El paro del 21 de noviembre es por pura política. Lo que buscan sus promotores es desestabilizar el gobierno legítimo de Duque e imponernos a la brava políticas que perdieron en las urnas.
Cuando perdió los comicios de 2018, Gustavo Petro anunció que mantendría a su gente en las calles, en permanente agitación con miras a las elecciones del 2022. No felicitó a Duque por su triunfo, ni le deseo éxitos; por el contrario, sugirió amenazadoramente que a lo mejor el cambio de gobierno llegaría antes del 2022. Y ha cumplido. En los 15 meses que lleva Duque en el poder, los paros, las marchas y las protestas se cuentan por centenas. Hasta mediados de octubre, los medios registraban «220 movilizaciones en los 430 días de administración». Es decir, una protesta cada dos días.
Hay que recordar, por ejemplo, la «minga» de los indígenas del Cauca, en el mes de marzo, donde se exhibió un alto grado de violencia por parte de las comunidades autóctonas hacia los demás colombianos. Todo el suroccidente del país se sumió en la parálisis y entró en una grave crisis de desabastecimiento por el cierre violento de la Vía Panamericana, siendo Popayán la ciudad más perjudicada, donde sus pobladores se vieron obligados a tomar las vías de hecho y encarar a los indígenas. Para levantar la protesta, exigieron la presencia del Presidente en plaza pública, pero la reunión debió hacerse en un recinto cerrado luego de que las autoridades develaran un plan para asesinar al Jefe de Estado con un francotirador.
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Por su parte, las marchas estudiantiles de septiembre y octubre tampoco han sido lo pacíficas que han cacareado los sesgados medios de comunicación. Todas han terminado en desmanes a pesar de su tranquilidad inicial, derivando en ataques a buses, locales comerciales, edificios gubernamentales, ciudadanos inermes e integrantes de la Policía y su escuadrón antidisturbios (Esmad). Las muestras de salvajismo han sido aterradoras. En Bogotá le prendieron fuego a una sede del Icetex donde había más de 500 personas. En Barranquilla, el rector de la Universidad del Atlántico tuvo que pedir el ingreso del Esmad porque le estaban metiendo candela a los edificios. En varias ciudades, una docena de cajeros electrónicos fue vandalizada. En Pereira, la turba de estudiantes incendió la residencia del comandante de la Policía con su familia adentro. En la última marcha, en la Capital, los estudiantes le prendieron fuego a una moto de la policía y trataron de incendiar con ella una estación de gasolina con impredecibles consecuencias. La gente se opuso.
Los hechos son tozudos, pero ha primado el cinismo. Muchos estudiantes aducen que ellos no son los violentos, que los encapuchados son infiltrados del Esmad que causan desórdenes para estigmatizar la protesta social. El mismo argumento se usa ahora contra las críticas que ha suscitado el paro del próximo jueves. En las redes sociales se han anunciado ataques a la infraestructura de transporte de Bogotá y Medellín, pero los organizadores aseguran que tales mensajes son montajes del Centro Democrático con el fin de desprestigiar el paro.
Sin embargo, Petro ha cumplido sus amenazas: ha mantenido sus huestes en la calle por más de un año. También ha cumplido el Foro de Sao Paulo, con Cuba y Venezuela en cabeza. Diosdado y Maduro han reivindicado su protagonismo en la «brisita» que recorre al continente, y sobran indicios sobre la participación de la izquierda continental en esta escalada de protestas. Ya fueron expulsados 15 extranjeros que habían llegado para participar en las revueltas.
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Los motivos de este paro son artificiosos. Aquí, la extrema izquierda ha tratado de encontrar un buen motivo para encender la mecha sin poder encontrarlo. En Ecuador aprovecharon el incremento del costo del combustible y, en Chile, el del pasaje del metro. Aquí se han pegado de falacias, como el llamado «paquetazo de Duque», con reformas en materia económica que no se están tramitando, y de argumentos gaseosos, como el hecho de que no hay empleo, que la salud es mala o que hay mucha inseguridad.
La verdad es que las razones del paro son políticas. Lo que buscan sus promotores es desestabilizar el gobierno legítimo de Iván Duque e imponernos a la brava políticas que perdieron en las urnas. Lo que quieren es incendiar a Colombia y después echarnos la culpa a los que hemos advertido las retorcidas intenciones de la izquierda continental. Alegan que la derecha también ha promovido marchas, pero olvidan que en estas no se ha roto ni un cristal, y hasta se ha recogido la basura de los sitios de concentración. Es que son dos concepciones opuestas de país: una que construye sobre lo construido para ir avanzando y otra que quiere destruirlo todo para fundar una «nueva sociedad» cuyos modelos son Cuba y Venezuela.
Colombianos: no crean en las promesas de la izquierda. La equidad que ellos proponen es hambre para todos. Serán años de arrepentiimiento y aflicción.