Se siente muy bien cuando al retirarse del servicio público se tiene el mismo patrimonio de cuando se inició la gestión, cuando no hay dudas sobre los manejos y hasta cuando se sale más pobre
Denota una gran deficiencia en la educación de las personas, la corrupción. Ni siquiera tiene que ver con el ejemplo que tienen en la casa los corruptos, aunque puede ser que la ambición desmedida sea el resultado de ver la miseria con la que se vive en un hogar de estratos bajos, con el salario precario del padre y la fertilidad de la madre. Cualquiera que sea la explicación que le demos a la corrupción oficial, es injustificable. No hay perdón para la apropiación y la dilapidación de recursos que se recaudan entre la gente, para proporcionar servicios y bienes dirigidos todos al bienestar de los habitantes.
Como católicos hay que preguntarse porqué en los sermones, charlas, retiros y oraciones no hay crítica ni súplica para acabar con la corrupción. Precisamente el universo al que se le arrebató el monopolio y dirección del sistema educativo ha renunciado a seguir pregonando un mandamiento consagrado como principio de convivencia desde el Antiguo Testamento: no robarás. Esto conlleva la responsabilidad de respetar lo que no es propio y mucho más si lo que no es propio tiene la destinación de satisfacer las necesidades sociales, si tiene el fin de contribuir a la felicidad de las gentes.
El ejercicio de la administración pública tiene tantas responsabilidades como riesgos. Quien administra suele estar rodeado de personas desconocidas, cuyos límites éticos son su propia conciencia. A veces, se encuentran amigos de los que esperamos lo mejor, de los que no esperamos sino cosas buenas. Pero puede ser que esos amigos, de los que se tienen tantas malas noticias y de los que por soberbia nos sentimos a salvo, son los más peligrosos. Sobre todo, para los que giran y nominan, es especialmente importante el cuidado que se debe tener al seleccionar a sus colaboradores. ¡Hay lobos con piel de oveja!
Se siente muy bien cuando al retirarse del servicio público se tiene el mismo patrimonio de cuando se inició la gestión, cuando no hay dudas sobre los manejos y hasta cuando se sale más pobre. Hay que volver al mandamiento de la transparencia y la honestidad; hay que enseñar desde la primera infancia que lo público es sagrado y que la consagración constitucional sobre la función de las autoridades es imperativa: hay que dar lo máximo y recibir lo justo, que es el salario, cuando se tienen obligaciones administrativas; hay que volver a la convicción de que el nombramiento en la Administración no es una patente de corso.
Es bueno iterar y reiterar que la corrupción no solo es apropiación de los dineros públicos, pues cualquier desvió de la función pública es corrupción. Por ejemplo, tratar de embaldosar la ciudad entera y reducir el ancho de las vías por capricho (por decir lo menos) cuando las calles están llenas de inseguridad y de muerte sin que haya una efectiva política de protección al ciudadano, ni es de buen recibo ni es una buena práctica administrativa. Una buena educación de nuestros muchachos tiene que comenzar por la inculcación del respeto por lo público y de los principios éticos que nos vuelven buenos ciudadanos.