La verdadera liberación femenina de que tanto hemos hablado, físicamente llegó en los años 25 cuando la diseñadora Cocó Chanel acortó las faldas y cortó los cabellos.
No les voy a hablar de los salones de belleza colombianos, pues en cualquier barrio puede haberlos buenos regulares, y magníficos.
Es bueno ir de pronto, sobre todo a cortar el pelo, pues dejarse las mechas largas puede facilitar que lo jalen a uno de ellas, escaleras abajo o hasta calle arriba. Y no estoy inventando ni echando paja. La verdadera liberación femenina de que tanto hemos hablado, físicamente llegó en los años 25 cuando la diseñadora Cocó Chanel acortó las faldas y cortó los cabellos.
He recordado cómo funcionaba (o funciona) el salón de Belleza "Carita" en París. Las hermanas María y Rosy Carita (españolas), tenían hacia los años cincuenta la peluquería para damas más famosa. Luego esta creció con una sala de belleza para caballeros y luego con un “Spa”. Aún ocupa un edificio de tres pisos y sótano en el 11 del Faubourg Saint Honoré, la calle más renombrada en el París de la post-guerra y todavía actualmente
Su clientela comenzó formada más que todo por estrellas y princesas de todo el mundo. Si uno quería verse como una de ellas, para sorprender al marido o al caballero de turno, le convenía ir allá.
Las empleadas, hordas de señoritas divinamente vestidas, con trajes estilo “talego” de nylon color champaña, perfectamente PEINADAS y maquilladas “a la moda de Carita”, que tiene sus productos de belleza propios. Las jovencitas trabajan como hormigas moviéndose de un lado a otro. Y atención: les está prohibido conversar entre ellas. Largas filas de caballeros peluqueros de impecable saco azul, peinando delante de interminables espejos.
Las paredes pintadas en un tono rosado fuerte muy vivo. Las capas y toallas de este mismo color que es muy sentador para cualquier tono de piel, y logra que la "víctima” no se vea pálida ni desteñida en ningún momento.
La persona debe llegar a la hora de la cita en punto. Ni antes, ni menos aún después. A la entrada dice su nombre; le reciben el saco, la bufanda, los guantes, los paquetes, la cartera y le dan una ficha que le amarran a la linda capa-delantal.
Enseguida, SIN HACERLO ESPERAR, lo llevan al departamento de lavado de cabeza, después al de peinado, liso o enroscado y luego al de secado. Allí le suben desde la Cafetería (que está en el sótano) un delicioso almuerzo en bandejita de avión.
Luego un chino (de la China) le hace las uñas de los pies, y una señorita QUE NO LE CORTA LA CUTICULA, sino que se la baja, le arregla las uñas de las manos, con color o sin él.
Terminada esta etapa si la clienta quiere maquillaje, le distribuyen unos algodones en la cabeza para no aplastar el cabello y con una redecilla pasa al tercer piso donde INMEDIATAMENTE la maquilla una Demoiselle especializada, en un cuartito privado también rosado.
Después la clienta baja al salón de los espejos donde la cepillan y la peinan.
Paga en la Caja donde deja también un porcentaje de propina y sale, livianita de plata pero sintiéndose princesa o estrella.
Ah como dije, ahora desde los años 90, Carita también cuenta con un salón de belleza para hombres y también con un “spa”.
Esa noche de belleza podrán ir a comer al Grand Hotel de la rue de Rivoli, donde tuvieron su gobierno los nazis alemanes el espacio de tiempo que tuvieron a Francia como trofeo ganado en la guerra, hasta que acaso debido a la Alianza francesa con Rusia, Inglaterra y USA; los alemanes con sus aliados (japoneses e italianos) finalmente desocuparon a Francia, aunque no muy mansamente. En el hotel conservaron largo tiempo las puertas y vidrieras con huecos hechos por las balas durante la toma del hotel.
Cuando después de la guerra uno llegaba a ese hotel se lo imaginaba con un gran comedor para desayunar, pero no era así, si se hospedaba allí le llevaban a la alcoba una taza de té servida, acompañada de un croissant y punto.
Ah, comencé hablándoles de los salones de belleza Carita, pues estos salones todavía existen, y los productos de tocador marca Carita ahora son fabricados por una conocida firma japonesa. Así cambia la vida-.
Y en Colombia nos sorprendamos de que los malos se conviertan en los buenos y seguramente al revés.
“Nada es nada”, como filosóficamente decía desde muy pequeño, mi hijo Jorge.