Sao Paulo: La vida es un paseo

Autor: Luis Felipe Dávila
25 marzo de 2019 - 09:03 PM

Esta visita a Brasil, este paseo por la avenida Paulista me dejo la enseñanza de que en cuanto a sensación de seguridad se refiere, es necesario tener en cuenta la felicidad y el ocio. Es posible que muchas sonrisas nos hagan sentir más seguros que doscientas cámaras y mil policías.

Como afirmaba Fernando González, la verdad es la vida y la vida es la verdad (así creo recordarlo). Un simple paseo, un caminar errático por cualquier parte nos enseña más que muchas tardes en la biblioteca, o quizás, al caminar la biblioteca se despliega y al mismo tiempo se aferra. Hoy caminé por Sao Paulo, anduve por la Avenida Paulista pensando en Medellín.

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Sao Paulo –Brasil- es una ciudad de casi doce millones de habitantes, que en conjunto con su área metropolitana contiene más de 22 millones. Junto con Nueva York y con Ciudad de México son las mega ciudades americanas. Antes de viajar me imaginaba una ciudad hostil, impersonal y amarga; sin embargo, al dejar las maletas y salir a la Avenida Paulista a caminar el domingo me he llevado una sorpresa digna de una página de periódico. Una observación que pretendía ser pasajera se tornó en la ocupación de toda la jornada, pues, entre ir y venir por la inmensa avenida encontré lo que siento que falta en Medellín hoy: ciudad y ciudadanía.

Este coloso del sur tiene muchas cosas que enseñarnos, y no me refiero a los temas en “mayúscula”: su gran industria, sus vibrantes compañías de talla mundial, su centro financiero (que es el más importante de toda Suramérica), sus experimentos de políticas públicas para la reducción de la pobreza y el hambre, etc. Sino que me voy a referir a sus formas de descanso y recreación (tampoco pienso hablar del fútbol y de sus mafias). Me interesa habla hoy de su ocio, de mi paseo dominical, de su grandeza al descansar.

Al salir a la calle pensé que se trataba de una ciclovía, pero no, es mucho más… las vías se cierran y a las personas se les prestan bicicletas y patinetas para que recorran el espacio, cada 100 o 200 metros me encontré con un banda musical, la próxima era siempre mejor que la anterior y sus ritmos eran múltiples y para todos los públicos, vi pasar a los vendedores ambulantes al lado de los policías en total armonía; intuyo que ambos grupos deambulaban bajo ciertos preceptos funcionalistas, tal vez sin pensarlo, pero sintiendo que ambos cumplen funciones sociales importantes y, que entre sí, no son enemigos.

Vi pasar todos los tatuajes, todos los colores de cabellos, todos los tipos de parejas humanas posibles de la mano y sonrientes. Me maravilló ver muchísimas familias con bebés en la vía pública. Todos haciendo deporte, escuchado a un cómico local, viendo a un mago desaparecer objetos comunes, o escuchando música. Un artista callejero tendió su cuerda para hacer malabares y recuerdo haber visto a la policía aplaudiendo sus formas de arte. De hecho, vi muy poca policía si lo comparamos con la cantidad de uniformados que vemos a diario (es mi observación participante, no es un dato empírico constatable).

Me detuve a escuchar una banda de jazz de altísima calidad cerca de la Rua Peixoto Gomide, y en un instante, el grupo fue rodeado por la gente que vibraba con su música y tomaba cerveza helada en total tranquilidad. Nunca antes había anhelado tanto una cerveza, pero me contuve de comprarla pensando en las prohibiciones nacionales. Aquellas prohibiciones del neo-conservadurismo mojigato, que ve en la cerveza callejera: la causa de la violencia y, en la cerveza del club: la normalidad.

Los artistas apropiándose de la calle en su día de trabajo, el cual es para el resto su día de descanso. La ciudad como un todo orgánico, funcional, la ciudad viva. Esta visita a Brasil, este paseo por la avenida Paulista me dejo la enseñanza de que en cuanto a sensación de seguridad se refiere, es necesario tener en cuenta la felicidad y el ocio. Es posible que muchas sonrisas nos hagan sentir más seguros que doscientas cámaras y mil policías.

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Cierro manifestando mi preocupación por lo que veo en Medellín (en particular en El Poblado y Laureles): una ciudadanía que vive en semana con los vidrios polarizados del carro siempre arriba, y los fines de semana hace de los centros comerciales su espacio público. Una ciudadanía que perdió lo público, y que ahora paga caro, para que los centros comerciales le permitan sentirse por un instante dominical, en la calle.

Posdata- mis conclusiones son limitadas y referidas a mi etnografía rápida. Sao Paulo también tiene sus problemas, para eso recomiendo el texto Ciudad de muros de Teresa Pires do Calderia. Ella conoce muy bien los problemas, yo por el momento sólo disfruto.

 

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