Gracias al activismo incansable de valientes como Suzanne Labin, unos en el sector gubernamental, otros como ella desde la sociedad civil, sin mencionar los grandes disidentes rusos como Soljenitsyne y Bukovski, Europa occidental, en especial Francia e Italia, no cayeron durante la Guerra Fría en manos de Moscú.
“El comunismo hoy constituye el mal supremo. En cualquier lugar y bajo cualquier circunstancia que aparezcan sus tentáculos, todos los hombres que quieran salvar la civilización deben hacer frente contra él de inmediato y con alta prioridad. Si en algún lugar surgen abusos de otra naturaleza que deben ser corregidos, entonces puede ocurrir una de dos cosas: o bien, los resistentes auténticamente democráticos reúnen fuerzas suficientes para defender su causa ellos mismos, y si lo logran, serán bendecidos. O son incapaces de tal proeza (...) y entonces, peor para ellos, más les valdrá tomar con paciencia el mal que sufren en lugar de aliarse con el demonio comunista, cuya intervención engendraría un daño inmensamente más terrible. Si Somoza es derrocado por nosotros mismos, excelente. Si lo hace Fidel Castro, lloremos”.
La autora de esas proféticas líneas, escritas en junio de 1979, es la célebre ensayista y combatiente política francesa Suzanne Labin (1913 – 2001). Nacida en París (su nombre de soltera es Suzanne Andrée Devoyon), hizo estudios superiores en la Sorbona en química y física. Después ingresa a la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París y milita brevemente en la Juventud comunista. En 1937, rompe con el marxismo y denuncia los procesos de Moscú. En sus artículos fustiga el culto a la personalidad y la “divinización de Stalin”. Inspirada por las tesis del disidente Boris Souvarine expone las aberraciones y crímenes del comunismo.
Entre 1939 y 1940, la joven activista se dedica a reunir documentación sobre el régimen soviético. Termina siendo denunciada como espía por la portera del inmueble donde vive pero logra huir dos días antes de la entrada de las tropas alemanas a París, dejando sus bienes salvo sus dos maletas con la información reunida. Durante la Ocupación, ella hace parte, con su marido, Edouard Labin, de un grupo de resistencia gaullista (red del Musée de l'Homme). En 1941, a punto de ser arrestada por la milicia, huye con su esposo a España y luego a Argentina, donde culmina la redacción de su libro “Staline - le – Terrible. Panorama de la Russie soviétique”, el cual será publicado en 1948 en cinco idiomas con un prefacio de Arthur Koestler.
Finalizada la segunda guerra mundial regresa a Francia. Su notoriedad como luchadora anticomunista ya es internacional. Ella refuta el marxismo en todas sus formas y participa, en 1950, en el primer Congreso por la Libertad de la Cultura, reunido en Berlín. El 8 de marzo de 1950, Suzanne propone “crear un hogar de la cultura libre contra el obscurantismo estaliniano”. Entre las personalidades que están dispuestas a patrocinar ese comité figuran Albert Camus, René Char, Henri Frenay, André Gide, Ernest Hemingway, Sidney Hook, Arthur Koestler, Ignazio Silone y Richard Wright. Suzanne Labin declarará más tarde: “Todos los miembros del comité respondieron positivamente a nuestra propuesta. Ninguno formuló un desacuerdo. El proyecto no cristalizó por falta de financiamiento, no por divergencias ideológicas”.
En 1957, con artículos en la prensa y un libro, “Entretiens de Saint-Germain”, ella milita, con Maurice Schumann y Jules Romains y otros intelectuales, a favor de la prohibición del Partido Comunista francés. Ella explica cómo en una democracia es legítimo prohibir los partidos totalitarios. Por ese libro ella recibe el Premio de la Libertad, otorgado por un jurado integrado por distinguidos universitarios, periodistas e intelectuales de renombre como Ferdinand Alquié, Henri Brugmans, Georges Duhamel y Maurice Noel, entre otros. Frenéticos, los comunistas publican nueve artículos incendiarios en L’Humanité y en la prensa soviética contra el libro de Suzanne Labin.
