Insinuar que el horrendo atentado “pareció” responder al objetivo de impedir el plantón que pediría la cabeza del fiscal Martínez, tal como lo hizo en unas declaraciones Jorge Robledo, constituye un despropósito de alguien que fue un eminente profesor.
El régimen de Santos respondió a un objetivo primordial: hacer que la injusticia, el atropello, el horror fueran considerados como hechos normales dentro del proceso de su “búsqueda de la paz”. Una sociedad que los distintos medios de comunicación se encargaron de mostrar como una sociedad gobernada por una élite impoluta que, sin embargo, rápidamente se convirtió en lo que se llama una sociedad de provecho. El caso Odebrecht es apenas la punta del iceberg sobre lo que supuso la presencia de una monstruosidad jurídica que se hizo invisible gracias a la previa corrupción de ciertos representantes de la justicia, al desafuero burocrático aceptado como legítima estrategia electoral, típico recurso totalitario, para demostrar que nadie se salva de ser corrupto y sobre todo que el mal es inherente a la condición del ser humano. La violentísima película de Pasolini, La República de Saló ilustró crudamente la manera en que el poder en manos de desalmados lo que busca es degradar al ser humano al hacernos creer que lo más abominable es algo normal y de esta manera aceptar la sumisión como algo natural. La retórica perversa del fiscal Montealegre introdujo con sus caprichosas ejecutorias y señalamientos la idea de que el Habeas Corpus no existía y traicionar a un amigo es algo previsible en la trama de este filme: inventarse un hacker para destituir unos altos militares de inteligencia son acciones que parecen sacadas de una novela de John Le Carré. El santismo no tuvo escrúpulo alguno para subvertir la ley y la justicia para obtener un premio Nobel de papel. En este proceso elaborado minuciosamente por una mente enferma los Fake News fueron puestos en circulación por esta fábrica de mentiras y difamaciones por parte de un periodismo que terminó por degradar el lenguaje, la ética profesional. Lo que la llamada Izquierda no alcanzó a prever por pura ceguera moral era el hecho de que esta degradación de lenguajes y costumbres terminaría por arrastrarlos también a la degradación política y la complicidad ante la injusticia bajo el lema de que todo estaba permitido por la paz. Recordemos que después de cada grave atentado por parte de las Farc o el Eln el presidente Santos recurría a la misma explicación: “Esto fue un atentado de la Mano Negra, de la Derecha, no lo duden” ¿Qué pasó después del cruel asesinato de Ciro Guerra y del asesinato de once soldados por parte de las Farc y luego por Pablito? Al perder el lenguaje su dimensión moral se precipita al abismo donde se justifica el crimen, la humillación a las víctimas. Un atentado terrorista recuerda Baudrillard no es una revolución sino una implosión o sea un agujero negro que se traga a quienes lo justificaron. Insinuar que el horrendo atentado que mató a 21 jóvenes cadetes y dejó heridas a 65 personas “pareció” responder al objetivo de impedir el plantón que pediría la cabeza del fiscal Martínez, tal como lo hizo en unas declaraciones Jorge Robledo, constituye un despropósito de alguien que fue un eminente profesor, un notable congresista y parece hoy haber sido devorado por la degradación santista que a hombres de ideas los convirtió en “legionarios de la paz “. El video de Márquez es para la justicia universal un “enaltecimiento del terrorismo” que se paga con la cárcel. Nada más