En un mundo medicalizado el consumo de servicios sanitarios –métodos de diagnóstico y tratamiento- guarda correlación con la capacidad adquisitiva de quien consume, no con su necesidad real
El sistema sanitario de Inglaterra ha puesto su atención en la política de identificación y reducción de procedimientos médicos y quirúrgicos reconocidos como innecesarios, y, además de eso, peligrosos para la salud de quienes los han “consumido”; cabe aquí la palabra “consumidor” pues se trata de servicios de salud que se han convertido en objetos de la moda y de los comportamientos aceptados por las masas. Sabemos que la gente en materias de salud va hacia dónde va Vicente, muchas veces sin querer reflexionar sobre cuestiones incómodas, como el ¿para qué?, y menos ¿a cuál costo?
Hay algunas consideraciones que son pertinentes y actuales. Hace años se ha formulado la “ley de los beneficios inversos”: el acceso a la atención médica de calidad varía en proporción a la necesidad. En un mundo medicalizado el consumo de servicios sanitarios –métodos de diagnóstico y tratamiento- guarda correlación con la capacidad adquisitiva de quien consume, no con su necesidad real. Es una de las paradojas del erróneo entendimiento del concepto “paciente” como “usuario-cliente”. En una dinámica aparentemente imparable de comercialización y de oferta de servicios de salud la demanda es creada y aparece como una ola creciente, con su correspondiente alto costo económico. Al confundir salud con poder de compra o de pago -de modo directo o indirecto- esta ilusión autoalimenta una elevación progresiva de gasto financiero. Enumeremos algunas de las circunstancias sometidas a crítica en el sistema nacional de salud de la Gran Bretaña y entendidas allí como procedimientos innecesarios, algunos son muy conocidos desde hace décadas, otros más nuevos: amigdalectomía, histerectomía, procedimientos con infiltraciones para dolor lumbar, cirugía de párpados, cirugía de hemorroides, procedimientos del túnel carpiano, para ronquido, artroscopias, reducción mamaria, resecciones de lesiones en piel, hombro doloroso…. El problema afecta a diversos campos del quehacer médico, a variadas especialidades, esto en lo que atañe a procesos o intervenciones quirúrgicas. Por otra parte se suman las conocidas críticas –con fuerte fundamento epidemiológico- a temas como el racional uso diagnóstico del Antígeno Prostático Específico y los cuestionamientos -principalmente de autoridades sanitarias en Europa- a la real utilidad en la mamografía para el diagnóstico precoz del cáncer de mama…
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Se vende la salud como una ilusión, como algo exigible por parte de un usuario-cliente ávido de tecnologías, domesticado por un complejo aparato de propaganda y de diseminación de expectativas, temores y necesidades que hacen parte de las estrategias comerciales conocidas como “disease mongering”. Se hace creer a la gente que determinados síntomas son intolerables y que la tecnología actual ofrece fáciles e inocuas soluciones para ellos.
La realidad es más árida: hay riesgos de iatrogenia, hay espiral de gastos de los sistemas sanitarios, hay inequidad en el uso de los recursos. Esto hace parte de situaciones de injusticia y de corrupción. También se presentan desapacibles controversias y diferencias entre los criterios del médico o del terapeuta y las exigencias de su paciente, quien acude a un cuestionable concepto de su propia autonomía (“yo tengo derecho”,” yo conozco”, “yo sé”, “yo deseo”, ”yo pago”, “yo exijo”) cuando en realidad no se cumplen las premisas de la decisión libre: verdadero conocimiento, ausencia de coerción, ejercicio responsable de la voluntad. Es decir, las consecuencias negativas de haber caído en la aberración de una hipertrofia de la autonomía entendida como prevalencia egocéntrica de la voluntad inflada y consumista, del seguimiento ciego y dócil de las modas. A pesar de todo, hay que recordar el sentido y misión de la terapia: Primum non nocere, primero, no hacer daño.
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