¿Por qué el partido Verde, que se dice guardián del medio ambiente nunca se pronuncia sobre asunto tan crucial, que le atañe directamente?
Nada ofende tanto y causa más dolor de patria que la contaminación de nuestros ríos (producto de la voladura del oleoducto), sobre todo cuando se cumple cronométricamente, a intervalos de semanas, sin que se vislumbre el final, cual si se tratara de una condena perpetua e irreversible. No olvidemos que rehacer el tubo dinamitado es más costoso que construirlo, dado el daño adicional que genera alrededor y la mortandad de peces. Destruir la riqueza ictiológica genera ruina y hambre en las comunidades circundantes, que no tienen por qué pagar el precio del conflicto en tal respecto.
Además, la guerrilla que así actúa, con su delirante proceder empobrece al país que algún día aspira a gobernar. Arrasar con el patrimonio que la naturaleza nos brindó y que es de todos, incluyendo a los que están por nacer, raya en la demencia, y en la imbecilidad. Tanto como cuando a Nerón, verbigracia, entre otras extravagancias le dio por incendiar a Roma, y no por mera diversión sino para inmortalizarse, movido por el complejo de Eróstrato que lo guiaba, a él y a los megalómanos de su laya. Para quienes el acto de destruir lo valioso o perdurable es tan deleitable como para otros el de edificar. A los primeros los mueve una pulsión, la de diferenciarse por algo, así sea nefasto. El afán de celebridad a cualquier costo. O el reconcomio del desarraigado que no le encuentra otro sentido a la vida. Sabe que lo que más se ama, y lo que a la vez más le duele a su prójimo es el esplendor del paisaje y la riqueza del entorno y del país que habita. Por tanto, mientras más aflicción se cause y más recursos se empleen para conservarlo, mayor será el mérito, y el renombre que gana el depredador. El leit motiv de su vida, el móvil de sus actos para el autor del daño, por muy revolucionario que se pretenda, es ése y no tanto el de castigar al imperialismo en cabeza de las empresas foráneas o nacionales extractoras del crudo. Cualquier médico siquiatra podría corroborarlo, pues santrich no es un caso aislado ni es el único sociópata refugiado en la guerrilla, cualquiera sea la marca que ella porte.
Estas reflexiones vienen al caso a propósito del Eln, que no cesa de atentar contra el oleoducto causándole un daño enorme a la industria petrolera que, hoy por hoy, si no es la principal, es una de las primeras fuentes del ingreso nacional. Sin embargo, es peor el daño potencial o futuro, por el efecto disuasivo que un hostigamiento pertinaz, que ya ajusta décadas, tiene sobre la inversión extranjera. ¿Quién, desde el exterior, arriesga su dinero en una actividad ya sentenciada por un grupo armado que actúa en la obscuridad, o en la vecindad de un país como Venezuela, que lo acoge cuando después de sus periódicas tropelías, necesita refugio?
Repito entonces la pregunta que ya he formulado de por qué el partido Verde, que se dice guardián del medio ambiente nunca se pronuncia sobre asunto tan crucial, que le atañe directamente. ¿Qué lo inhibe de condenar este crimen continuado de un grupo que se dice insurgente, crimen que más parece el producto de una fijación inamovible, como las obsesiones que gobiernan a ciertos locos o desquiciados y que en este caso son repudiadas por todo un país, cansado ya de tanta tropelía? Doña Claudia López, tan despierta y contundente como la conoce el país, habrá de entender que su mutismo puede salirle caro a sus aspiraciones electorales. Pues, dependiendo de quien lo guarde, hay silencios que se oyen, por ser más ruidosos que un estruendo.