Nuestros gobernantes, cuya abyección no ha tenido matices desde la creación de la República, han tratado por todos los medios de ocultar esa dependencia.
Hay una confusión en esos analistas que tratan de tranquilizar a Iván Duque por las recientes andanadas de Donald Trump, en las que lo trata de inepto y le increpa que no está haciendo la tarea.
Es ese grito típico del jefe acosador frente a su subordinado.
Los analistas del contexto arguyen que Trump ya está en campaña de reelección, que está hablando para la tribuna, que sus electores son la base más elemental de la pirámide y necesitan ese tono, que mire que también a otros jefes de estado les ha increpado, en fin.
Pero no. Lo que está ocurriendo no es el grito descompuesto de un gobernante descastado, ordinario, embustero y provocador, sino la evidencia de lo que significa nuestro país para los Estados Unidos. La única diferencia es que ese vernos como un paisito en miniatura, una república bananera, una montonera de negros, indios y mulatos que les tiene sin cuidado y cuya única tarea es la de no amenazar ni los negocios ni los intereses del imperio, se hace hoy de manera desembozada, sin matices ni cautela, pero en nada difiere – digo - de la visión que han tenido sus antecesores desde el lejano 1776.
La historia de los Estados Unidos es una historia de agresiones, invasiones, intrusión en los asuntos internos de otros países, saqueos, asesinatos selectivos, mentiras.
Nuestros gobernantes, cuya abyección no ha tenido matices desde la creación de la República, han tratado por todos los medios de ocultar esa dependencia a lo largo de nuestra propia historia. Hechos vergonzosos como la Operación Furia urgente en Granada, La Operación Causa Justa en Panamá, La Operación Tormenta del Desierto en Irak, la Operación Serpiente Gótica en Somalia, La Operación Alcance Infinito en Afganistán y Sudán, La guerra del Vietnam, el asesinato de Allende en Chile, en fin, se “venden” como cruzadas en defensa de la libertad y la democracia. Con los años, la opinión pública mundial ha conocido las evidencias de las torvas intenciones políticas con las que han justificado esos genocidios y crímenes de Estado.
Duque abre la boca y se le meten por ella a borbotones los insectos y gusanos y batracios que representan los actos que demuestran lo inane de sus palabras, el vacío con el que habla.
Trata de balbucear que él no rinde cuentas sino al pueblo colombiano y todo el mundo recuerda su tonito adulador y subordinado cuando frente a Mike Pompeo en Cartagena, atribuyó la independencia de Colombia “a los padres fundadores de los Estados Unidos”.
Y entonces, para cerrar este episodio imperial en las narices de tan inepto mandatario, el embajador norteamericano Kevin Whitaker se dedicó en los días pasados a citar a su despacho a senadores y representantes para instruirlos sobre lo que tenían que hacer con la JEP. No tuvo reparos en convocar también a los magistrados de la Corte Constitucional quienes, afortunadamente, no aceptaron la invitación.
Hace años, cuando le decíamos a alguien que Estados Unidos era el imperio, nos miraban incrédulos y nos decían que esos eran cuentos de muchachos comunistas… ¡hágame el favor!