La actual burocracia, sobreviviente del pasado en parte, se comporta en forma harto similar a la de antaño
¿En qué clima o ambiente se desenvolvió la carrera de Putin, vista desde la caída de la URSS, hace 30 años, hasta hoy, cuando aparentemente él corona la cúspide? Pues en un clima muy afín al soviético que lo precedió, cimentado en la misma burocracia medrosa y vegetativa de antes, conocida como “la nomenclatura”, la cual, sin mayores afanes o acoso, siguió administrando el aparato del Estado, con idénticas mañas y el mismo estilo de los jerarcas de otrora, desde Malencov hasta Brezhnev y sus respectivos epígonos, aunque esta vez sin el partido comunista, que fue oportunamente arrinconado. La actual burocracia entonces es copia fiel de la anterior, como casi todo en Rusia, donde suele venerarse el pasado con más devoción que en el resto de Europa. No en vano allá, donde se acaba Europa comienza Asia. Y cuando menos una mitad de Rusia es asiática, y no apenas en lo territorial sino en lo cultural, y en el talante básico, siendo Asia a su vez lo más apegado a la tradición, como sabemos. Baste citar las grandes potencias, China, India, Japón, etc., donde la modernidad que logro penetrar lo hizo venciendo grandes resistencias.
Esa gravitación del ayer, ostensible y desafiante a veces, se entiende porque la cultura que le es propia y especifica es también muy arcaica, estando más arraigada allá que en el resto de planeta. Lejos de descuidarla o renegar de ella, se cultiva minuciosamente, se custodia con sumo orgullo.
Tenemos pues que la actual burocracia, sobreviviente del pasado en parte, se comporta en forma harto similar a la de antaño, que a su vez heredó los modos y la proverbial cautela de los heliotropos y dignatarios que tan gráficamente Google, Tolstoi y demás grandes escritores clásicos tan certeramente retratan en sus obras.
La atmósfera política que se respira es la misma entonces que circundaba al desprevenido Yeltsin (por eso duró tan poco), y a Putin, su fiel discípulo, que tan bien supo acoplarse y medrar a su sombra, hasta llegar a sucederlo en el mando. Y aventajándolo en todo sentido, como con creces lo ha demostrado y podremos constatarlo en próximas anotaciones.