En medio de la felicidad de haber desplegado las alas del alma frente a todo el país, José Fernando fue a compartir con un grupo de 80 personas que terminaban un retiro “Hospital de Campo”
Hay imágenes que no sólo quedan en la retina de quien las ve, sino que se graban en el alma del pueblo con un profundo significado simbólico. La de Egan Bernal, cuando al llegar triunfador a París, abraza y bendice a su hermanito menor y a su mamá, es profundamente entrañable. Nos habla del amor de la familia, de lo orgulloso que se siente de los suyos y de su fe. Un jovencito dueño de sí mismo, de sus creencias religiosas, sereno, que no sale aun del asombro de haber ganado el Tour de Francia. Se sabe oriundo de Zipaquirá y añora el retorno a su país, porque es plenamente consciente de la alegría con sabor a esperanza que conquistó para todos.
Otra imagen nos estremeció el 20 de julio: el Presidente Duque desciende de la tribuna, rompiendo el protocolo del desfile militar, para abrazar y rendirle tributo a otro jovencito, José Fernando Carvajal, un patrullero de 23 años, quien se desplazaba orgulloso en sus prótesis, las que remplazaron las piernas perdidas en un campo minado por el Eln, ocho meses atrás. José Fernando estaba feliz. No caminaba, levitaba. Había ensayado una y otra vez, a pesar del intenso dolor. “Yo quiero salir caminando” le repetía a sus superiores, “quiero demostrarme a mí mismo que soy capaz, porque tengo la fe y la confianza puestas en Dios”.
Esa misma noche, del 20 de julio, en medio de la felicidad de haber desplegado las alas del alma frente a todo el país, José Fernando fue a compartir con un grupo de 80 personas que terminaban un retiro “Hospital de Campo”, entre ellas había un grupo de muchachos reinsertados, que antes pertenecieron a los diferentes grupos armados ilegales que enlutaron a Colombia. Frente a ellos narró, minuto a minuto y con una hermosa sonrisa en los labios, como había ingresado a la policía en el 2015, cuáles eran sus sueños, como fue entrenado para salvar vidas, la estrecha relación con su perro Hulk, “él me cuidaba a mí y yo a él”. Describió su trabajo, consagrado a la erradicación de cultivos ilícitos, hasta ese fatídico 10 de noviembre cuando pisó una mina, voló tres metros del suelo y cayó sin piernas…. Hulk no lo acompañaba.
Su testimonio estremeció al auditorio, sobre todo a los jóvenes reintegrados, cuando pronunció las palabras: “Yo perdono”.
Ellos, muy conmovidos, se fueron poniendo de pie, para agradecerle y manifestarle su profundo respeto y admiración. Ely Yohanna Pineda le dio las Gracias por su ejemplo. “José Fernando le dio un gran impulso a mi vida, con su testimonio lleno de vida, ternura, felicidad y espiritualidad, me enseñó que ningún problema o dificultad es tan grande cuando Dios, su amor y su respaldo está en nuestro corazón y en cada lugar que pisamos. Con su testimonio de vida me impulsa a seguir adelante a creer que todo lo que me propongo lo puedo lograr”.
Esa imagen de José Fernando, el joven policía sin piernas rodeado de jóvenes reinsertados queriéndose tomar una foto con él y contagiarse de su fe en Dios y de su alegría de vivir, se quedará grabada por siempre, en el corazón de los presentes.