Alarmada con lo que ocurre en China, ella hace, en 1959, un viaje para recopilar testimonios de víctimas del régimen de Mao Tse Tung, refugiados en Hong Kong y Macao. Ese será el tema de su libro “La condition humaine en Chine communiste”.
Desde 1959, ella visita los Estados Unidos. Dicta conferencias y se entrevista con personalidades políticas. Explica los detalles de la “guerra política” que dirige la URSS contra Europa. En 1960, ella denuncia la instalación de los soviéticos en Cuba. Los senadores demócratas James Eastland y Thomas J. Dodd, exfiscal en los juicios de Nuremberg, admiran su trabajo y hacen imprimir su famoso Informe de Londres en miles de copias, bajo el título La técnica de la propaganda soviética, donde describe las técnicas de la propaganda comunistas y sus infiltraciones en la prensa y en los sindicatos.
En un largo artículo muy documentado, sobre la economía soviética, publicado en The American Legion Magazine, en mayo de 1963, que sorprende por su precisión, elle concluye: “Hoy en día, incluso cuando se jacta de su dinamismo, la economía soviética sólo mantiene su actual nivel patético alimentándose como un gusano de los Estados esclavos de Europa del Este que Rusia tomó como botín de la Segunda Guerra Mundial. Al ver tales resultados nos quedamos atónitos al observar que en el mundo occidental hay tantas personas de mentalidad sana – fuera de las de mentalidad equivocada - que se supone están bien informadas, que todavía hablan del ‘desafío económico’ del comunismo al mundo libre. En realidad, la suposición de que la URSS podría alcanzar el nivel de Estados Unidos, o incluso el nivel de Europa Occidental en un futuro próximo, por cualquier medio que no sea la conquista o el parasitismo colonial, es simplemente delirante.”
En ese mismo año, el senador Dodd, en marzo, le rinde un vibrante homenaje a Suzanne Labin en el Senado y la califica como la “Juana de Arco de la Libertad”. El hace insertar en la memoria del Senado el excelente artículo del periodista y escritor Eugene Lyons, quien describe esa pequeña mujer rubia como “el opositor más dinámico, ubicuo y eficaz del comunismo en el mundo libre”. En ese texto, Lyons menciona las amenazas que ella recibe desde 1958 por su participación en lo que L’Humanité denunciaba como el “Código Civil Mollet-Lavin” y evoca el intento de secuestro que sufrió en Nueva Delhi cuando ella logra saltar de un auto que quería llevarla por la fuerza a la embajada soviética (1). El senador Dodd redacta más tarde el prefacio del folleto de ella “Embassies of subversión”. Dos años después, el subcomité del Senado distribuye de nuevo el texto The Techniques of soviet propaganda.
En julio de 1965, Suzanne Labin publica, en el Bulletin du Centre national d'information, n° 143, un artículo cuyo título es “¿Quién es el intervencionista en Santo Domingo?”. Este comienza así: “Cuando nos presentan la acción estadounidense en Santo Domingo como una intervención en los asuntos internos de un Estado soberano, recibimos la información equivocada. El intervencionismo encarnado, el intervencionismo universal, el intervencionismo sistemático de nuestro tiempo es el comunismo. Es Waldeck-Rochet en Francia, es Togliatti en Italia, es Castro en Cuba, es Mao Tse Tung y Brezhnev en todas partes.”
En otro párrafo ella precisa: “Abandonar Santo Domingo al comunista Juan Bosch so pretexto de que su cuerpo nació en Santo Domingo, mientras que toda su persona está condicionada por Moscú, es optar por el suicidio del mundo libre por amor al formalismo. Los guerrilleros vietcong, que exportan a Vietnam del Sur el despotismo que reina en el Norte, son más intervencionistas, más extranjeros, que los soldados americanos que corren a defender la independencia de un país del que partirán si tienen éxito”.
