Una de las más dañinas herencias culturales de la tradición Judeocristiana es la que tiene que ver con la ausencia de responsabilidad. Muchas personas asumen que todo lo que hacen y todo lo que les sucede son productos de la voluntad de Dios. Siempre resignan sus deseos, sus sueños, sus pecados, en una instancia externa, lejana, que es la que premia o da perdón. “Si Dios quiere” es el estribillo.

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Hay pensadores que se hacen la misma reflexión con relación a la lógica de la construcción del Estado, pues se acepta que es una autoridad superior la dueña de la ley y ella castiga e impone su peso cuando esa ley es transgredida. Siempre el afuera.

Una sociedad ideal sería aquella en la que los individuos son simplemente responsables de sus actos, los asumen y actúan en consecuencia. Pero esto es, desde luego, una fantasía.

Mire nada más lo que está ocurriendo con el paro nacional.  Mientras el señor Duque y sus corifeos ven en él a una conspiración internacional o el actuar siniestro de un enemigo político, las gentes que se movilizan ven en el paro la única alternativa que les queda para defender sus derechos.

El señor Duque y sus amigos buscan las causas del paro en el afuera, son incapaces de mirarse a sí mismos, de ver las perversidades de la inequidad, no entienden el concepto de injusticia, se burlan de las necesidades de las gentes.

La pregunta es: ¿Por qué piensan así?, ¿qué les hace creer en lo que creen?

El profesor francés Jean D’Ormesson acuñó la palabra “ineptocracia” para definir a esos sistemas de gobierno en los que los menos preparados para gobernar son elegidos por los menos preparados para elegir. Ya los casos abundan, el señor Duque es nuestro karma, pero muchos países tienen el suyo. Trump, Bolsonaro, Ortega, Maduro, Duterte…

Hay quienes van más lejos y dicen que D’Omersson realmente se inspiró en la teoría del italiano Carlo Cipolla quien en su texto El poder de la estupidez sostiene que el fenómeno ya es pandemia.

Si, estupidez puede ser uno de los diagnósticos.

Pero como la política es dinámica, es necesario pensar en el hecho absurdo de que el señor Duque llegó al poder por interpuesta persona. Está probada la sujeción de aquel a la voluntad de ésta, y entonces ingresamos en el terreno del fanático. Duque cumple los requisitos: “Psicológicamente, la persona fanática manifiesta una apasionada e incondicional adhesión a una causa, un entusiasmo desmedido y/o monomanía persistente hacia determinados temas, de modo obstinado, algunas veces hasta indiscriminado y violento”.

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La tercera y última opción es la mala fe manifiesta. Que, a la manera de un Tartufo, Duque esté prisionero de su ego y esté dispuesto a venderle el alma al diablo con tal de sostenerse en este cargo con el que jamás soñó y que ha decidido poner al servicio de su propio interés.

Pensándolo bien, el hombrecito reúne las tres condiciones. Se trata de un descubrimiento macabro, porque entonces no existen condiciones para diálogo alguno. Es impredecible lo que puede suceder.