Salud y mercadeo de ilusiones

Autor: Carlos Alberto Gómez Fajardo
20 marzo de 2018 - 12:10 AM

En la política hay que recordar lo que para algunos es logro en la ampliación de cobertura sanitaria: emitir decretos, otorgar carnets o formularios con enumeración de derechos, es “dar” salud.

Una de las más frecuentes deformaciones del concepto “salud” es la de reducirlo a cuestiones que tocan a la disponibilidad de servicios sanitarios, a acceso a tecnologías que son presentadas como panaceas y que sólo son paraísos artificiales o ilusiones hábilmente convertidas en logros propagandísticos. A esto ha conducido la implementación de una visión mercantilista y reduccionista de lo que comporta el hecho de ser sano o enfermo. También desde el campo académico de la disciplina de la economía se plantean interesantes inquietudes respecto a aquella inicua manipulación de los conceptos. En la política hay que recordar lo que para algunos es logro en la ampliación de cobertura sanitaria: emitir decretos, otorgar carnets o formularios con enumeración de derechos, es “dar” salud. Una valiosa reflexión a este respecto la encontramos en una obra breve e inteligente, escrita por Skidelsky y Skidelsky. Su llamativo título, ¿Cuánto es suficiente? invita a la lectura. Estos autores plantean en su capítulo Elementos de la buena vida el concepto de los bienes básicos, los cuales son universales e indispensables. Salud es el primero de ellos. En el orden que proponen los Skidelsky están: salud, seguridad (paz, orden), respeto (reconocimiento del otro), personalidad (plan de vida, autenticidad, propiedad privada), armonía con la naturaleza, amistad (relaciones de afecto sólidas) y finalmente, ocio (necesario para el descanso, el pensamiento, la reflexión, la cultura).

Lea también: Cáncer, comercio y estrategia del temor

En el apartado del bien básico “salud” comentan acertadamente: “En última instancia, esta asimilación de la medicina a la carrera de ratas de la economía representa la destrucción de la misma idea de la salud. Si todos los estados del cuerpo pueden considerarse defectuosos respecto de algún otro estado preferido, entonces todos estamos, en cierto sentido, permanentemente enfermos. El mundo se convierte, como pronosticó Goethe, en un inmenso hospital en el que todos somos enfermeros de los demás. Es más, cuando la demanda de salud es insaciable, los gastos médicos aumentan al ritmo de los ingresos, o incluso a un ritmo superior, manteniéndolos ligados a la rutina trabajo/crecimiento”.

La advertencia es clara: el consumismo, la mercantilización, la promoción de gastos y tecnología corresponde a paraísos artificiales, a ilusiones de un intervencionismo que en realidad es apenas estrategia de marketing. Existe la llamada “ley de Hart de los beneficios inversos”. La generación de necesidades de consumo propia de una visión economicista y utilitaria hace descender al paciente a la condición de usuario-cliente y al profesional de la salud a la condición de proveedor de técnicas, las cuales se usan en exceso. En la confusión paciente-usuario-cliente, se da además una tensa atmósfera de una dinámica de exigencias de derechos; el usuario se comporta como un comprador, algo irracional en alguien que desconoce los potenciales efectos negativos para él mismo de esta orientación mercantilista de la medicina (“carrera de ratas de la economía”) que con facilidad se torna en arma de doble filo.

Es verdad, en cambio, que el bien de la salud (salus, salvatio), comprendiendo las múltiples esferas del ser humano, abarca dimensiones que van más allá del malfuncionamiento de un órgano o sistema. Siempre ocurrirá que el gastroenterólogo –es sólo un ejemplo destacado en una ingeniosa caricatura- es tal, un médico especializado en aquel sistema. No es solamente un “asesor técnico y proveedor de servicios relacionados con la tecnología aplicable al aparato digestivo”. En realidad es una persona que realiza procedimientos –diagnósticos y terapéuticos- con gran pericia, con alto nivel de formación profesional-humanística y destreza técnica, no solamente un sujeto que elabora presupuestos: atiende pacientes, no clientes. Si su propósito en cambio está orientado hacia clientes, hay que aclarar que no ejerce la medicina, ejercería el “marketing”, el mercadeo de ilusiones…

Además: “La doctora sólo miró la pantalla”

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