Su conocido libro “El drama de la democracia”, donde analiza el fenómeno totalitario y las otras corrientes antidemocráticas, será publicado en 1973, al mismo tiempo en Francia y Estados Unidos.
Incansable y obstinada, ella publicará cerca de 26 libros sobre diferentes aspectos del sistema comunista y de sus técnicas de influencia e infiltración. Un célebre gaullista y ex ministro de Justicia, Edmond Michelet, habló de ella como “nuestra magnífica y única Suzanne Labin”. En 1980, ella vuelve a escandalizar al “progresismo” de salón al publicar un artículo sobre Pinochet, “Ver el fascismo donde no está y no verlo donde está”, y un libro (“Chili: Le crime de resister”) y otro de apoyo a Israel en 1981 (“Israël. Le crime de vivre”).
En 1982, Suzanne Labin firma el manifiesto del Comité de Intelectuales por la Europa de Libertades, de Alain Ravennes que denuncia el totalitarismo soviético y juzga como “inadmisible” la presencia de ministros comunistas en el primer gobierno de François Mitterrand. Ese acto intensifica la operación de censura contra ella, en la que participan tanto socialistas como comunistas. Esa gente busca sacarla de la vida política e intelectual. Sus críticas vigorosas del socialismo marxista y de sus rebrotes -el terrorismo, el pacifismo y el tercermundismo-, son insoportables para sus enemigos. En 1985, ella se queda sin editor y es obligada a autofinanciar la impresión de sus libros, a pesar de que casi todos sus pronósticos, algunos de los cuales habían sido vertidos en su estudio sobre Stalin, habían sido confirmados por los hechos.
Como el rencor comunista es de gran bajeza, un periodista redacta, siete años después de la muerte de ella, una versión “antiimperialista” del proyecto de un comité por la cultura libre. En un libro intitulado “La CIA en France, 60 ans d'ingérence dans les affaires françaises”, el autor, Frédéric Charpier, le reprocha a Suzanne Labin haber reunido 2.400 dólares para financiar, en 1960, la exitosa Conferencia Internacional sobre la Guerra Política, que reunió 400 delegados (sindicalistas, parlamentarios, escritores, exilados de países comunistas) durante tres días en París (2).
Sin dinero y sin apoyo oficial, Suzanne Labin visitó numerosos países, hizo parte de varias redes anticomunistas internacionales y estuvo en contacto con numerosos críticos del sovietismo, desde la izquierda hasta la derecha, desde Europa Occidental hasta Estados Unidos, América Latina y Asia. Eugene Lyons escribió: “Cualquiera fuera el desafío –Hungría, Cuba, Katanga, China comunista, Vietnam— ella estaba al frente del combate para frenar la marea comunista”. No todos los libros de ella han sido reeditados pero AbeBooks y Amazon ofrecen una docena de sus títulos y la biografía “L'étonnante Suzanne Labin”, de Elie Hatem. Suzanne Labin recibió el título de doctor honoris causa de la Facultad de ciencias aplicadas de Londres.
Gracias al activismo incansable de valientes como Suzanne Labin, unos en el sector gubernamental, otros como ella desde la sociedad civil, sin mencionar los grandes disidentes rusos como Soljenitsyne y Bukovski, Europa occidental, en especial Francia e Italia, no cayeron durante la Guerra Fría en manos de Moscú, quien organizaba ese colapso utilizando sobre todo la vía electoral. El nombre de Suzanne Labin hace parte del panteón donde brillan luchadores a quienes el mundo libre debe tanto, como, entre otros, Victor Serge, Walter Krivitzky, Arthur Koestler, Jean Valtin (Richard Krebs), Victor Kravchenko, Boris Souvarine, George Orwell, Sidney Hook, Anton Ciliga, Annie Kriegel, Jean-François Revel y Richard Pipes.
Notas
(1).- Congressional Record: Proceedings and Debates of the Senate, Congressional record, Senate, 4 mars 1963, pp. 3479-3482.
(2).- https://www.wikiwand.com/fr/Suzanne_Labin
@eduardomackenz1