El profesor Óscar Jairo González Hernández explora tres condiciones en la humanidad del fallecido Ramiro Tejada, su teatro, su vida en el teatro y el contenido de su obra artista en la escena local.
Cada uno vive la vida como quiere vivirla. Nadie quiere morir. Es una provocación de la que uno no quiere saber. Quiere vivir y vive, no necesita más. O no se hace necesitar nada más. Es un teatro, en el que está. No en sí mismo, porque el teatro ha exterminado la vida. Y tiene que exterminarla para que sea, el teatro.
Es la dimensión de la condición en la que se instala cada uno, porque es ahí donde se realiza lo que busca. Buscar es mantenerse en la búsqueda, no se termina en ella o desde ella, se mantiene una tensión delirante, ese ese su teatralización. En la formación obsesiva, es necesaria, la condición, que se tiene para estar en un medio y la otra, es la condición que él medio donde se está establece para estarse en él.
Cada uno lo decide, decide de qué condiciones se trata con él. No tener condiciones de una manera, en una dimensión, es no saber tenerse a sí mismo, porque las condiciones que me doy, son las que deben ser necesarias para el medio, sin miedo, en el que estoy, y ello resulta que no es lo que ese medio, los otros, quieren de uno.
Nunca se concerta o se hacen concesiones con la realidad del medio, dado que se puede inventar otra realidad. O inventas la manera de estar en ella, con la insolencia y la irreverencia lucida, o de lo contrario mueres. Ramiro no quiso sino vivir en este medio, que el destino le dio, a su manera, con su parodia incendiaria, riéndose de sí mismo y de los otros. No concertaba sino en la medida, en que estaba el teatro en medio del yo Tejada y el yo Ramiro.
Como en el teatro cuando hizo: Krapp, la última cinta (Beckett), que es su tentativa de mostrarse como una totalidad, ante nosotros. O sea, la totalidad del actor y del personaje, en donde tenía que ser él y ser otro, o también, ser Krapp-Tejada o ser Beckett-Ramiro.
Ramiro Tejada y Carlos Mario Pineda.
Desde esas contracciones, tenía que ser él como totalidad. Y también el crítico de teatro ¿qué máscara teatral llevaba hasta el escenario o donde no estaban el crítico ni él? Destrozamientos, que hacía sobre él mismo, sin medirse más que al teatro y al texto en muchas y necesarias fricciones interminables, quiebres irresistibles con su mundo teatral. Contradecirlo y contradecirse. Continuar siendo un extraño de su teatro. Y serlo nada más que en la parodia, que lo exhibía al medio en el que estaba. Yo nunca lo vi así, sino quien tenía que hacerlo, era la condición de una decisión, esa, en la “era” para todos, sin “serlo”.
Cuando la muerte (¿qué es la muerte?: No lo sabemos), se muestra, con o entre nosotros, sin necesidad de llamarla (¿quién tiene el poder entre nosotros de llamarla o de contratarla?), porque no lo necesitamos, se decía, Ramiro, a sí mismo en su teatro de la noche, de su noche.
Yo lo escuchaba cuando lo decía, cuando se lo decía a sí mismo y nunca estuve una noche con él, no de sus noches, porque hay que preservarse de los otros, cuando se necesita de la muerte. Y más los que la llevan en sí, ante la resolución de la conciencia transparente de que ella está ahí y no está.
No es, sino cuando se hace teatro. Y por eso su muerte en el teatro, al invertirse la visión del teatro, de la vida en el teatro, lo que se evidencia, es la muerte en el teatro, esa muerte es la de Tejada, no la de Ramiro, es entonces la de Beckett, que no es la de Krapp (¿Por qué un banano y yo me lo como en el escenario?).
Exceso teatral de ser otro, como personaje o no serlo nunca. ¿Cómo hacer que un personaje de un mediocre teatro, pueda tener el poder de transmitirle sus sensaciones a otros, que también son personajes que están allí, porque quienes están el teatro, en el teatro de Tejada, son personajes?
Cuando Krapp, se mueve en el escenario, era el mismo Krapp, que lo hacía en una taberna, una tienda o una calle en la que él, sin decirlo nunca, veía desnudos en su mirada a unos astrónomos melancólicos. Eran sus personajes absurdos, los que le movían a ser un personaje absurdo.
Farley Velásquez y Ramiro Tejada .
Y así vivía en este medio, como un personaje que ha invertido su relación, para poder ser lo que nunca podía decir que era. Era máscara en todo momento, no para mentir o mentirse, sino máscara para mostrarse en la absurdidad inconmensurable de ser personaje y de ser Tejada. O de ser Beckett en Krapp. Cuando le inquirí por él y su personaje en Krapp, me dijo: El cuestionario en cuestión cuestiona muchas cosas del oficio e indaga sobre un proceso de construcción del personaje que en las nuevas escuelas de teatro permeadas por el bicho de lo posmoderno ha devenido en la simbiosis o ecuación de que Actor = Personaje, de modo que no sé qué tanto Krapp sobrevive a Ramiro en La última cinta... En últimas, cinta más cinta menos, veinte años es poco para saber que tan cerca estoy de ser Krapp o, incluso, si la he sobrepasado en lentitud y amargura. Feliz noche... Duerma y deje dormir... Posdata: El director del montaje tiene mucho que ver. Sutilmente fue moldeando mi carácter hasta parecerlo a Krapp... Con una salvedad, cada noche es diferente... En reinos de Lacan, repetición y diferencia. O lo que es distinto, a la manera de Jorge Fines, repetir para no repetir... Incluida la última cinta en la peripecia del magnetófono...
Y mientras Ramiro moría, yo leía en esa mañana del 12 de Mayo (escuchando a Zappa y sus “Madres de la invención”), a Michael Chekov: Sobre la técnica de la actuación, donde dice: Desde el momento en que los poderes creativos del actor son estimulados y despertados por el trabajo sobre los gestos psicológicos, el actor abre sus ojos a la obra. La ve más que antes. Penetra en sus profundidades. Empieza a ser movido por el contenido de la obra y del personaje que va a interpretar (…). Allí está él, en el libro de Chekov. No morirá entonces, como tampoco Chekov. Es así.
Gottfried Benn habla de la vida doble, que es necesario llevar. No es tanto, quizá, para quién tiene que llevar muchas más. O llevar una sola, puede ser, pero no ha construido el medio para ello. Tener el mercurio en el termómetro, no dice nada ni al mercurio ni al termómetro, pero sí a quién lo tiene en su poder, para destinarlo a una tarea. Y así es la invención teatral, cuando se tiene el poder de hacer con ella lo que se busca, lo que se quiere, es cuando alcanza la dimensión de su realidad. Es lo que hacía Ramiro con Tejada, en Beckett y Kraap. No inquiero más por Ramiro Tejada, porque ya otros hablarán más de su vida, tendrán más cosas que decir, en la mía, ya dijo con su personaje de Kraap. Murió Ramiro, pero quedo Krapp, con quién hablo en este momento. Todavía queda en el teatro, su voz, su risa, su ironía kraapiana, y yo escucho esa voz teatral, su risa teatral, su ironía teatral, en el teatro que se ha inventado para él y para Kraap. ¿Estará Beckett-Jurado allí?
*Óscar Jairo González Hernández. Profesor Facultad de Comunicación. Comunicación y Lenguajes Audiovisuales. Universidad de Medellín.