Salvemos a nuestros egresados

Autor: Ricardo Ernesto Torres Castro
24 febrero de 2019 - 09:03 PM

Necesitamos, finalmente, una generación del cambio. Una generación dispuesta a jugársela por este país que, aun en las condiciones actuales, se nutra de la suficiente esperanza

Hace unos meses fuimos testigos del paro estudiantil. El panorama, nada alentador, es realmente complejo. La transición de un nuevo gobierno versus los manejos de los recursos de las universidades públicas, muchas de ellas politizadas y manejadas como su fueran alcaldías donde la politiquería es el pan coger, donde gobernadores o alcaldes quitan y ponen sin compadecerse con la academia, con los generadores de nuevo conocimiento y aquellos que se están formando. Esta triste realidad la confrontamos con estudiantes que están egresando a ejercer en un país desacelerado económicamente, una industria desanimada y luchando por permanecer. En este contexto nuestros jóvenes profesionales están siendo expuestos a salarios de hambre, a procesos de selección agotadores, a jefes maltratadores y a contratos que no generan ninguna seguridad. Más triste es ver a esos egresados padeciendo los cobros de Icetex o de los bancos que en algún momento les dieron un crédito financiando sus estudios. Triste, más triste y mucho más triste ver a esos egresados desanimados porque el anhelo de enfrentar retos inmensos se les sale de sus manos.

Hoy se gradúan de las universidades hombres y mujeres inmersos en una inquietante crisis humanitaria. La crisis se pone en evidencia por la mafia que ha penetrado al Estado y las instituciones, el campo y la ciudad. Hoy, como hace 25 años, seguimos siendo el primer productor mundial de cocaína. Con Sudán y el Congo formamos el trio de las naciones con más desplazados internos. Tenemos el despojo campesino de cinco millones de hectáreas, más de dos mil personas permanecen en secuestro, somos el territorio del planeta con mayor densidad de minas antipersonas. Allí? están los falsos positivos de jóvenes asesinados y presentados como muertos en combate, y las pirámides de dinero fácil. Hace unos días una mujer se tiraba de un puente junto con su hijito, desesperada por los cobros de un prestamista informal e ilegal. De un año para acá las cosas han cambiado, problemas como la corrupción que estaba oculta, hoy sale a la luz en lo que algunos llaman el cáncer del pueblo latinoamericano. Si antes nos preguntábamos ¿qué pasaría si se acaba la guerra? Hoy nos preguntamos por ¿qué pasaría si acabáramos con la corrupción? Muy claramente un hombre como Carlos Raúl Yepes nos pregunta en su libro si, frente a las diversas reformas que se hacen en el país ¿para cuándo los colombianos estaríamos dispuestos a hacer la reforma moral que la sociedad requiere? Denso desafío, más cuando son precisamente esos egresados, de los que estamos hablando, quienes tendrían la responsabilidad de hacer dicha reforma. Nos compete a todos, pero en especial a ellos que atraviesan la crisis y el desencanto. Por eso es válido marchar, por eso es válido indignarse, por eso es válido parar. Del mismo modo, es valido no negociar sus principios, no prestarse a los torcidos, no ganarse la plata de manera fácil, rápido y abundante. Necesitamos, finalmente, una generación del cambio. Una generación dispuesta a jugársela por este país que, aun en las condiciones actuales, se nutra de la suficiente esperanza. Si no hay un cambio la crisis humanitaria seguirá?. En esto, es importante el papel de las universidades, que siendo objetivas frente a la coyuntura actual, no pueden ser esquivas a estos problemas y, los profesionales que salen de ellas no pueden ser ajenos al tamaño de compromisos que deberán asumir para hacer que esto cambie. Queridos lectores, juntos debemos motivar a nuestros jóvenes a ser diferentes. No podemos seguir animando una generación que hace una carrera para repetir los modelos que hemos visto funcionar en la sociedad. No nos puede pasar lo mismo, no podemos ser el reflejo de aquellas palabras que crudamente John Steinbeck, autor de las Uvas de la Ira, dice de un pueblo análogo: “No son humanos, si lo fueran no permitirían que pase todos los días, desde hace tiempos, lo que pasa entre ellos.”

Hay mucho que está en juego, lo principal, la dignidad nuestra. Cuando un estudiante chino, hace unos años, se paro? solo frente a los tanques de guerra del ejercito comunista en la plaza de Tian'anmen allí? estaba la dignidad humana. Cuando es capaz de marchar, aunque se enloden sus nombres y la protesta, allí esta la dignidad humana. Cuando los obreros del sindicato Solidaritat se levantaron en huelga para desplomar al socialismo soviético en Polonia, allí? estaba la dignidad humana. Cuando un grupo de campesinos boyacenses pararon, a pesar que se dijera que el tal paro agrario no existe, ellos resistieron y allí, sin duda estaba su dignidad. Cuando se alza la voz pidiendo justicia por líderes sociales o por la comunidad inmigrante de venezolanos, allí esta la dignidad humana. Cuando uno escribe en este periódico queriendo exhortarlos a salvar a nuestros jóvenes, allí esta la dignidad humana reclamando su más bella victoria. Cuando vemos a un sin número de jóvenes indignarse y llorar la muerte de Legarda en Medellín, se llora la dignidad humana. Cuando millones de personas se levantaron a decir no más corrupción es la misma dignidad la que se levanta a protestar. Todo esto está en juego, todo hace parte del mismo principio.

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