Tenemos pues que así los avergüence con sus desaguisados y payasadas, se tienen que aguantar al presidente para conservar una cierta coherencia y apariencia de unidad.
Ya lo habíamos subrayado: causa perplejidad y cuesta entender cómo y por qué se mantiene, sin posibilidades ciertas de caer, un régimen tan cuestionado como el venezolano. Y todavía menos nos explicamos cómo un personaje tan elemental como Maduro (el alcance de cuyo cerebro a todas luces es inversamente proporcional a su estatura) no es suplantado por cualquier otro menos impresentable y risible, así sea igual de atrabiliario o más, como Diosdado Cabello, por ejemplo, quien al menos logra evacuar lo que siente sin incurrir en las barrabasadas del presidente. La humanidad y la historia en general perdonan menos la estupidez innata que las tropelías. A Nerón, verbigracia, le toleraban más su conducta cotidiana, habitualmente execrable en un mandatario, que sus dichos y berridos.
Algo se especula en estos días sobre un posible alejamiento o reacomodo de Maduro negociado en la cumbre entre los dos bandos opuestos. Pero la suerte de Maduro está ligada a la del régimen, por lo que él representa y simboliza. Por lo demás, no necesariamente es él quien manda. Admitamos al respecto que al menos no siempre manda estando de por medio Diosdado y Padrino quienes tienen el control directo de la fuerza armada y del aparato represivo del régimen incluidos los siniestros colectivos y los grupos terroristas allá acantonados, como Hezbolá y el Eln.
Pero mover a Maduro ahora enviaría una señal de debilidad y división interna que no les conviene. Este tipo de purgas estalinianas se pueden hacer sin traumatismos mayores en Cuba y Corea, que son regímenes completamente cerrados, mas todavía no en Venezuela. Tenemos pues que así los avergüence con sus desaguisados y payasadas, se tienen que aguantar al presidente para conservar una cierta coherencia y apariencia de unidad. Lo peor para el gobierno es dar la sensación de ruptura que de ahí se desprendería. Ello fortalecería a Guaidó ahora que su ascendiente e imagen pierden fuerza en una opinión pública que da muestras de fatiga y resignación. Ocurre a veces en la vida de los pueblos, que por un motivo u otro no se puede prescindir de quien ostenta el mando o ciñe la banda presidencial sin que ello genere una sacudida que amenace el estatus quo que sirve a la camarilla gobernante. Fue el caso de los Borbones en Francia, de quienes se decía que ni aprendían ni olvidaban. O el más reciente del boliviano Evo Morales, cuya brevedad espiritual conmovía, no obstante lo cual sus cómplices debieron soportarlo casi 15 años para no caer ellos también en desgracia.
El entusiasmo o esperanza que suscitó Guaidó hace un año a instancias del presidente Duque y con el acompañamiento de Brasil y Estados Unidos (hasta dónde sus gobiernos osan comprometerse en lo que puede conducir a un conflicto bélico y ya no simplemente diplomático) se diluyó al extremo de que Maduro recuperó la iniciativa que había perdido. Ese pulso entonces lo perdió Guaidó y no porque Maduro lo supere o sobrepase sino porque cuando se enfrentan dos fuerzas como las que hoy están en lisa gana la mejor armada y más resuelta. Y tan convencido está el oficialismo de su superioridad que se atrevió incluso arrebatarle a la oposición el Palacio del Congreso dónde es mayoría, lo cual denota la disposición del oficialismo a jugarse el todo por el todo. La razón, repito, es sencilla y entendible: con una derrota es el que menos pierde. Resumiendo, soy algo escéptico con Venezuela. No olvidemos el dicho aquel de que en circunstancias turbias como las que comentamos, el pesimista no siempre es un derrotista sino más bien un optimista mejor informado y más consciente del panorama que tiene al frente.