¿No es la escuela el lugar en el que podríamos “ser”, en toda la extensión de la palabra? ¿El lugar para acompañar nuestra soledad futura?
Por: Vanessa Vivas Camargo*
Los procesos de construcción de una nación son un tremendo tejido de variables interdependientes de carácter social, cultural, político y económico. Cada sociedad es un organismo vivo que se fortalece a partir de la cohesión de sus componentes, pero ¿qué o quién supone un componente?
Denominaciones como el Estado, el sector privado, la sociedad civil o la población, entre otras, nos ayudan a agrupar, a comprendernos como organismo y red de organismos, a alcanzar estados de representación que nos contienen y nos hacen sentir parte de algo. Sin embargo, en el fondo de estas categorías el sentido de lo común ha venido despareciendo, somos parte de todo y parte de nada, articulados en un mundo de desarticulación que propende por el individualismo y la competencia. La llamada globalización es un estado colectivo de soledades en el que nuestros sentidos de pertenencia se diluyen en el afán del día a día y la complejidad de los mercados: el laboral, el inmobiliario y hasta el mercado de la búsqueda de parejas propiciado por la segmentación algorítmica que formula la química entre dos a través de aplicaciones en línea. Soledad y compañía.
El esquema de fronteras políticas implica que las personas debemos estar suscritas a un Estado y esto a su vez supone la configuración de una identidad. Uno debe ser lo que se supone que debe ser, pero nadie se pregunta por lo que cada persona es. Sin embargo, ante la soledad que supone un mundo en el cual el mayor reto es encajar, hay un lugar en el que es posible cultivar sueños, un lugar llamado a fomentar búsquedas personales y encuentros cooperativos. Ese lugar, que no deja de ser parte del sistema, puede ser el lugar de la esperanza y se llama escuela.
La escuela es ese lugar y ese momento de la vida en el que, a temprana edad, las personas nos disponemos a comprender el mundo y afianzar aquellos rasgos que nos permitirán encajar como componentes del sistema de sistemas, pero es también el lugar del juego y la exploración, de los primeros amores, de la curiosidad y el desarrollo de las vocaciones. Entonces, ¿no es la escuela el lugar en el que podríamos “ser”, en toda la extensión de la palabra? ¿El lugar para acompañar nuestra soledad futura?
La teoría de las neuronas espejo señala que más allá de toda consideración cultural, social, política o económica, las neuronas de las personas pueden generar empatía entre ellas, lo que podría significar que existe una manera biológica de encajar, una habilidad a desarrollar que podría potenciar todas nuestras formas de comunicación más allá del sistema de fronteras. Pensar la escuela como el lugar ideal para cultivar el diálogo entre personas a partir del diálogo entre sus neuronas, puede reformular el paradigma de la soledad contemporánea.
Una escuela que dé prioridad al valor de la empatía como principal competencia a formar entre los niños y niñas puede transformar una sociedad que hoy da prioridad a los mercados y no a las personas que componen todo ente social, puede dar lugar a gobiernos que empaticen, a organizaciones que sepan ser espejo de sus equipos y familias que no existan en la soledad.
Puede sonar utópico, pero existe otra teoría, la del aprendizaje dialógico, que está haciendo realidad un paradigma de sociedad en el que actuar en colectivo es prioridad, en el que encontrarse cara a cara y cuestionar la autoridad por la autoridad es método de enseñanza. El modelo se llama Comunidades de Aprendizaje y está siendo implementado en 117 escuelas en Colombia desde 2014 con el objetivo de transformarlas y hacer realidad la esperanza de integrar a las familias en el quehacer escolar, y posicionar a las escuelas como eje de transformación de sus territorios. En ellas, niños y niñas cuestionan el modelo vertical de autoridad, imaginan, sueñan y se organizan para cumplir los sueños propios y los de su comunidad y participan activamente en el reconocimiento de las diversidades que habitan el aula, e imaginan estrategias comunes para recuperar el concepto de escuela como comunidad.
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*Asesora en la Fundación Empresarios por la Educación, una organización de la sociedad civil que conecta sueños, proyectos, actores y recursos para contribuir al mejoramiento de la calidad educativa.