Quien se dice demócrata y no respeta las decisiones de la mayoría, miente. Y miente también el que ondea la bandera del amor a la Patria, mientras calumnia y siembra odios
En una semana en la que se suspenden casi todas las actividades del país, hay espacio para reflexionar sobre nuestro futuro y sobre los caminos que nos ofrece la posibilidad democrática de elegir un presidente. Los católicos y los cristianos no católicos, nos centraremos, más que en el misterio de la transubstanciación, en el mandamiento de amor que nos dejo el Salvador que es el verdadero cuerpo de Cristo, y que en la cotidianidad se traduce en el respeto por los derechos de los demás y el afán de construir una sociedad en la que quepamos todos de manera digna, dirigida de manera sabia y equitativa.
Los no creyentes, que cómodamente se adecuan a los rezagos de la influencia de la Iglesia en la vida de Colombia, tienen todo este tiempo para pensar en lo mismo desde otro ángulo, el cívico, para tratar de erradicar las posiciones extremas que tanto daño nos están haciendo. El amor al prójimo de los cristianos es en los no creyentes el cúmulo de obligaciones que se tiene como ciudadanos, como asociados de la gran empresa que es Colombia, y apunta al mismo propósito de lograr las condiciones de una convivencia fraternal, deponiendo odios, rencores y envidias, en pro de nuestro bienestar general.
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Quien se dice demócrata y no respeta las decisiones de la mayoría, miente. Y miente también el que ondea la bandera del amor a la Patria, mientras calumnia y siembra odios. Nuestro país es claramente de ideas liberales. Hay una extrema derecha que bordea el 20% de acuerdo con los resultados electorales, pero que, a la hora de votar por presidente, puede ser menos. Por otro lado, la izquierda no alcanza a ser el 15%, pero sus condiciones de poca cohesión y de penetración de grupos económicos poderosos que la usan para molestar al Presidente, la muestran como una opción poco viable y llena de contradicciones.
Lo que sucede en el vecino Perú, debe servirnos para establecer derroteros. La polarización genera odios irreconciliables que impiden la buena marcha de una nación. El presidente Vizcarra asume en un momento en el que nada es cierto para los peruanos. Él parece estar por encima de la contienda partidista y su perfil es una esperanza para un país sometido a una clase política a la que no parece importarle nada distinto de sus propios intereses. Un país tan prometedor como el Perú, debe exigir cordura y decencia de sus dirigentes, que se pare la guerra para pensar en la gente, en lo que sueña y necesita.
Debemos los colombianos rechazar las estrategias proselitistas de la propaganda negra y la entronización del oprobio como argumentos políticos. No necesariamente quien es vilipendiado constantemente es el malo. De hecho, hay gritos que se producen para ocultar la propia maldad, así como hay respaldos que indican la verdadera esencia de adalides y áulicos. Lo que sigue es la reflexión seria y responsable sobre ele futuro de Colombia. Hay que renunciar a los regionalismos vacíos, a los caudillismos del odio, para aprovechar las condiciones nacionales y volvernos la potencia de América, como todos nos ven a futuro.
Medellín, 24 de marzo de 2018.