En el fenómeno que llamamos carisma hay mucho de proyección positiva, una nación completa, por espacios de tiempo largo, deposita sobre una persona admiración, amor, determinación, desparpajo, insolencia, bondad, capacidad de decir las cosas de manera rítmica o musical y la llena de esas cualidades que siendo intimas se atribuyen al personaje
Por un mecanismo psicológico, pero de gran contenido social, los seres humanos proyectamos sobre los otros nuestros temores, aversiones o intimas obsesiones. Y este mecanismo funciona tanto para individuos como para comunidades más grandes, naciones enteras y hasta continentes, europeos, africanos, asiáticos y americanos llevamos varios siglos endilgándonos maneras de ser, describiéndonos mutuamente con las peores tintas.
Grupos humanos pequeños que tienen procesos de identidad más o menos complejos siguen, al parecer, reglas inconscientes y reclaman no ser excluidos por determinados factores mientras operan efectivamente como excluyentes, casi siempre radicales, de modos de conducta o de ser diferentes. Grupos de mujeres que se denominan feministas han llegado a extremos de dureza cercanos en su agresividad al machismo que denuncian y lo mismo les sucede a los grupos de identidad por asuntos de raza. Parte del folklor son las disputas entre pueblos o localidades y recuerdo con sorpresa el contacto con wuauanas y negros de Chocó que se acusaban mutuamente de canibalismo. Los “malos” siempre son los otros, pero el mal está tan aherrojado en el alma humana que por ello aflora en la sindicación, la acusación o el insulto.
La proyección en sí misma no es un gran obstáculo cuando se refiere a cosas banales o intrascendentes como el modo de vestirnos o las costumbres al alimentarnos, pero cuando el asunto tiene que ver con las confrontaciones duras que pueden incluir irrupciones armadas sí entramos en un terreno de riesgo. Las guerras se hacen por asuntos de fondo, pero las confrontaciones armadas se inician por asuntos aparentemente banales. En Canarias, antes de la misa dominical, Francisco de Miranda asiste al momento en el cual le arrebatan la manta a su padre quien, a juicio de sus vecinos, mantuanos puros, no podía llevarla en público. Entre nosotros el gesto del florero de Llorente se repite con diabólica rapidez y cómica variedad y son pequeños detalles, apenas gestos, los que desatan tempestades. Acostumbrados como estamos a los insultos más electrizantes ya estos no suenan con fuerza y es el “tonito” lo que nos duele. Aceptamos que nos digan insultos de todo calibre siempre que sea en el contexto, el ritmo y el tono adecuado.
La proyección puede ser un mecanismo de defensa y a esa se la denomina negativa y se la llama como positiva si invita a la consolidación de un personaje sobre el cual se depositan los atributos propios. En el fenómeno que llamamos carisma hay mucho de proyección positiva, una nación completa, por espacios de tiempo largo, deposita sobre una persona admiración, amor, determinación, desparpajo, insolencia, bondad, capacidad de decir las cosas de manera rítmica o musical y la llena de esas cualidades que siendo intimas se atribuyen al personaje.
Uno puede hacer el examen de esos líderes que suman popularidad y aceptación, que mueven la opinión y lideran procesos, después de que su influjo pasa y se examina con detalle el personaje de manera descarnada y escueta y encuentra lo mismo, era un ser común y corriente, sin mayores posibilidades de destacarse pero por razones del momento histórico se convierte en el objeto de la proyección social, anhelos, expectativas que sabe canalizar y redirigir para convertirse en otra figura inesperada y excepcional. Yo he hecho ya el ejercicio con Perón y su esposa Eva, con Hitler, Mussolini o Hugo Chávez; pero también con personajes activos como Bolsonaro o Donald Trump, usted puede hacerlo con otros “magos” de la política o el hampa, están más cerca de nuestro corazón de lo que imaginamos o estamos dispuestos a aceptar.