La mayoría de los colombianos no queremos unas fuerzas armadas deliberantes y politizadas. Los cuarteles deben estar lejos de las luchas partidistas.
Ha revivido el parlamentario Ricardo Alfonso Ferro Lozano, del Centro Democrático, la vieja idea de permitir que los militares adquieran su derecho al voto. Las tantas veces que se ha intentado, ha fracasado. La mayoría de los colombianos no queremos unas fuerzas armadas deliberantes y politizadas. Los cuarteles deben estar lejos de las luchas partidistas.
Mucho se ha escrito sobre el tema, pero es tal vez la famosa intervención del entonces presidente electo de Colombia, Alberto Lleras Camargo, en el teatro Patria el 9 de mayo de 1958 sobre este tema, la pieza más contundente y esclarecedora que se ha conocido en Colombia: “La política es el arte de la controversia, por excelencia. La milicia el de la disciplina. Cuando las Fuerzas Armadas entran a la política lo primero que se quebranta es su unidad, porque se abre la controversia en sus filas. El mantenerlas apartadas de la deliberación pública no es un capricho de la Constitución, sino una necesidad de sus funciones (…) Por eso las Fuerzas Armadas no deben deliberar, no deben ser deliberantes en política. Porque han sido creadas por toda la Nación, porque la Nación entera, sin excepciones de grupo, ni de partido, ni de color, ni de creencias religiosas, sino el pueblo como masa global, les ha dado las armas, les ha dado el poder físico con el encargo de defender sus intereses comunes (…) Yo no quiero que las Fuerzas Armadas decidan cómo se debe gobernar a la Nación, en vez de que lo decida el pueblo; pero no quiero, en manera alguna, que los políticos decidan como se deben manejar las Fuerzas Armadas en su función, su disciplina, en sus reglamentos, en su personal…”
Llevar a los cuarteles la disputa partidista es un craso error. Un ejército parcializado y politizado es una desgracia para la democracia. El ejemplo lo tenemos muy, pero muy cerca. Al ejército venezolano el presidente Hugo Chavez le otorgó el derecho a votar y de inmediato el pueblo de ese país perdió un árbitro de su destino. Hoy esos ejércitos son el sostén de una dictadura y el muro que le impide al pueblo ejercer la democracia libremente. La tragedia venezolana nos debe servir de espejo para no cometer semejante desafuero.
Los comandantes de la tropa deben ser los formadores, los sostenes de la disciplina militar, los garantes de unas Fuerzas Armadas neutrales, los líderes en la defensa de nuestras fronteras y de nuestras riquezas y no los jefes políticos de unos jóvenes sometidos a su arbitraria decisión política. Cuando ponemos la tropa a deliberar, a decidir el futuro político del Estado, la estamos inmiscuyendo en asuntos que le deben ser ajenos y peligrosamente los estamos llevando a que cuando no puedan vencer en las urnas acudan a las armas. Quien porta las armas de toda una nación, no puede ser deliberante, se pierde la neutralidad del árbitro, del garante, del soporte de la democracia.
Una organización con un mando tan vertical convierte a la cúpula en un atractivo botín a conquistar para ganar votos. Por todo esto es que queremos soldados, no militantes.