Dicha opinión es falaz, en la medida en que los migrantes venezolanos lejos de venir a predicar una ideología fracasada vienen huyendo de ella.
Llevo muchos años escuchando que las principales virtudes que deben tener los diplomáticos para ejercer sus funciones deben ser: la prudencia, la elegancia, el adecuado manejo del protocolo, la escritura impecable y un vasto conocimiento universal. El diplomático debe ser preciso, sutil y apegado siempre al marco constitucional y a las leyes (no solo de su país, sino también de aquellos a los cuales visita). Dicho de otro modo, no cualquier puede estar ejerciendo cargos diplomáticos. Se me vienen a la mente: Octavio Paz, Pablo Neruda y Alfonso Reyes, cuando pienso en los perfiles de los diplomáticos latinoamericanos. Ser canciller, cónsul o embajador es uno de los honores más grandes que se le pueden entregar a un hombre, por consiguiente, la búsqueda de ese representante debe ser juiciosa y alejada de coyunturas electorales. El diplomático al hablar representa a todos los colombianos. Las declaraciones del embajador de Colombia ante la OEA me dejaron preocupado, ya que evidencian una gran disminución en esas prácticas-virtudes.
El señor Ordoñez, que vuelve a sorprendernos con sus declaraciones recientes, afirmó que los venezolanos que estaban llegando a Colombia en realidad eran adoctrinadores del socialismo del siglo XXI, que pretendían irradiar con dicha ideología el continente como parte de un orquestado plan (parafraseando a Ordoñez). “Y esa desafortunada y no concertada intervención” (como la llamó el canal Caracol en su edición del 3 de mayo), llevó al canciller Holmes Trujillo a desmentir a Ordoñez en un video muy viral, en el cual indica que los migrantes venezolanos son culpa de “la tiranía de Maduro, de la dictadura de Maduro y del deterioro de las condiciones económicas, políticas y sociales en Venezuela que ha generado esa tiranía” (Holmes, 2019).
Estos dos discursos en la Cancillería son evidencia de falta de coordinación entre las agencias (que espero que sea transitoria). En el primer caso, asegurar que los venezolanos que llegan a Colombia hacen parte de un orquestado plan, no solo es una especulación sin soporte empírico, sino que es criminalizante y estigmatizador contra una población que se encuentra en condición de vulnerabilidad. Dicha opinión es falaz, en la medida en que los migrantes venezolanos lejos de venir a predicar una ideología fracasada vienen huyendo de ella. Los migrantes que escapan de Venezuela vienen con una mano adelante y otra atrás. Algunos llegan con pancartas, pero los mensajes no elogian un proyecto político en particular, sino que piden comida, empleo y acogida. El cartel más diciente lo encontré hace poco tiempo en la avenida Las Vegas, el letrero decía simplemente: “tengo hambre”, en un pliego de papel blanco. Las letras eran muy pequeñas y no estaban repintadas, eran letras flacas perdidas en un pliego amplio, arrugado y sucio.
La primera vez que escuché las declaraciones del señor doctor Ordoñez (como lo llama el canciller Holmes) pensé que se trataba de una ligereza. Quizá un descuido por causa del cansancio. No obstante, al repetir el video, me doy cuenta de que el diplomático lee unas páginas foliadas. Sorpresa, no es una ligereza, no es broma, ni descuido, es una intervención “orquestada”. Decir que los más de un millón doscientos mil ciudadanos venezolanos que han ingresado al país “hacen parte de una agenda global para irradiar el socialismo del siglo XXI”, puede generar un sentimiento mayor de rechazo por dicha población que se encuentra en condiciones muy difíciles, pone al venezolano migrante no como un victima sino como un cómplice del victimario, genera etiquetamientos en contra de un grupo inmenso de seres humanos y produce temor entre los colombianos, temor indispensable para ciertos grupos políticos.