El deporte colombiano recibe un recto a la mandíbula, que lo dejará en la lona y recibiendo la cuenta de diez.
Cuando el mundo entero reconoce la importancia de las actividades deportivas y se esfuerza por exaltar sus valores y su impacto en la educación y salud de los pueblos, el deporte colombiano recibe un recto a la mandíbula, que lo dejará en la lona y recibiendo la cuenta de diez, para saber si queda definitivamente fuera de combate.
El golpe llega cuando menos se esperaba. En las recientes competencias internacionales, nuestros deportistas han tenido un desempeño admirable. Reúnen a sus cuarenta y seis millones de compatriotas frente a las pantallas del televisor y los ponen a pedalear por carreteras italianas, en el Tour de France, en las azarosas pistas que domina Mariana Pajón, a patear dentro del área grande con Falcao, a hacer pases que se convierten en goles con James, a dar saltos triples para medallas de oro, a pujar levantando pesas, a alegrarse y sufrir con triunfos de una generación de deportistas que nos representan en los escenarios mundiales con brillantez y éxitos antes desconocidos.
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El país entero vibra con esos deportistas, que ya no son sólo las estrellas solitarias de otros tiempos cuando Jaime Aparicio, Víctor Mora o Cochise eran casos excepcionales, y un cinco cero de la selección Colombia contra la argentina era punto de referencia por años y años, como el cuatro a cuatro y el gol olímpico contra los rusos.
En estos días gloriosos hasta los más recalcitrantes escépticos se sorprenden gritando cuando hay un gol o cuando un ciclista cruza de primero la meta. Nada tiene la misma poderosa capacidad de convocatoria del deporte que, al impulso de estos triunfos resonantes de sus competidores de alto nivel se masifica como nunca antes, reafirmándose como escuela de vida.
En medio de una polarización llevada al máximo y atizada irresponsablemente, el deporte es un factor que une corazones, mentes y emociones. Uno de los pocos que sobreviven al empeño de dividir a los colombianos con cualquier pretexto o sin motivo.
Pero cuando todos estos pensamientos positivos animan a deportistas y aficionados, principiantes en vías de formación y competidores consagrados, viene el directo a la mandíbula, tan fulminante como los que propinaban Pambelé, Rocky Valdés o el Happy Lora en sus días de gloria.
El presupuesto nacional dice cómo se distribuyen los gastos del Estado. Resume las preferencias de los gobiernos. Basta leerlo para saber la idea exacta de las prioridades del gobernante. Y, al leer el proyecto presentado para el año entrante, encontramos que el deporte, que tenía una asignación de 587.000 millones de pesos, sólo recibirá 223.000 millones el año entrante. Le rebajaron más de la mitad, más de 364.000 millones. Al fin y al cabo el deporte sólo es importante para cuarenta y seis millones de colombianos…
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Y dejemos ahí las cosas para no entrar en comparaciones con el monto de los dineros que la corrupción se lleva, con los costos de implementar los acuerdos de La Habana que por lo que aparece en el presupuesto obligan a aumentar las asignaciones al Ministerio de Defensa en más de un 8 por ciento, o con los fondos que devoran los sobrecostos galopantes de cualquier obra púbica de mediana envergadura.
Desde el Gobierno repiten que debemos insistir en lo que nos une y no en lo que nos separa. El presupuesto dice lo contrario.