Como estamos enfrascados en el día a día de la pandemia, no hemos tenido tiempo de analizar hasta dónde se extenderá la crisis.
Al mal tiempo, buena cara. Por tanto, he tratado de enterarme apenas de lo esencial, evitando los infinitos, continuos, sabihondos, farragosos y contradictorios mensajes sobre esta peste. En realidad, lo mejor será seguir el consejo de Montaigne ante una situación totalmente ajena a nuestra capacidad de acción, para preocuparnos únicamente “del cultivo del jardín”, que en mi caso es apenas interior…
En general, el presidente Duque ha manejado correctamente una coyuntura inesperada, la peor y más difícil, cuya gestión exige firmeza y unidad. Por lo tanto, el país lo respalda, en vez de hacer caso de la logorrea de la López, cuya capacidad de estorbar es, por desgracia, muy grande. Dentro de un verdadero estado de excepción cabría la posibilidad de suspenderla y nombrar un agente del presidente para Bogotá mientras dure la crisis, y hacer lo mismo con el pueril y pintoresco alcalde de Medellín.
Como estamos enfrascados en el día a día de la pandemia, no hemos tenido tiempo de analizar hasta dónde se extenderá la crisis. Con ansiedad esperamos el próximo paso, la llegada de la “confinación inteligente”, para permitir el regreso al trabajo de millones de personas, con mascarilla y guardando distancia social, mientras sigue la reclusión de ancianos, niños y personas infectadas, al igual de Singapur, Corea del Sur, Taiwán y buena parte del Japón.
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Ese necesario y urgente momento apenas marcará el comienzo de la salida de la crisis.
Una distraída mirada a dos fuentes, Deutsche Welle y Der Spiegel, indica esta mañana la magnitud de la crisis económica que se viene encima: en Francia el PIB ha rebajado un 6% en el trimestre, el peor resultado desde 1945 y más grave que la caída en mayo de 1968. En Alemania, esta se acerca al 9% del PIB en el trimestre y se calcula en 2.8% su reducción en este año. Cada mes la economía germana pierde unos € 280.000 millones y el Tesoro Federal asume nueva deuda por € 120.000 millones. El director de la OMC, Roberto Azevedo, dice que nos espera la recesión más profunda de nuestra existencia y que el comercio mundial puede caer en un 32%. En un mes han perdido su empleo más de 16 millones de personas en los Estados Unidos. Muchos economistas afirman que esta crisis duplica la de 2008…
Noticias diarias de este jaez nos indican que pasarán años antes de volver a la “normalidad”, si consideramos “normal” un mundo donde una parte muy considerable de la población sigue sufriendo carencias alimentarias, sanitarias, educativas, culturales y habitacionales, cuya mitigación ahora tardará muchos más.
Afortunadamente, en Colombia las voces que claman por “apagar la economía”, de personajes trastornados, exhibicionistas o promotores de una hambruna que acelere la ansiada toma revolucionaria del poder, han caído en el vacío; pero por otro lado, el paso al “confinamiento inteligente” no puede dilatarse mucho, porque a pesar de las medidas monetarias y de los auxilios del gobierno, necesarios pero insuficientes en cuantía y número, el hambre aumenta, y el estallido social, que ya está siendo promovido, puede dar al traste con todo.
Ante la gravedad y profundidad de esta crisis, con millones de desempleados, grandes industrias paralizadas, infinidad de empresas quebradas, desequilibrio fiscal sin precedentes, etc., la salida será cuestión de años en los “países ricos” y entre nosotros tardará más. Tanto en Gran Bretaña como en España se considera que el estado tendrá que hacerse cargo de centenares de millares de grandes, medianas y pequeñas empresas, lo que dará lugar a una estatización enorme, casi que de magnitud soviética. En Londres, esta perspectiva no entusiasma, pero en Madrid, un gobierno de extrema izquierda se regocija.
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Ahora bien, en Colombia ni saldremos al otro lado de este túnel en pocos meses, ni podemos seguir en la anarquía institucional de la Carta del 91 y de la supraconstitución del AF. Volver a la legitimidad democrática, superar la crisis, recuperar el crecimiento, mejorar las condiciones de vida, fomentar una agricultura grande y productiva y una industria moderna y generadora de empleo, no es posible con un limitado horizonte de 30 meses, con un gobierno entrabado por un congreso clientelista y monitoreado por las Farc, maniatado por millares de incisos truculentos e interpretados por cortes confabuladas con la subversión. Y además, obligado a convivir con mil y pico de autonomías locales, ineptas y/o corruptas.
El caos económico y social no puede superarse dentro de otro caos: el jurídico…
En circunstancias infinitamente menos graves, Núñez planteó aquel dilema de “Regeneración o catástrofe”. No nos engañemos: ha llegado el momento de enfrentar un dilema ineludible, apenas esbozado en estas líneas.