Con su ingenioso humor y extraordinario talento- mostraba la inmensa y deplorable tragedia moral, ética, gubernamental y política que por épocas hemos vivido los colombianos.
Ha muerto el inolvidable comediante Héctor Suárez Hernández, no es fácil olvidar a quien -con su actitud y voz- nos permitió recordar que estamos en un mundo cruel y despiadado en donde el falso ideal de lograr todo fácilmente, a través de la corrupción y el engaño, vuelve a los hombres impíos e indiferentes ante el sufrimiento ajeno (prójimo) y desdibuja los valores y virtudes que debieran ser inmutables en la naturaleza humana y; en consecuencia, desvanece la sagrada misión de los más sobresalientes representantes y líderes de la sociedad, como es la de hacer que desde la perspectiva de la participación activa y democrática, sea posible la convivencia social y pacífica bajo el imperio de auténticos valores éticos entre los demás miembros de la sociedad para generar armónicamente progreso, desarrollo y bienestar general-equidad y justicia.
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Era un verdadero artista social azteca, que desde muy temprana edad incursionó en el complejo y difícil mundo de las artes escenográficas, distinguiéndose por su extraordinaria personalidad e independencia conceptual frente a las posturas gubernamentales y políticas imperantes, muchas de las cuales no compartió, combatiéndolas con su especial forma de ser, expresando con su prolífica versatilidad artística, su desagrado y desprecio por el abuso del poder y los extremos –corrupción y vicios- que son usuales en la dirigencia y gobernanza de nuestros pueblos en el presente siglo.
Su trajinar fue en el campo del teatro y la creación artística, dedicándose con su gran fogosidad humorística y como el gran humanista que fue, a hacer denuncia social de una manera especialmente satírica y crítica; además de un acentuado carácter reflexivo.
Rogamos que su vida y obra no haya sido en vano y que las posteriores generaciones de artistas y comediantes no dejen apagar ese noble estilo, que de alguna manera es muy parecido en nuestro medio al que ejerció - con insuperable creatividad e inteligencia, el también inolvidable Jaime Garzón, –quien con su ingenioso humor y extraordinario talento- mostraba la inmensa y deplorable tragedia moral, ética, gubernamental y política que por épocas hemos vivido los colombianos.
En ese sentido sí que fueron parecidos, pues su gran talante y capacidad de comprensión de los fenómenos políticos-sociales y su notable interés y sensibilidad con los clamores y necesidades de los más humildes y desprotegidos, los hizo ver –como lo que siempre fueron- unos verdaderos voceros, unos auténticos intérpretes y defensores de quienes no han tenido voz para hacer sentir y denunciar los abusos, privilegios, arrogancia y malos manejos en el ejercicio del poder estatal y social.
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Pero lo triste de todo esto es que a pesar de esas importantes voces –que de cierta manera han sido las de sus pueblos- por la capacidad de denuncia y de enfrentar la realidad con coraje y gran valor civil, como lo han hecho éstos y muchos otros líderes, que desde sus distintas posiciones y actividades – aun en la adversidad y zozobra que ello les ha deparado, han defendido la vida y los derechos de las personas más desprotegidas, volviendo su actividad profesional un canto a la libertad, como en este caso, en un clamor social y ciudadano contra la degradación a la que se ha llegado en muchos escenarios sociales, políticos y gubernamentales. Infortunadamente pareciera que todo ello ha sido en vano; pues la corrupción y las distintas expresiones de criminalidad y de violencia se siguen fortaleciendo, ante una marcada desnaturalización de los más caros principios y valores que tradicionalmente han regido nuestras relaciones interpersonales, institucionales y sociales y que deben ser el alma y nervio de un legítimo Estado de Derecho. Ello en esencia ha causado una crisis ética, moral y política en nuestro país de proporciones incalculables. La intolerancia y las discriminaciones sociales de todo tipo hacen su agosto y, como pescando en río revuelto, dan rienda suelta a las más perversas y delincuenciales pasiones, sembrando el caos y la desesperanza a lo largo y ancho de todo el concierto institucional y social de la nación.
“¿Qué nos pasa?”, ¡Por Dios! ¿Qué nos pasa?