Dar sentido a la enfermedad, a las decisiones sobre ella y a la propia vida, es posible por el silencio, por la separación física, una oportunidad que parece molestar a algunos.
Bien se ha dicho que vivimos tiempos insólitos e inéditos. La pandemia por covid-19 nos ha impuesto el aislamiento obligatorio entre comunidades y países. Para los creyentes, las personas con visión trascendente y los humanistas, este confinamiento invita a reflexionar sobre sí mismos y nuestra sociedad. Para los católicos, como han señalado nuestros prelados, la coincidencia de esta cuarentena con la Cuaresma y la Semana Santa, invita al encuentro más intenso con Dios.
Con buen tino, las autoridades de la mayor parte de países afectados han dictado medidas de aislamiento social obligatorio, dirigidas a aplanar la curva de contagio, cuidar las vidas vulnerables, preparar los sistemas de salud para que realicen tantas pruebas como puedan, aunque son insuficientes por la presión sobre los insumos -tema al que nos vamos a referir próximamente-, así como alistar los hospitales para atender a los pacientes que los necesiten. Contrario a lo que temen algunas voces del sector económico, las medidas de contención, aunque extremadamente costosas en términos de pérdida de empresas y empleos, terminan ocasionando un menor decrecimiento económico que si no se hubiesen tomado.
Cumplir a cabalidad con el confinamiento es una opción responsable, para evitar el contagio; solidaria, para no contagiar a otros, y ciudadana, para que el mundo pueda superar la crisis. Son estos los valores que está defendiendo la Iglesia Católica al educar a los fieles en el sentido de que no estar físicamente juntos durante las celebraciones de Semana Santa no es igual a estar solos, porque, como señaló el arzobispo de Medellín, los templos aunque vacíos, están llenos del espíritu y las oraciones de sus feligreses. Consecuentes con su visión, al iniciar la Semana Santa 2020, las autoridades católicas han entregado al mundo mensajes que nacen en el humanismo, el sentido espiritual de la vida, que convocan también a los no creyentes y que se realizan plenamente en la ofrenda amorosa de Jesús.
En su homilía, el arzobispo de Medellín, monseñor Ricardo Tobón Restrepo, explicó la trascendencia del confinamiento al invitar a pensar que “el Señor nos tiene concentrados en nuestras casas no solamente para liberarnos de una epidemia; para controlar un virus. Nos tiene, como en un retiro espiritual, para enseñarnos a vivir...para descubrir quiénes somos, por qué estamos en este mundo, cómo se asume la vida, hacia dónde caminamos...para que nos encontremos con lo fundamental de nuestra vida, para que nos encontremos con él que es el modelo de una existencia humana, para que le abramos el corazón a él que nos trae la verdad y la vida”. Y en esa apertura del corazón humano a Dios, se encuentra con el llamado del Papa Francisco al examen interior, siendo “sinceros con nosotros mismos”, para reconocer nuestras debilidades humanas, y encontrar el camino a Dios, a través del cual “podemos no traicionar aquello para lo que hemos sido creados, no abandonar lo que de verdad importa”. Y esa verdad del ser humano, en que coinciden las autoridades eclesiásticas, es la del amor y la del servicio, que son gracias de Dios desde las cuales es posible que “contactemos al que sufre, al que está solo y necesitado”. Dar sentido a la enfermedad, a las decisiones sobre ella y a la propia vida, es posible por el silencio y por la separación física, una oportunidad que aún en cuarentena, muchos no han sabido reconocer ni respetar.
El silencio que sería el gran regalo de esta cuarentena ha encontrado fuertes enemigos desde muchos flancos desde donde se invita a nuevos consumismos, asociados muchos de ellos al desarrollo tecnológico que facilita la producción, divulgación y acceso a contenidos que van de los educativos-culturales hasta los falsos mensajes, pasando por los contenidos de vacío entretenimiento que están copando el tiempo que debiera ser de reflexión. También se ve afectado ese silencio por el egoísmo y la soberbia de quienes se sienten inmunes y entonces rompen innecesariamente la cuarentena, saliendo de sus casas o hasta viajando "de vacaciones" a zonas rurales, donde no ha llegado el contagio y la capacidad de reacción del sistema de salud es mucho más limitado. El egoísmo en estos casos va de indolente a criminal.
Durante esta semana de silencio y recogimiento los creyentes tendremos la oportunidad de profundizar en los misterios de la vida y el amor. Las autoridades, por su parte, deberán tomar nuevas decisiones sobre el aislamiento social obligatorio, las tomas de muestras y, como ya se hizo, el uso del tapabocas. Tenemos confianza en que, como lo han hecho hasta ahora, el presidente Duque, los gobernadores y los alcaldes, decidirán lo que conviene a la vida, la salud y el bienestar de todos.