Racionalizar el impacto de lo imprevisto es prever el impacto del desastre
La película de Elia Kazan Rio salvaje describe con vigorosas imágenes la historia de un grupo de habitantes del valle del Tennessee, hacia 1930, para entonces una región hundida en la miseria, en la esterilidad de sus suelos, en el atraso y el analfabetismo, una región sometida crónicamente a las inundaciones del río. Plantear la construcción de una serie de represas no sólo respondía a la tarea de regular esas aguas sino a la de producir la energía eléctrica necesaria para el desarrollo industrial del país y rescatar una región hundida en el atraso. A la cabeza de la planificación económica estuvo uno de los más importantes economistas del siglo XX, David Lilienthal ya que lo que la represa planteaba para el gobierno de Roosevelt era no solo producir energía sino fundamentalmente, repito, rescatar la región incorporando su economía al ciclo productivo del resto de una nación que buscaba salir, tal como lo hizo, de la gran crisis económica. Esa crisis sirvió para que escritores, directores de cine, documentalistas, músicos descubrieran la llamada “América profunda” su inmenso legado cultural y naciera la gran cultura norteamericana moderna. Otras voces, otros ámbitos. En esta historia Chuck Glover (Montgomery Clifft) es el empleado gubernamental que llega a la región a convencer a sus pobladores de vender sus tierras que serán inundadas para llevar a cabo una obra de progreso. Glover es el efecto detonante de muchas reacciones como la de quienes no aceptan que los nuevos trabajadores sean negros y tengan un salario igual al de los blancos. Es la confrontación entre una idea justa de progreso y los atavismos que aún imperan en el alma de seres dominados por la ignorancia. Está el derecho de quienes hacen parte de este paisaje de amarguras y necesidades económicas, de silenciosas hazañas contra una áspera naturaleza a que se respete aquello que intangiblemente los une como una comunidad en el tiempo: la idea de región, una geografía que bautizaron sus muertos, que han justificado sus dignos retos de vida. Elia Garth (Jo Van Fleet) es la vieja cacica reacia a aceptar este progreso que irrumpe en sus vidas como un exabrupto, que se opone a decir adiós a la tierra sobre la cual ha fundado su heredad y a hincado su memoria. Grandioso personaje cuyas preguntas brotadas desde su rostro habitado de recuerdos fundacionales, hilo que sostiene la historia humana de los lugares, es el vínculo de una memoria que no debe desaparecer y que el llamado progreso material deberá respetar para lograr su justificación.
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Una “obra de progreso” lo será en la medida en que sea capaz de reconocer ante nuestros ojos estas vinculaciones entre la tarea del ser humano creando con su esfuerzo una geografía, un horizonte, su patria verdadera y la presencia de una obra tecnológica como muestra de capacidad científica que servirá para renovar estos vínculos entre la memoria de la tierra y la memoria de los seres humanos ya que el choque entre derechos y expoliaciones conduce siempre al desarraigo y al exilio. Racionalizar el impacto de lo imprevisto es prever el impacto del desastre. Ya en su momento lo señaló el gran F. D. Roosevelt: “Siempre hemos sabido que la búsqueda sin límites del propio interés es mala moral, ahora sabemos también que es mala economía”.