tanta razón podría tener en el desatinado tono el joven concejal Jaramillo. No se ocuparon de eso sus compañeros de concejo, que tienen que hacer control político no solo a la administración, y parece que tampoco los organismos de control ni los periodistas, cuya independencia y distancia con las fuentes es un mandato que no se debe negociar.
Es esa condición ética la que se pone en duda cuando trata de reducirse a anécdota la agresión contra Manuel Gallego, un joven colega que ha demostrado un comportamiento sereno y mesurado en este caso, y en su ejercicio cotidiano. Su talante personal y su condición profesional le recomendaron alejarse de la baraúnda mediática que suscitaba el momento, en un silencio que muchos malinterpretaron. Incluso algunos niegan aún que haya habido agresión y reducen el episodio a un “saludo” que solo es entendible en espacios de amistad y cercanía, inexistentes entre el periodista y la fuente, entre Manuel y el concejal.
En una ciudad del tamaño de la nuestra es posible que un amigo se convierta en fuente, pero será necesario entonces que se separen los espacios para no generar dudas ni confusión, para no viciar el rol ni el trabajo de ninguno de los dos. Pero ocurre también que se confunden el respeto, la amabilidad y el buen trato con amistad, en detrimento de la calidad de la información.
Y como además de ser hay que parecer, esa distancia o la falta de ella es más notoria y se hace más necesaria entre los políticos, la administración y los periodistas de un canal público. Reporteros y fuentes deben entender y dejar ver que aquellos no son funcionarios de éstos y que la democracia reclama de un ejercicio equilibrado de ambos para poderse fortalecer. Más que una expresión de solidaridad gremial, una actitud de combate o una persecución personal, debemos ver en este episodio una ocasión para pensar nuestro papel y obrar en consecuencia.
@HenryHoracio