Esa medida tendrá repercusiones negativas: las relaciones que tiene Colombia con varios de sus principales aliados, sobre todo con Estados Unidos e Israel, podrían ser afectadas.
El último acto de gobierno de Juan Manuel Santos fue una peligrosa jugada a dos o tres bandas contra la estabilidad diplomática de Colombia, es decir contra la seguridad militar y política del país.
Pues la seguridad de un país no depende exclusivamente de la capacidad de sus fuerzas militares de defensa. Depende también de la calidad de su sistema de alianzas militares y comerciales internacionales. Esos pactos diplomáticos pueden jugar un papel definitivo en caso de agresión exterior a Colombia o incluso de subversión interna.
La decisión tomada a escondidas y a última hora por el presidente Santos, sin consultar la comisión de Relaciones Exteriores -como los jefes de Estado colombianos lo suelen hacer en estos casos-, al firmar una carta en la que Colombia dice -72 horas antes de que expirara el mandato de Santos-, que le reconoce a la Autoridad Palestina el estatuto de Estado, tenía un objetivo: minar la política exterior e interior del presidente entrante, Iván Duque.
Esa medida tendrá repercusiones negativas: las relaciones que tiene Colombia con varios de sus principales aliados, sobre todo con Estados Unidos e Israel, podrían ser afectadas.
El giro inaceptable de Santos consiste en decir que Colombia adopta un esquema diferente al que siempre tuvo Bogotá: el de reconocer el carácter de Estado únicamente a las entidades políticas dotadas de los atributos de la soberanía (1). La decisión de Santos pone, además, un signo de igualdad diplomática entre Israel, la única democracia del Medio Oriente, y la Autoridad Palestina (AP) que dirige Mahmud Abbás, entidad que persiste en una línea absurda de tratar de borrar del mapa a Israel y a los judíos.
La decisión tardía de Santos le deja a Iván Duque una herencia tóxica: una agenda diplomática de carácter castro-chavista en la que Colombia le dice al mundo que premia el despliegue de odio y violencia del liderazgo palestino contra Israel y los judíos y que es indiferente ante las campañas de difamación sistemática contra el presidente Trump y “sus asesores judíos y sionistas", y contra el nuevo plan de paz de Washington que el señor Abbas se niega siquiera a examinar, al mismo tiempo que acepta recibir los cientos de millones de dólares que Estados Unidos le facilita a la AP cada año.
¿Ese es el referente que debe tener la política exterior de Colombia de ahora en adelante?
La política diplomática de Colombia no fue improvisada hace unos meses por aventureros, ni por ideólogos de circunstancia. Es una doctrina republicana y democrática, seria y perspicaz, que le ha hecho mucho bien a Colombia desde hace más de 170 años. En cambio, el giro que hizo Santos este 5 de agosto parece ser el fruto de los pactos secretos con las Farc en La Habana.
En 2005, en uno de mis libros (2) escribí lo siguiente: “Teniendo como origen lejano las concepciones de Manuel Ancízar, ministro colombiano de Relaciones Exteriores en 1847, la divisa del Respice polum, que podría ser traducida como “miremos hacia el Norte”, es formulada en 1914 por el ministro de Relaciones Exteriores Marco Fidel Suarez (quien años después será presidente de la República) en estos términos: ‘Quienquiera que observe el poderío de la nación de Washington, su posición en la parte más privilegiada de este continente, sus influencias sobre los demás pueblos americanos (…) lo atenuadas que en comparación de esas influencias van siendo las de las potencias europeas, y lo insignificantes que en nuestro tiempo tienen que ser las de los pueblos asiáticos, quienquiera que esto mire habrá de reconocer que ningún pueblo americano, débil o fuerte, puede desatender el cuidado de una constante amistad con Estados Unidos’”.
Esa orientación, que nunca le impidió a Colombia tener excelentes relaciones con los otros países, le permitió a nuestro país participar en la creación de la ONU y jugar un papel central en la creación de la OEA y en la cristalización de los ideales del panamericanismo. Alejarse de esa orientación por la vía de entrar en conflicto con un punto de diplomacia central para Estados Unidos, no es congruente con la decisión del presidente Iván Duque de reforzar las relaciones con Estados Unidos, mantener los vínculos con la Otan, salir de Unasur, crear un frente internacional contra las dictaduras en América Latina, y defender la integridad de los derechos de Colombia sobre el archipiélago de San Andrés y Providencia, como lo declaró, el 8 de agosto pasado, en rueda de prensa, el nuevo ministro de Relaciones Exteriores, Carlos Holmes Trujillo. Tampoco encaja con la voluntad manifiesta del presidente Duque de trasladar, como hicieron Guatemala y Paraguay, la embajada de Colombia en Israel a Jerusalén.
El gobierno de Estados Unidos, el principal aliado militar y diplomático de Colombia, no ve el súbito viraje de Santos con satisfacción. Tampoco Israel. Este país que también colabora con Colombia en cuestiones militares y en la lucha antiterrorista, no entiende el sentido del desvío de Bogotá respecto de la AP.
