Esas palabras que invitan a la reflexión, la humildad y la verdad son refrescantes
Las palabras tienen fuerza. Tanta, que sirven para construir o para destruir. Pueden matar o dar vida y soportar perdones, enmiendas y compromisos.
Hace poco conocí las declaraciones de dos personas muy distintas que confluyen en un mensaje de reflexión, humildad y verdad que el país tanto necesita en tiempos como estos.
Por un lado, el testimonio de Juan Pablo Escobar Henao, hijo del criminal Pablo Escobar Gaviria. Juan Pablo abandonó el anonimato que le brindaba su identidad de Juan Sebastián Marroquín cuando se dio cuenta de que no sólo no cumplía el propósito de rehacer su vida, sino que resultaba contraproducente. Esa decisión vino acompañada de la intención de dar un mensaje constructivo para la sociedad y en especial para la juventud. Veo coherencia entre sus acciones y palabras, y, por tanto, me merece credibilidad.
Juan Pablo reconoce en el suyo a un buen padre en la intimidad del hogar, aunque no desconoce que fue un bandido. Cuenta que Pablo les dio una vida de fantasía, llena de lujos y excentricidades que otros niños no tenían, pero tampoco tuvieron la tranquilidad y la felicidad que éstos sí tuvieron. Desdicha fue lo que les trajo su fortuna.
“Algunos jóvenes consideran la vida de mi padre como exitosa y poderosa, digna de ser imitada. Invito a la juventud a que lo mire con otros ojos. El verdadero legado de su historia son justamente lecciones para no repetir”.
Juan Pablo no se opone a que se hagan series sobre la vida de su padre, pero sin dejar de lado el respeto que merecen los miles de víctimas que dejó el capo. “Si yo hubiera vivido la vida de mi padre como me la cuentan Netflix y Caracol Televisión, seguramente sí hubiera seguido sus pasos, porque las lecciones que nos dejan ahí son contrarias a las que aprendimos en la realidad. La historia de Pablo Escobar es digna de ser contada pero no de ser imitada”.
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Por otro lado, el señor Gabriel García Morales, exviceministro de Transporte, preso por recibir sobornos de la firma Odebrecht por valor de seis y medio millones de dólares para la adjudicación del tramo dos de la Ruta del Sol en 2008, emitió una conmovedora reflexión hace pocos días:
“Hace más de siete años me tocó enfrentarme a la decisión moral y profesional más importante de mi vida hasta ese momento. Tuve la oportunidad de tomar el camino correcto que, aunque lleno de dificultades, me hubiera llevado a un mejor destino, pero no lo hice. […] Me dejé llevar por impulsos enfermos y cedí ante la tentación de una propuesta perversa, como aquel que sin brújula moral pierde el horizonte y desprecia la felicidad verdadera por las falsas promesas de felicidad material […]”.
El exministro García Morales ha entendido la magnitud de su equivocación y el daño tan grande que les hizo a su esposa y a sus hijos.
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“Hoy me desprecio y arrepiento por haber sido esa persona que tomó ese camino. Me arrepiento por el daño que causé y asumo las consecuencias derivadas de mis actos, con la única esperanza, firme convicción y propósito de reparar, en lo que este a mi alcance, a los que sufrieron o se vieron afectados por mis errores. […] Les pido perdón a mis hijos, a mi esposa, a mi familia, a mis amigos verdaderos, a todos aquellos que fueron honestos compañeros de trabajo, y a los colombianos de buena voluntad por las implicaciones de mis actos”.
Ignoro si señor García Morales está siendo sincero o si actúa presionado por las condiciones de castigo a que está sometido. No obstante, creo que sus palabras tienen valor en sí mismas, pues contienen un mensaje constructivo.
Estos principios y valores son necesarios hoy como nunca en una sociedad como la nuestra, inmersa en procesos de corrupción, violencia, polarización y mentira. Esas palabras que invitan a la reflexión, la humildad y la verdad son refrescantes.