Otra cosa que hay que admitir es que en el tal Edificio dizque se caen cosas: amanecen fotos o libros en el suelo?
Personalmente no me gusta creer en nada hasta que no lo veo oigo o siento. Si fe es “creer lo que no vemos porque un dios lo ha revelado”, no es nada fácil. Voy a ver si consigo fe, así sea la que llaman del carbonero, ya que éste por lo menos siempre trae con qué prender la chimenea para calentarse, sin tener que buscar otros recursos.
Muchos sabrán que por bastantes años existió en Bogotá la maravillosa Clínica Samper. Ahora hay en su lugar un edificio que se llama La Pradera. Queda en el lugar físico donde existió por años la Clínica de los doctores Samper. La conocí muy bien, de ladrillo adobe, techo oscuro, unos cuatro pisos, más aspecto de casa que de edificio, jardines alrededor.
Encima del garaje doble de la izquierda estaba el apartamento del amigo arquitecto Manuel Samper a quién visité muchas veces y allí conocí a su mamá, ya paralizada por la picadura de una mosca Tse Tsé ¡que la picó en un viaje que hacía por el mar Adriático al norte de África!
En el año 2012, en el ya entonces Edificio La Pradera, estaba como celador un joven Fernando Calderón, cuando de pronto llegó a la Portería un desconocido mensajero que traía un sobre para la CLÍNICA SAMPER.
Calderón no se lo recibió y le dijo que el edificio no era una Clínica sino un Conjunto Residencial. Firmaron alguna cosa, el hombre cogió el sobre y se fue como desanimado. Se le preguntó al celador por qué había devuelto ese sobre y contestó que era un sobre equivocado pues estaba dirigido al Dr. Bernardo Samper, Clínica Samper, Bogotá.
Hubo que contarle al celador que efectivamente allí había habido un Clínica. Entonces el celador aprovechó para contar que ya entendía por qué le daba miedo bajar al sótano, allá donde estaban los garajes y el baño y la cafetera caliente para los celadores, que porque allí se oían ruidos a la madrugada y que una vez bajó a ver qué era eso y se
asustó más todavía porque vio sombras. Y una aseadora, decía que le asustaba subir a regar las maticas de las ventanas de cada piso.
Por mi parte, por más que yo misma diga que nunca he creído en esas cosas, tengo que contar que el día de su muerte “me jaló las patas” la Sra. B. de D. que vivía en la finca La Pradera, en cuyo recuerdo el tal edificio vecino se llama así. Yo la había conocido en Medellín, pues era la madre de cuatro grandes amigos míos que también ya se fueron a marcar tarjeta donde San Pedro, y allá me estarán esperando.
Otra cosa que hay que admitir es que en el tal Edificio dizque se caen cosas: amanecen fotos o libros en el suelo. Si se dice que tembló y por eso se cayeron las cosas, nadie cree. Y no sale en las noticias. Se ve que todo el mundo duerme muy bien en Bogotá.
Pero el bailarín paisa Jorge Valencia nunca quiso quedarse en ese Edificio en día domingo, porque el silencio que se sentía le daba miedo.
Dicen que allí no se oyó la detonación de la bomba del Club Nogal, que queda al otro lado, y que se oyó en todo Bogotá.
Y curioso que allí se cuelen o surjan fácilmente ladrones, pues como que han aparecido varias veces y han arrasado. Los pobres no saben lo que hacen, ya se averiguará qué conexiones misteriosas tienen, de dónde vienen y a dónde van. Y como nada queda oculto bajo el sol, al menor descuido se escribirá otra crónica sobre el tema.
*Filóloga UdeA y Psicóloga UJ