La posición colombiana ante Palestina era clara: antes de reconocer a la Autoridad Palestina como Estado debe haber una negociación directa entre Israel y los palestinos, como bien lo expresó la ministra Ángela Holguín en septiembre de 2011 (3). Por esa misma razón, Colombia se abstuvo de votar en la ONU, en noviembre de 2012, la propuesta Palestina que pedía ser reconocida como Estado observador. Otros 40 países también se abstuvieron y 9 votaron en contra, entre ellos Estados Unidos e Israel.
En otros términos: Bogotá no puede reconocer como Estado a una entidad que -a pesar de la postura de Yasser Arafat, jefe de la OLP, de reconocer retóricamente, en 1993, el derecho de Israel a existir en paz y seguridad-, sigue sin querer negociar ese punto con Israel y persiste, por el contrario, con el consentimiento de Mahmud Abbás, en la línea de destruir el Estado de Israel.
Es urgente que el presidente Iván Duque revierta la directiva Santos-Holguín, y regrese a la línea diplomática correcta de Colombia la cual, además, no era chocante para la Autoridad Palestina. No veo por qué volver a la posición anterior pueda ser tomado por Mahmud Abbás como un insulto.
Juan Manuel Santos tomó su decisión sobre la Palestina al mismo tiempo que en Ginebra se estaba preparando la designación de la expresidenta socialista de Chile, Michelle Bachelet, como alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (Cnudh). Michelle Bachelet es conocida por su cercanía ideológica con las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua (4). Por eso tal elección fue criticada por Washington. Nikki Haley, embajadora de Estados Unidos ante la ONU, dijo que esperaba que la nueva comisionada hiciera algo para acabar con la agenda antisraelí que existe en el Cnudh y alzara su voz contra las violaciones a los derechos humanos en Venezuela, Cuba e Irán. UN Watch, un organismo suizo, dijo que tenía “serias preocupaciones” por el “historial controversial” de Bachelet por su apoyo a “gobiernos que han violado los derechos humanos como el de Cuba, Venezuela y Nicaragua”. ¿Santos espera que su cambio de política ante Palestina sea retribuido de alguna forma moral o institucional en el mundo de la ONU por aquellos que llevaron a esa posición a la líder socialista chilena?
Aunque la decisión del presidente Santos es solo un incidente y no un problema insoluble, algunos inflan el caso y piden que no sea revertida esa decisión. Sin embargo, congelar ese tema equivale a aceptar que el nuevo gobierno es incapaz de corregir los desaciertos del gobierno anterior.
No sería responsable dejar vigente la medida de Santos o asumir una posición ambigua ante eso. Lo que está en juego no es sólo la credibilidad de la diplomacia colombiana sino la seguridad del país.
Colombia necesita ahora más que nunca tener el respaldo de Estados Unidos. La dictadura venezolana siempre ha tratado de torcerle la mano a la política exterior de Colombia. En julio de 2009, por ejemplo, Hugo Chávez amenazó con “revisar las relaciones” con Colombia por un pacto militar que Bogotá iba a firmar con Estados Unidos. Ese mismo régimen amenaza de nuevo a Colombia en estos momentos. Caracas pretende que el supuesto atentado contra Nicolas Maduro “fue planificado en Colombia y EE.UU” y que por ello tomará medidas de represalias. Esas represalias ya existen. Maduro no cesa de proteger y ayudar a las guerrillas Farc, Eln, Epl, las cuales disponen de bases en Venezuela y arrecian sus acciones terroristas en el sur de Colombia y, sobre todo, en el Catatumbo y en Arauca, dos importantes regiones colombianas con límites con Venezuela. Por otra parte, están los apetitos expansionistas del régimen de Daniel Ortega contra las aguas territoriales del archipiélago colombiano de San Andrés y Providencia.
"El gobierno examinará cautelosamente las implicaciones” de la declaración del presidente Santos “y actuará de acuerdo con el derecho internacional", declaró en estos días el ministro Carlos Holmes Trujillo. Esperamos que ese examen culmine pronto en la adopción de una línea diplomática acertada, limpia de brotes “bolivarianos”, y que refuerce realmente los intereses de Colombia.
Notas
(1).- Los atributos de la soberanía son cinco en especial: disponer de un territorio, de una población, de un gobierno, del reconocimiento bilateral de otros Estados y ser admitido en los organismos internacionales.
(2).- Ver Eduardo Mackenzie, Las FARC fracaso de un terrorismo (Editorial Random House-Mondadori, Bogotá, página 184).
(3).- Ver : https://www.elespectador.com/noticias/politica/colombia-mantiene-postura-frente-estado-palestino-articulo-302849
(4) Tras la muerte de Fidel Castro en 2016, la presidenta chilena calificó al dictador cubano de “líder por la dignidad y la justicia social”.