Si nos decidimos por la opción de la vida estamos obligados a dejar el caduco Antropoceno, para que con nuestra racionalidad y herramientas tecnológicas empecemos ya a construir “Un Buen Antropoceno”.
En estos tiempos del covid-19, muchos creen, a veces hasta yo mismo, que esta pandemia nos llevará a cambios profundos en la manera de relacionarnos con la Naturaleza y con nuestros congéneres. Algo como que si un microscópico organismo, el Coronavirus, fuera a modificar toda una herencia evolutiva de nuestra psiquis, desarrollada desde el inicio de las civilizaciones sedentarias hace 6.000 años y acentuada durante el Antropoceno, la nueva era geológica donde los humanos han llegado a tener la capacidad de modificar masivamente los ecosistemas, era que para algunos empezó con el descubrimiento de América y para otros, con la Revolución Industrial, pero en especial a mediados del Siglo XX con la bomba atómica y la mecanización de la producción.
Mis reflexiones que quiero compartir con mis lectores se han inspirado en dos textos recientes: “Metamorphoses” de Emanuele Coccia (entrevista concedida a Philosophie Magazine el 26/03/20) y “Estupidez” de Juan Cárdenas (Periódico El País de Madrid, 03/20/20)
Empecemos con la entrevista de Coccia sobre su libro “Métamorphoses”, escrito poco antes de la actual pandemia, donde esboza la idea de que el virus es la manera cómo el futuro existe en el presente. En efecto, afirma: “el virus es una fuerza pura de metamorfosis que circula de vida en vida sin estar limitada a las fronteras de un cuerpo. Libre, anárquico, cuasi inmaterial, no perteneciente a ningún individuo, posee una capacidad de transformar todos los vivientes y les permite realizar su forma singular”.
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Una parte de nuestro ADN es de origen viral. Los virus son una fuerza de novedad, de modificación, de transformación, tienen un potencial de invención que ha jugado un rol esencial en la evolución. Son la prueba de que nosotros somos en nuestras identidades genéticas “bricolages multiespecíficos”. Desde este punto de vista, el futuro es como la enfermedad de la identidad, el cáncer del presente; obliga a todos los vivientes a metamorfosearse. Hay que enfermarse, dejarse contaminar, y eventualmente morir, para dejar que la vida haga su curso y dé nacimiento al futuro.
La potencia transformadora de los virus tiene, evidentemente, algo de angustiante en un momento en que el covid-19 está cambiando nuestro mundo. Seguramente que la actual crisis epidemiológica va a terminar por ser superada, pero el surgimiento de este virus, para Coccia, cambió ya irreparablemente nuestros modos de vida, las realidades sociales, los equilibrios geopolíticos. La angustia que experimentamos hoy resulta en gran parte de que constatamos que el más pequeño ser vivo conocido sea capaz de paralizar la civilización humana, la mejor equipada desde el punto de vista tecnológico. Un ser invisible cuestiona todo el narcisismo de la modernidad, que nos tenía convencidos de que éramos “los reyes de la Naturaleza”.
La Naturaleza, contrario a lo que establece la Ecología, para Coccia es el espacio de mutación permanente, de nuevos entes que vienen a perturbar “el equilibrio” (equilibrio dinámico, de instantes, precisarán los ecólogos): “Todos los seres migran, todos ocupan el espacio de otros”. Filosofía y biología trabajando juntas para ayudarnos a entender la conexión del uno con el todo y del todo con el uno. La tesis de Coccia abre un amplio espacio de discusión con los ecólogos y demás científicos de las ciencias de la vida, que como toda controversia de altura deberá aportar nuevas luces al conocimiento.
La vida, según la Entropía, la segunda ley de la Termodinámica, es energía que se degrada sin destruirse: la muerte sería la metamorfosis en tiempo presente de la vida. Es lo que concluiría, por ahora, de mi lectura de este incitante texto del filósofo francés.
“Ni inteligencia artificial ni extraterrestre: estupidez pura y dura propagándose a través de nuestros cuerpos, repentinamente devueltos al centro de la escena”, así define Juan Cárdenas, en el texto atrás citado, la pandemia generada por el covid-19. Nuestras vidas amenazadas por algo sin una identidad concreta, que por un mandato biológico busca vivir y perpetuarse depredando a otras especies. Una amenaza que no nos ha llegado del espacio exterior ni de la inteligencia artificial y la automatización, como viene advirtiendo Yuval Harari con su “Homo Deus” y demás gurús del apocalipsis tecnológico.
El covid-19 nos está mostrando que somos animales tan vulnerables como cualquier otro, que no estamos por fuera o por encima de la trama biológica y geológica que involucra toda la vida planetaria, la contingencia del animal, el cuerpo que hace cosas por su propia cuenta o que se deja invadir por agentes no vivos que amenazan su supervivencia. Todo ello sin ninguna razón, plan maestro o diseño, pareciera que sin una fuerza o inteligencia general que controle: “pura estupidez”, es la sentencia de Juan Cárdenas.
La tragedia que estamos viviendo nos debería hacer entender el hecho de que estamos aquí por puro accidente, como parte de las catástrofes que han originado el cosmos y que toda situación puede cambiar de un momento a otro. Que somos frágiles, vulnerables como el que más, que dependemos los unos de los otros y que estamos a merced de aquello que creemos haber dominado, pero que desconocemos; que somos presas del destino inexorable de transformación de la materia sensible, el deseo reprimido que tiene esa materia de morir para que otros seres puedan vivir, un recordatorio de nuestra finitud y del mandato biológico impreso en nuestro cuerpo de dejar su lugar a otros cuerpos. “De ser polvo que viaja en el vacío sideral rumbo a ninguna parte”.
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Será que ahora si estaríamos dispuestos a aceptar que se han derrumbado todas las premisas y justificaciones antropocénicas, que nos han hundido en la competencia desenfrenada que impuso el capitalismo, la sobreexplotación de los bienes naturales, incluyendo los ecosistemas, la acumulación y el consumismo desbordado. ¿O será que le damos la razón a Hegel, cuando sentenció que lo único que podemos aprender de la historia es que no aprendemos nada de ella?
No se trata confrontar la estupidez y la inteligencia. Se trata de elegir entre dos alternativas excluyentes: Prolongar nuestra experiencia de seres mortales, o aceptar que ya no somos viables y la vida en el planeta debe continuar sin nosotros. Si aceptamos que somos animales solidarios, partes minúsculas de una red global de especies, donde nuestros limitados recursos racionales y materiales están al servicio de esa solidaridad o aquella donde estamos solos, en la supuesta cúspide de la naturaleza, enfrascados en la ingrata labor de extinguirnos a nosotros mismos.
Si nos decidimos por la opción de la vida, estamos obligados a dejar el caduco Antropoceno y todas sus derivaciones, para que con nuestra racionalidad y herramientas tecnológicas empecemos ya a construir “Un Buen Antropoceno”, que desde todos los espacios nos están mostrando los científicos y defensores de los derechos humanos y de los ecosistemas.
De las anteriores reflexiones que apenas llevan a más interrogantes, sólo me quedan en claro dos ideas: 1) Que el covid-19 romperá los cimientos de nuestras vidas y que será necesario repensar a fondo el regreso a la “normalidad” y 2) Que ahora, cuando tengo que privarme del acercamiento físico a mis seres queridos y amigos, es cuando debo sentir de manera más plena su presencia, su fundamental importancia en todo mi ser existencial. Seguiré reflexionado con el filósofo esloveno Slavoj Zizek, quien acaba de entregarnos su reciente libro “Pandomic!:COVID-19 Shakes the world”.