El desarrollo a escala humana sostiene que las necesidades humanas son limitadas, constantes en todas las culturas y, en términos de periodo histórico, invariables en el tiempo.
En anterior columna contrastamos la visión pesimista de James Lovelock sobre el futuro de nuestra especie con la visión esperanzadora de Ervin Laszlo, que se resume casi en una consigna: Si queremos salvar nuestra especie de la catástrofe a que nos está llevando el acelerado cambio climático y las políticas neoliberales, debemos empezar a cambiar nuestra conciencia y actitudes equivocadas ante los ecosistemas y nuestros semejantes, pero esto no sólo es exigible a los sistemas políticos nacionales y multilaterales, sino y fundamentalmente es un mandamiento para cada uno de nosotros.
Las sociedades primitivas vivieron un mundo mitológico donde el hombre se miraba a sí mismo como parte de la naturaleza, una visión misteriosa pero significativa. Hace diez mil años en Egipto, Babilonia, India y China se empezaron a conformar unas culturas teocráticas y en la Grecia Clásica, 500 años antes de nuestra era, surgió una cultura basada en la razón humana, que se conserva hasta nuestros días. A partir de los conocimientos científicos aportados principalmente por Copérnico, Galileo y Newton pero sobre todo con la Revolución Industrial del Siglo XVIII, en nuestra Civilización Occidental aparece lo que se denomina la visión mecanicista y materialista del mundo.
Hoy con la globalización impuesta por la informática y la revolución en las comunicaciones, el neoliberalismo nos ha sumido en un sistema perverso y contraproducente, donde aunque la visión del mundo ha sido trascendida por la ciencia, las tecnologías que se generan y los consecuentes comportamientos individuales y colectivos están llevando a la destrucción de los ecosistemas esenciales para la conservación de la vida en el planeta, así como del tejido social. Como sentencia Laszlo: Ciencia y tecnología que producen más calor que luz, más daños colaterales que beneficios.
En el estado en que se encuentra hoy, nuestra civilización es insostenible, y si no quiere autodestruirse debe empezar a transformarse desde ahora. Para este propósito, mandato biológico de pura esencia conservacionista de la especie, se tienen a disposición todos los recursos necesarios, a saber: un diagnóstico y comprensión claros de la amenaza y del riesgo, así como la ciencia, la tecnología, y el dinero pero falta la voluntad política de nuestros gobiernos y de los organismos multilaterales, pero sobre la decisión individual y colectiva por el cambio. Para llegar a este cambio se necesita un despertar de la conciencia individual y colectiva, que deje atrás creencias inadecuadas, reemplazándolas por nuevos valores y prioridades. Sólo cambiando primero nosotros mismos podemos salvar nuestro planeta y con él la vida.
Volviendo al título de esta columna tomado de un libro editado por la Fundación Unida de Buenos Aires, que conocí gracias al Profesor Eufrasio Guzmán, donde se resaltan las Estrategias de transición del paradigma mecanicista a la conciencia planetaria. En el prefacio del libro se nos alienta a renovar la fe en un futuro surgido de la turbulencia actual, entendida esta como la infancia colectiva de nuestra especie, el caos engendrador de un orden mundial luminoso y duradero. La meta es construir una civilización mundial basada en el reconocimiento de la unidad esencial de la familia humana, pero capaz de liberar las diversas expresiones de su maravillosa diversidad.
Para el difícil tránsito hacia el nuevo mundo, las estrategias de desarrollo ya no serán las impuestas por los poderosos de la tierra sino enraizados en procesos participativos. Los científicos sociales chilenos Manfred Max-Neef y Antonio Elizalde, en su ensayo titulado Desarrollo a escala humana”, que hace parte del libro atrás referido, postulan que el desarrollo se refiere a las personas, no a los cosas y señalan el error en que incurre el pensamiento político-económico convencional al considerar las necesidades humanas como crecientes e ilimitadas. El Desarrollo a Escala Humana, por el contrario, sostiene que las necesidades humanas son limitadas, constantes en todas las culturas y, en términos de periodo histórico, invariables en el tiempo.
Las necesidades básicas, según estos autores son las siguientes: Subsistencia, protección, afecto, ocio, creación, libertad, entendimiento, identidad y participación. Lo que varía en el tiempo y de una cultura a otra son los satisfactores de estas necesidades, los cuales se definen como todo objeto, servicio, actividad, relación, institución o costumbre, creados por el medio social para la satisfacción de las nueve necesidades atrás relacionadas. El error del neoliberalismo consiste en confundir necesidades con satisfactores. Los mismos autores clasifican los satisfactores en cinco grandes grupos, los primeros cuatro denominados exógenos y endógeno sólo el último, como se describen enseguida:
1. Satisfactores violadores o destructores, aquellos que no sólo dejan de atender la necesidad a la que aparentemente están dirigidos, sino que impiden la satisfacción de otras necesidades del sistema (ejemplo, las armas nucleares y en general el armamentismo). 2. Satisfactores inhibidores, aquellos que satisfacen inadecuadamente la necesidad, por lo común la sobre-satisfacen (ejemplo, una educación sobreprotectora). 3. Satisfactores seudosatisfactores, aquellos que dejan permanentemente insatisfecha la necesidad a la cual apuntan (ejemplo, la moda). 4. Satisfactores singulares, aquellos que atienden sólo una de las necesidades del sistema (por ejemplo el asistencialismo) y 5. Los satisfactores sinérgicos, aquellos que atendiendo la necesidad a la cual se dirigen, desatan otros procesos, permitiendo así la realización de varias o todas las necesidades del sistema; los satisfactores que surgen de procesos participativos de base amplia son el primer ejemplo de satisfactores sinérgicos, así como la lactancia materna que atiende no sólo la subsistencia del niño llenando además las necesidades de afecto, protección e identidad.
Para terminar concluyo resaltando como Manfred Max-Neef y Antonio Elizalde insisten en que no existe un orden de prelación en el sistema de necesidades: si los satisfactores son sinérgicos, cualquiera sea la necesidad que los haya motivado, esto puede ser la entrada para iniciar procesos retroalimentadores que beneficien todo el sistema de necesidades. En suma, Desarrollo a Escala Humana en esencia consiste en la generación participativa de satisfactores sinérgicos, lo que conlleva a una redefinición del rol del Estado, que deja de ser el agente que impone satisfactores exógenos pasando a ser un facilitador de procesos sinérgicos, surgidos de amplios procesos participativos concertados con las bases.