Rocío Vélez de Piedrahíta fue una “flor bellísima” del jardín literario que floreció en 1960, a partir de las tertulias típicas en Antioquia. Ella robusteció la literatura regional, pintó personajes absolutamente locales, pero con características de universalidad.
Una mujer de las letras, la palabra y el lenguaje escrito y hablado, así fue Roció Vélez, esposa de Ramiro Piedrahíta, nieta de Camilo C. Restrepo e hija de Lía Restrepo Mejía y Gabriel Vélez Isaza. Ella partió de este mundo el pasado lunes 28 de enero, a sus 92 años, dejando en su haber más de quince publicaciones cargadas de “una brillante cultura literaria y musical”, un “caso insólito en la literatura antioqueña”, como la describió su amigo Darío Ruíz Gómez, también escritor.
De ella se dice que heredó su gusto por las letras de su familia, quien se encargó de rodearla de libros en su infancia, pero eso quizá nunca debió haberse hecho, pues en ella estaba tácito el gusto por la literatura y sus rumbos ideológicos siempre estuvieron marcados por sus propias narrativas.
Se cuenta en la historia local que ella apareció en la escena literaria en 1959, cuando Gonzalo Restrepo Jaramillo invitó a un grupo de amigos a una tertulia, llamada simplemente La Tertulia, para hablar de lo humano y lo divino, y ese encuentro dio origen a toda una generación que dio gran lustre e hizo de la literatura antioqueña una narrativa supremamente universal.
Es más, fruto de esa tertulia es la obra de doña Sofía Ospina de Navarro, la poeta Olga Elena Mattei también se formó allí, así como María Elena Uribe, el maestro Manuel Mejía Vallejo o el escritor Arturo Echeverri Mejía. Ahí se hicieron también Jaime Sanín Echeverri y Jorge Montoya Toro, según contó Iván de Jesús Guzmán, miembro de la Academia Antioqueña de Historia.
No obstante, dentro de ese grupo existió una facción conformada por grandes escritoras, como María Elena Uribe, Dolly Mejía, Olga Elena Mattei y ella misma, quienes para Darío Ruiz Gómez no fueron reconocidas como se debía, y que “en un momento determinado fueron despectivamente tratadas como señoras burguesas, para no ver la importancia decisiva que para la modernidad nuestra supone su obra”.
Ella, “un referente obligado dentro del panorama literario de Medellín y de Colombia”, como lo escribió la autora María Teresa Ramírez en la biografía autorizada de Rocío Vélez de Piedrahíta, cuyo nombre es Vida y obra anclada en la memoria, fue una escritora “muy representativa” para Antioquia, porque sobresalió en una época en que las mujeres escribían muy poco o eran poco validadas. Estamos hablando de la mitad del siglo pasado.
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“Le aportó a la literatura antioqueña nada menos que un estilo costumbrista, claro y sencillo, con un buen manejo de la palabra, lo que la llevó a la academia, y creo que de las mujeres novelistas de Antioquia del Siglo XX, Rocío es inalcanzable”, narró para esta casa editorial la maestra de la enseñanza y el correcto uso de la Lengua Castellana, doña Lucila González de Chaves.
Para esta maestra, doña Rocío retrató no una época, más bien, una forma humana de ser del antioqueño, una manera de ser de una sociedad.
Su escritura particular expresó siempre una rebeldía frente al Estado y al falso patriarcalismo antioqueño, según Ruíz Gómez, y “lo hizo sin vehemencia y con mucha certeza en sus descripciones o radiografías de la sociedad antioqueña”, continuó el también columnista de EL MUNDO.
Partiendo del hecho de que en Antioquia la visión que se ha tenido de la novela es muy regional, Roció Vélez de Piedrahíta, al contrario, nunca fue regional, es dueña de una literatura de la universalidad; de ahí que su aporte a las narrativas propias de este territorio se deba valorar.
Y es que coinciden los expertos en literatura regional en que a ella “nunca se le consideró en su verdadera importancia”, por ello, tras su muerte, “es necesario retomarla hoy, verla hoy, para darse cuenta del inmenso aporte que da su narrativa y su cultura”, continuó Darío Ruiz Gómez.
Por su parte, Iván de Jesús Guzmán consideró que el mejor aporte a las narrativas antioqueñas de doña Rocío fue el entregar una guía de literatura infantil cuando ni en Medellín ni en Antioquia, y menos en Colombia, se hablaba de su importancia. Se trató del libro Guía de literatura infantil, publicado por la editorial Norma en 1983.
Precisamente, a partir de esa publicación, “se crearon unos movimientos de lectura, un trabajo organizado, sistemático, estético y verdaderamente literario con los niños, algo que fue originando una generación supremamente importante de lectores”, contó Guzmán.
En ese mismo hilo literario infantil, la autora en el título Muellemente tendida en la llanura (1999), publicó una colección de cuentos que dibujan al hombre antioqueño de una forma sencilla, “con unos rasgos y unos personajes supremamente definidos, pero con esos trazos literarios preciosistas que permitieron ser guía para muchos escritores nacientes en su labor literaria”, describió Iván de Jesús.
Además, entre sus obras se destacan: Entre nos, 1959; El hombre, la mujer y la vaca: un cuento desagradable, 1961; Por los caminos del sur, 1991; El sietecueros de Lía, 1994; Terrateniente, 2004, o Los que se van y no vuelven, 2008.
Esa es gran parte de la obra de una de las mujeres más influyentes del siglo XX en Antioquia, una de últimas literatas de la generación de los años sesenta que quedaba, quien hizo de las narrativas locales unos textos estéticos para el deleite nacional e internacional.