Lamentamos el caso de Dayron Córdoba Moreno, un joven que víctima de una turba, pero sobre todo, de los prejuicios y la hipocresía de una ciudad que sigue alentando las asonadas y los linchamientos
Sigue causando asombro el alto número de personas asesinadas en Medellín, más de 120 en lo que va del año, la mayoría hombres jóvenes de barrios populares. Una realidad que nos duele a la mayoría, pero que como sociedad no hemos sido capaces de revertir, entre otras cosas, porque seguimos animando la estigmatización, la discriminación y la falsa idea de que es posible la justicia por mano propia.
Actitudes que van desde la celebración de chistes racistas, machistas, clasistas, discriminatorios, hasta el impulso al ataque directo de quien consideramos la amenaza o el enemigo. No importa si se trata de un dirigente político que desafía la enfermedad para hacer pedagogía y buscar el bien común, o de un chico que pretende hacer alguna compra en un barrio de Medellín. Como en lugar de celebrar la diferencia la estigmatizamos y condenamos, nuestra sociedad no hace otra cosa que sembrar vientos, en consecuencia, no puede más que cosechar tempestades.
La sabiduría popular nos recuerda que de cada acción mal encaminada se derivan consecuencias lamentables. Nada bueno puede dejarnos la constante invitación a la mal llamada “limpieza social”, en detrimento de los canales formales de la justicia que demandan serenidad, objetividad e imparcialidad para ser aplicados. Es cierto que deberían ser más céleres, pero su parsimonia no puede convertirse en patente de corso para que cada cual vaya administrando justicia a su acomodo.
Quien siembra vientos cosecha tempestades, porque toda acción, pero también toda omisión, tiene consecuencias proporcionales. No se puede andar impunemente llamando a la acción contra la delincuencia y estigmatizando a la gente, sin pretender que la multitud no junte los dos discursos que hacen parte de su acervo y obre en esa dirección. Entre nosotros, los ejemplos pululan, pero pocos causan tanta vergüenza como el caso de Dayron Córdoba Moreno, un joven de 22 años, víctima de una turba, aparentemente de la malicia de un ladrón, pero sobre todo, de los prejuicios y la hipocresía de una ciudad que sigue alentando las asonadas y los linchamientos.
En principio se dijo que el 8 de marzo en Aranjuez, Dayron retiró un dinero para ir de compras, entonces sintió que alguien lo seguía, tal vez para robarle, pero antes de que pudiera entender qué pasaba, terminó señalado él como ladrón y presa de un grupo de “personas de bien” que pretendían lincharlo. En medio de la situación, además de los golpes e improperios que recibió, le robaron el móvil, un bolso, algunos regalos que había comprado y hasta parte de la ropa que llevaba puesta, según relató su novia Carolina Murillo.
Según esa versión, la muchedumbre habría actuado motivada por el verdadero ladrón, pero Carolina cree que si Dayron no fuera de raza negra no habría sido presa tan fácil de la multitud, porque nadie dudó de que él fuera el ladrón, ni nadie puso en duda que tuviera el derecho de asumir el castigo en contra suya, como causa propia y legítima. Una y otra vez, insistió en que no todos los afrocolombianos son ladrones ni todos los ladrones son afros. Y claro, cuando uno piensa en las megamillonarias estafas, las coimas, los edificios mal hechos, las trampas rampantes y tanta felonía, llega a la misma conclusión. Luego, se dijo que víctima del pánico, Dayron no había vuelto a salir de la casa por temor a volver a ser agredido, y recibió un desagravio de la alcaldía y como varias organizaciones sociales.
Sin embargo, luego se conoció otro video que pareciera probar que el joven si está robando, lo que pone en duda en principio el origen de la agresión, pero no así la actitud colectiva de quienes se creen dueños de la justicia.
Antes de que se conociera el segundo video, Paulina Suárez, la secretaria de inclusión, dijo que la Alcaldía ha trabajado en “una campaña muy potente contra el racismo, la discriminación y la xenofobia”. Pero la tormenta de rayos que cosechamos da cuenta de que son más potentes los vientos que traen los estigmas y dejan huellas en las presentes y futuras generaciones. No es por ser negro, o por tener la certeza de su honradez, sino por ser persona, que debemos defender a Dayron y cerrarle la puerta, de una vez por todas, a las ideas que proclaman que los buenos somos más y tenemos derecho de imponernos sobre los malos. De otra forma, nunca superaremos esta tempestad.