Saludamos a los maestros

Autor: Lucila González de Chaves
17 mayo de 2018 - 12:07 AM

Ser maestro es un acto valeroso impulsado por el amor, la generosidad y el pundonor.

Ser maestro es una ciencia.  Hay que aprenderla cada día, cada hora, a medida que se avanza en la tarea de educar.

Es una ciencia que exige, principalmente, hallar los caminos  para llegar al corazón y al cerebro del educando; encontrar las formas precisas de aplicación. No es tanto EL QUÉ se enseña, sino EL CÓMO, EL PORQUÉ, A QUIÉN, PARA QUÉ se enseña.

Pedagogía y Metodología son ciencias gemelas, con su gran soporte, la psicología; ninguna de ellas ha de faltarle al maestro en su diario encuentro con sus estudiantes. A ellas se llega con el alma, con el corazón, con coraje, con constancia y estudio.

Ser maestro es un acto valeroso impulsado por el amor, la generosidad y el pundonor. Mis colegas amigos: ¡felicitaciones! , y comparto con ustedes las siguientes reflexiones:

1.

“Nuestro alumno reproduce, a su manera, lo que él ha observado. En los estados del niño, del joven, se ve al adulto a quien imita.

Todavía quedan quienes emplean la brusquedad y la humillación para infundir en el niño la salud moral y mental; con eso, solo se consigue aturdirlos y embrutecerlos, porque la violencia compromete el equilibrio orgánico, pervierte el corazón, ofusca la mente”.

Lea también: A las madres y a los buenos hijos

2.

“El alumno tiene una tarea, un ejercicio que no puede resolver, y los padres se lo resuelven. El maestro revisa y anota: ‘muy bien’. El alumno ha engañado al maestro; recibe una aprobación que no le corresponde. Es un caso grave de simulación y de mentira, en el que se hallan complicados los padres. La deducción del muchacho es que el engaño es bueno, conveniente y plausible. ¿Se le podrá reclamar después a este alumno, sinceridad?”

3.

“La paciencia es la base de todas las conquistas. El genio es paciencia excelsa. ¡Educa, maestro, en la paciencia!  Ingéniate para que cuando el niño haga una cosa, o junte, o cuente o ponga en orden pequeños objetos, lo vuelva a hacer, a juntar, a ordenar varias veces hasta lograr el éxito. Enséñale a que cuando busque algo, lo busque hasta encontrarlo; cuando emprenda una obra, jamás la deje sin haberla terminado. Anima a tu alumno para que persevere siempre hasta el fin; aliéntalo para que persista en el propósito inicial.

No agotes nunca sus energías para lo imposible, pero enséñale que una vez emprendida una tarea, por insignificante que sea, no la abandone jamás sin alcanzar el triunfo de su voluntad”.

4.

“Los padres y los maestros tienen derecho a la tranquilidad, a librarse de atroces desengaños, a que los chicos no se conviertan en su mayor amargura. Por ello hay que comenzar por el principio. Y el principio está en la educación unida al reconocimiento de los derechos del niño…

Además: ¿Cuánta efectividad tienen nuestras palabras?

El primero de los derechos del niño es que los padres y los maestros lo consideren ‘bueno’. Sin esta base todo se derrumbará. Los chicos no son ni buenos ni malos, son como sus padres y maestros lo desean. Hay que luchar para que ese niño corresponda a nuestra esperanza, lo que se logra con dedicación.

Un segundo derecho del niño es que se le permita hacer todo cuanto no lo perjudique, o perjudique a los demás; esto, porque una de las leyes que rigen la naturaleza humana es la diversidad. Cuando ignoramos esto, solemos convertir al niño en una caricatura, ya que destruimos su personalidad imponiéndole nuestros gustos, nuestras ideas, nuestras inclinaciones. Las modalidades del niño, siempre que no signifiquen algo antisocial o reprobable, se conexionan con su vocación. Ellas reaparecen luego en el adulto quien revela en su trabajo o en su profesión, una originalidad, un talento insospechables.

Otro derecho del niño, y muy definitivo, es el de que no se le rebaje en su dignidad espiritual. Esto es fundamental y deben cumplirlo quienes han de servirle como guía en el camino de su formación”

(Los anteriores conceptos son del autor Constancio C. Vigil, uruguayo, 1876 – 1954)

5.  EDUCAR

Educar es lo mismo

que poner un motor a una barca,

hay que medir, pensar, equilibrar,

y poner todo en marcha.

Pero para eso,

uno tiene que llevar en el alma

un poco de marino,

un poco de pirata,

un poco de poeta,

y un kilo y medio de paciencia concentrada.

Pero es consolador soñar,

mientras uno trabaja ,

que esa barca, ese niño

irá muy lejos por el agua.

Soñar que ese navío

llevará nuestra carga de palabras

hacia puertos distantes, hacia islas lejanas.

Soñar que cuando un día

esté durmiendo nuestro propio barco,

en barcos nuevos seguirá nuestra bandera enarbolada.

Gabriel Celaya (español, 1911 – 1991).

6.

“No tienes que herir para enseñar, y no tienes que ser herido para aprender”.

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