Sobre la muerte…

Autor: Luis Fernando González Gaviria
13 junio de 2020 - 12:05 AM

Mientras construyamos amores egoístas, la muerte siempre será una amenaza, tendrá algo que robarnos.

Medellín

“Si usted le tiene temor a la muerte,

 si está demasiado apegado a la vida,

sus últimos suspiros serán horribles;

la muerte será su más cruel verdugo;

es un suplicio temerle”.

La Mettrie

 

La costumbre es el espíritu de la indiferencia. El peligro latente al que estamos expuestos es dejar pasar la vida sin más, sucedernos en una terrible monotonía que va ahogando lentamente la existencia. Durante estos meses de crisis, hemos vuelto la muerte una cifra que sube o baja dependiendo de las circunstancias. Quizá la tornamos costumbre, matamos la muerte con la monotonía de nuestras palabras para referirnos a ella, la hicimos parte del paisaje para no asumirla.

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Toda esta relación que hemos formado con la muerte ha venido mediada por la cultura en que fuimos educados. La muerte tiene perspectiva de posibilidad o de frustración desde el ángulo en que nos situemos para asumirla. Esta realidad, en palabras de Enrique Martínez Lozano, sería: “Todos tenemos un ‘marco de comprensión’, nadie lo elige, nacemos dentro de él. Configura nuestro modo de pensar y actuar, y le atribuimos una validez absoluta. El marco de comprensión es toda una constelación de valores, creencias, costumbres, usos y técnicas, que configuran el espacio en el que nos movemos y desde el que nos aproximamos a la realidad. Esto es un paradigma”.

Muerte y paradigma son una realidad dialógica que nos forma. Ante esta situación, absolutizar paradigmas sería lo más inhumano, pues rompería la dinámica evolutiva que nos constituye. Siempre estamos jalonados hacia el futuro, las posibilidades están abiertas desde nuestras decisiones presentes. Tomar distancia del propio esquema mental que tememos, lejos de suprimirnos o diluirnos, es una ventaja que permite integrar nuevas gramáticas, formas y estilos, de repensar una realidad como la muerte. Es darnos cuenta que la legitimidad de vivir los procesos de muerte en nuestra cultura, no son lo únicos y lo más válidos. Siempre existirán nuevas maneras, más sanas y más equilibradas que las nuestras.

La sociedad occidental cayó en la tentación de dogmatizar maneras de vivir y asumir la muerte, creyendo que lo que se experimenta y se hace en esta latitud es lo único válido. Así pues, las tremendas dificultades a las que estamos expuestos para afrontar el hecho de la cesación de la vida nos ponen de frente a nuestro miedo más original: dejar de existir. La muerte se convierte así en la realidad más antagónica de la existencia humana.

Toda persona que le haya dado absoluta validez a su paradigma, siempre lo establecerá como definitivo y único. Aquí radica el problema de la religión, la política, la economía, la cultura, etc. Este sesgo, producto de mentes cerradas, es lo que degenera en fundamentalismos anacrónicos, los cuales conocemos y van haciendo del otro y de lo distinto, enemigos radicales que deben ser eliminados, excomulgados, excluidos y odiados. Para entender y vivir la muerte, no podemos absolutizar nuestra manera de comprensión que tenemos de ella, o la que heredamos, debemos dejarnos impactar por la transversalidad que nos permite ampliar nuestro paradigma, incluso, dejarnos cuestionar lo propio para que así podamos asumir de una manera más diáfana esta vital realidad.

La muerte para nosotros es un problema porque hemos radicalizado nuestro egoísmo. Esta situación se puede evidenciar en las palabras que legitimamos como sociedad, que hemos construido y seguimos replicando sin crítica alguna. Algunos ejemplos de ello: “Me duele mucho a mí… Me voy a sentir muy sólo… Yo no quiero que te mueras… ¿Si te mueres yo qué hago?”. El lenguaje que utilizamos va exponiendo nuestros egos, demuestra lo inmaduros y frágiles que somos para asumir la muerte como realidad profundamente vital. Mientras construyamos amores egoístas, la muerte siempre será una amenaza, tendrá algo que robarnos.

La fascinación que tenemos por la finitud (vida), nos debería llevar a la apertura profunda de lo que somos. De la obsesión por pensar la muerte, deberíamos llegar a vivir la muerte todos los días. No tendría que ser una idea agobiante para la vejez, sino la realidad más límpida que se pudiera esclarecer en nuestra existencia. Esta crisis de la muerte ocurre porque las imágenes y palabras que tenemos para nombrarla, resultan siendo insuficientes y pobres, ya no significan, solamente entristecen. Robert Redeker, en su libro el eclipse de la muerte, nos dice: “La ausencia de simbolización significa lo siguiente: las imágenes ya no son íconos, ya no son puertas abiertas al misterio, ya no son presencias, se rebajan al estatus de vulgares productos de la industria. Esto es lo que son, mercancías fabricadas industrialmente”.

Debemos hacer un ejercicio hermenéutico, arriesgarnos a entrar por el apasionante mundo de la deconstrucción. La muerte se vive, la muerte se respira; quien pretenda superar la muerte entra en el absurdo, no es humano. El hecho antagónico, vida-muerte, que heredamos de la cultura, no estamos obligados a aceptarlo sin más. La pasividad envenena el don de la vida, la arriesga, la deshace. Cuando no tenemos la suficiente hondura para repensar y proponer nuevos horizontes caemos en dos extremos: encerrarnos en tradicionalismos o simplemente ser indiferentes. De esta manera, “La ausencia de simbolización de la muerte la vuelve insoportable, razón por la cual, con el fin de escapar a lo insoportable, nuestra cultura la expulsa de la vida colectiva, obligándola al eclipse” (Robert Redeker, el eclipse de la muerte).

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La muerte es la capacidad antropológica que poseemos para plenificar la existencia. Entrar en el horizonte de sentido que otorga la muerte, es entendernos como seres humanos en gasto. La conciencia de donación nos permite integrar la muerte como la misma vida desplegada. Quien vive en la capacidad de donación jamás verá el desenlace de la vida como una amenaza, pues la dinámica de su existencia ha sido una salida de sí mismo, un romper con su ego y poder entender para qué existe. La donación de la vida es la posibilidad real de saber que nada es nuestro, que estamos porque los que han muerto, es decir, vivido en plenitud, se dieron a nosotros.    

 

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