El primer paso para repensarnos sería asumir de manera consciente nuestra condición en el mundo
Hace muchos años le escuché decir al obispo emérito de Medellín, monseñor Alberto Giraldo Jaramillo lo siguiente: “Depende de la comprensión antropológica que tengas será tu posicionamiento en el mundo”. Esta frase resuena con mayor intensidad en estos tiempos, pues es la deuda que acarreamos como sociedad contemporánea. Parece que no tenemos clara nuestra antropológica para habitar el mundo, estamos especulando, nos estamos arriesgando a la improvisación con el ser humano y estamos pagando las consecuencias.
Las pretensiones dogmáticas que encierran al ser humano en conceptos, son más peligrosas que las improvisaciones, pues en sus totalitarias respuestas se han hecho las grandes monstruosidades históricas que han rebajado al ser humano hasta el caos. Tanto la improvisación como el dogmatismo, son dos caras de la misma moneda, peligrosas y al acecho.
Vislumbrar al ser humano por otro camino es una posibilidad siempre abierta. Todo este entramado de posibilidades que se ha tejido a lo largo y ancho de la historia, y que merece ser conocido, lo que transmite en sí mismo es que todo queda por decir. Los puntos de llegada siempre desatan la búsqueda, son intuiciones que nos brindan un panorama siempre abierto.
Seguir prendados de las instituciones que ostentan algún poder es echar a perder nuestra capacidad de libertad. Los cambios reales no llegan jamás de las grandes estructuras, no los quieren y no los permiten, pues en su comodidad que está tapizada con sangre y anónimos, migrar hacia otros escenarios es renunciar a su comodidad ególatra.
El primer paso para repensarnos sería asumir de manera consciente nuestra condición en el mundo. Un ser humano consciente asume su existencia como un proyecto implicativo, es decir, una construcción siempre en plural. Habitar el mundo es estar con otros y junto con los otros emprender proyectos de humanización. Esta realidad no se puede establecer de manera masificada, sino en comunidades pequeñas, donde las personas tengan capacidad de opción por lo distinto. Atrevernos a repensar nuestra condición es ir renunciando al Narciso que hemos creado y nos ha llevado al abismo.
Un segundo momento es entender que los absolutos sobre el ser humano son la perdición del mismo ser humano. Quien pretenda dar palabras acabadas sobre esta realidad que somos, termina siendo un dictador y acaparador de la verdad. Nada más infantil que esto. Las dinámicas de la historia nos han llevado a confrontarnos sobre nuestras propias concepciones que vamos creando, el peligro es darlas por terminadas, pues esto iría en contra del dinamismo que nos habita. Lo más humano es deconstruir, cambiar, reorientar. Tenemos la capacidad de alzar la voz y no dar por terminado lo que somos. Esta será la tarea más urgente a realizar en este tiempo, ¿Qué clase de seres humanos queremos ser?
El tercer momento es tener la capacidad de no mutilarnos al comprendernos. La mirada holística siempre será importante a la hora de entender un fenómeno. Cuando nos acercamos a la realidad humana y dejamos por fuera algunos elementos que la constituyen, minimizamos la aprehensión de lo que somos. La tendencia a agotar todo en lo material, ha despojado la realidad antropológica de su facultad de trascendencia. El ser humano siempre será más, abierto a la profundidad inagotable de lo que es.
El reto de forjar una nueva manera de estar en el mundo implica que tomemos en serio nuestra hechura antropológica. La historia reciente nos ha sacudido con fuerza mostrando las atrocidades de las que somos capaces, legitimemos nuestra condición al ser capaces de pasar del qué queremos ser al quién queremos ser.