El buen gobierno de los pueblos es el que se sintoniza con sus necesidades y genera esperanzas, pues de ellas, de las esperanzas, nace la tranquilidad de la gente
No es susceptible de normalización la protesta. La irracional turba que se apodera de las calles en marchas multitudinarias puede llegar a volverse la más ominosa arma del pueblo contra un sistema que no lo representa ni lo satisface. El buen gobierno de los pueblos es el que se sintoniza con sus necesidades y genera esperanzas, pues de ellas, de las esperanzas, nace la tranquilidad de la gente. Al fin y al cabo, lo que necesitamos es seguridad en todos los aspectos de la vida, saber que nuestros hijos heredan un país construido para su felicidad, quedarnos con el sabor de haber elegido bien.
Cuando se elige un presidente para Colombia, importa que sea un buen ciudadano, por encima de toda sospecha, sin olor de corrupción; pero también es importante que conozca el país, a sus gentes, sus debilidades y fortalezas y, sobre todo, que tenga la capacidad de generar confianza y de construir instituciones y políticas que nos favorezcan. De verdad que no necesitamos récords mundiales del presidente más joven, sino del más competente y del que mejor le sirva al país. Necesitamos dirigentes que sean capaces, que puedan dilucidar por sus propios conocimientos y experiencias acerca de las soluciones necesarias.
Aún no hemos llegado al estado crítico de algunos países del mundo y puede que nos falte mucho, pero la gente huele la incompetencia del actual gobierno y la tendencia a acomodarse a los estándares de los bancos internacionales de fomento cuyas inentendibles políticas solo buscan grandes empoderamientos de las minúsculas mentes que los gobiernan. Hay que detenerse y examinar las posibilidades de encaminarnos por las políticas de sobriedad que siempre se le ha señalado a la economía colombiana y que nos han mantenido en la viabilidad de la nación y en condiciones de paz.
Las alarmas están prendidas: los mismos que marchamos contra la guerrilla cuando el entonces presidente Uribe nos hizo creer que era el único mal, estamos rechazando las tendencias neoliberales del actual ministro de Hacienda, que parece tener jefes más allá de las fronteras de nuestro territorio. Si alguien no es capaz de pensar primero en la gente, no tiene por qué ser ministro ni jefe de nada. Haberlo nombrado tiene que ver mucho con el talante soberbio del presidente y su arribismo. Pero resulta que fuimos los colombianos sus electores, los que votaron por él y los que aceptamos su elección como expresión democrática.
Hubo un presidente, el inolvidable doctor Lleras Restrepo, que tuvo que enfrentar serios disturbios con un toque de queda generalizado. Pero se trataba de uno de los mejores y más preparados presidentes colombianos del siglo pasado. Tenía mucho carácter para controlar a las masas, pero también fue el gran hacedor de instituciones que transformaron el país. Así tiene que ser, un gran dirigente con ideas, pues la fuerza pública detiene la protesta, pero las ideas hacen que el país avance. Más que renunciar, Duque debe reaccionar, porque si se va lo que sigue, su reemplazo, puede ser peor.