Homilía del domingo 23 de febrero: el sentido cristiano del prójimo y la comunidad.
En nuestra formación de creyentes siempre se nos dijo que el culmen era la santidad; y a los presbiterios en retiros espirituales nos recuerdan la santidad como meta de la vida ministerial; otro tanto hacemos nosotros en la predicación animar a los fieles en la santidad. Pero, ¿qué es la santidad?
El primer olvido de la santidad: la comunidad.
Pablo enfatiza lo anterior con esta frase: “¿Han olvidado que son el santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye su santuario, Dios lo hará perecer a él porque el santuario de Dios es santo, y eso es lo que son ustedes y que el Espíritu Santo de Dios habita en ustedes... Que nadie se engañe porque la sabiduría de este mundo es locura para Dios que nadie pues se gloríe por motivos humanos… Ustedes son de Cristo y Cristo es Dios” (segunda lectura). En síntesis, Pablo piensa que la santidad y la sabiduría, el mundo entero, la vida y la muerte, lo presente y lo futuro están en ustedes, la comunidad. “La comunidad es de Cristo y Cristo es de Dios” (segunda lectura). Pablo piensa que la vida de la fe en comunidad es lo único que puede superar la ley del talión. Esto lo escribió Pablo antes de Mateo
El segundo olvido de la santidad: el perdón.
La ley del talión, ojo por ojo y diente por diente, en el libro del Éxodo se propuso ser como una limitante a la continuación de la violencia; así venganza debería ser proporcional a la ofensa para terminar con la espiral de la muerte; un desquite mortal acrecienta el odio (Ex21, 23-25). En nuestro medio no es una vida por otra sino centenares de muertos por una muerte. En el libro del Levítico, primera lectura, el señor le habla a Moisés para que le explique a la comunidad. “Ustedes serán santos porque yo el Señor su Dios, soy santo”. Por ser santos “No odiarás en tu corazón a tu hermano, no te vengaras, y no guardarás rencor a los de tu país; sino que ama a tu prójimo como a ti mismo” “Yo soy el Señor” (primera lectura)
El culmen de la santidad: el amor.
“Pues no han oído que se dijo: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo; pues yo les digo: amen a sus enemigos, recen por los que los persiguen para que sean hijos de su padre celestial que hace salir el sol sobre los buenos y los malos; y manda su lluvia sobre los justos e injustos” (Evangelio). La pedagogía del evangelio es para librarnos de la ley del más fuerte y conducirnos a la paz por la reconciliación. La sensibilidad de Jesús por la reconciliación está marcada por su época, pero son fáciles de traducir a la nuestra en los mismos términos de la parábola del buen samaritano que nos dice dónde estamos y hacia donde debemos ir. Desde los sentimientos humanos del rodeo hasta detenernos en la compasión entrañable que requiere el herido. Mucho después en la parábola de buen samaritano, que es el Resucitado, se ampliará el universo del amor con la respuesta a la pregunta ¿quién es mi prójimo? El samaritano es quien hizo prójimo al herido. Esta parábola dice quién es el santo, cuál es su misión y cuáles son sus dimensiones: ¡Vete y haz tu lo mismo!
Lecturas del domingo, 23 de febrero de 2020
Primera Lectura: Lectura del libro del Levítico (19,1-2.17-18)
Salmo: Sal 102,1-2.3-4.8.10.12-13
Segunda lectura: Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (3,16-23)
Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,38-48):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”.
Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».
Palabra de Dios