No es momento de debilidades, o el presidente endereza el rumbo o se quedará sin gobernabilidad antes de cumplir su primer año, dejándoles el país a los enemigos de la democracia.
La luna de miel que Iván Duque debió tener con los colombianos en sus primeros cien días de gobierno se amargó temprano y podría terminar convertida en una luna de hiel que dure los cuatro años que tiene por delante si no coge el toro por los cuernos y le da al país el timonazo para el que fue elegido. La sensación de tirios y troyanos es la de que este gobierno aún no arranca.
Es cierto que a Duque le han estado cobrando deudas que no son suyas, sobre todo en materia fiscal, dada la situación calamitosa en que Santos dejó las finanzas del país. Pero también lo es que distintas voces le han insistido hasta el cansancio en la necesidad de hacer un claro corte de cuentas, cosa que el presidente se ha negado a hacer por una especie de pudor que le impide usar el ‘retrovisor’.
Además, no son pocos los que se quejan de cierto divorcio entre Duque y las fuerzas que lo eligieron, las cuales no se han visto suficientemente bien representadas en su administración, y de las que se dice que ni siquiera son escuchadas en los altos círculos gubernamentales, bajo la premisa de la vicepresidente Martha Lucía Ramírez de que el Centro Democrático es una cosa y el gobierno, otra.
En ese sentido, el equipo de gobierno de Iván Duque está conformado por una tecnocracia aparentemente meritoria, pero no por la gente que lo eligió. Son la misma casta de las universidades Javeriana y de los Andes que se toman todos los gobiernos como una plaga, pero donde el uribismo brilla por su ausencia. De hecho, a Duque lo eligió Antioquia, pero el antioqueño del gabinete lleva casi medio siglo viviendo en Bogotá. No conoce ni el metro.
Por otra parte, al señor presidente Duque se le pidió cambiar la cúpula militar santista desde el 7 de agosto a las 3 de la tarde, pero al día de hoy no lo ha hecho. Asimismo, se esperaba que arrasara sin piedad con la turbamulta de burócratas que nombró Santos en diversas entidades y en el servicio diplomático, pero ahí están.
Lamentablemente, era fácil de prever la impopularidad que entraña la idea de ponerle IVA a la canasta familiar, sobre todo cuando se intenta tasar en un altísimo 18% sin contar con el suficiente capital político para semejante propuesta. Ni siquiera Uribe, en 2003, logró imponer un IVA de tan solo el 2% a la canasta, a pesar de su inmensa popularidad.
Ese anuncio fue un papayazo insospechado para una horda de opositores azuzados por las Farc, el petrismo y demás fuerzas comunistas, que ya habían iniciado la instrumentalización de los estudiantes, y que abanderando otros movimientos sociales han urdido una estrategia que pretende desgastar y desestabilizar el gobierno de Duque para convertirse en real alternativa de poder para los comicios del 2022. Basta ver que en tres meses del actual gobierno van 348 protestas.
Es muy probable que el doctor Duque se haya equivocado de cabo a rabo al tratar de lucir como un presidente conciliador que no polariza ni polemiza ni se engarza en cuestionamientos con nadie. Eso suena bien, pero tanta tibieza está siendo vista como una falta de enfoque y de bandera, de un objetivo claro para su mandato. Porque ese concepto gaseoso de ‘economía naranja’ no le ha movido la aguja a nadie, y no parece un tema apropiado para Colombia en las actuales circunstancias.
No cabe duda de que no ha sido oportuno que, en un periodo tan crítico, el presidente Duque se haya visto tantas veces en situaciones frívolas, ya reunido con cantantes, tocando guitarra, regalando camisetas de la Selección de fútbol, visitando líderes mundiales o guiando recorridos turísticos por la Casa de Nariño. Eso ha molestado a muchos de sus votantes, quienes consideran que ‘el palo no está para cucharas’.
Y aunque se diga que no está bien gobernar por encuestas, es toda una fatalidad que el presidente se haya desplomado de forma tan pronunciada. Para Invamer, la caída de Duque es un verdadero siniestro aéreo, al pasar la aprobación de su gestión del 53,8% en septiembre a 27,2% en noviembre, llegando la desaprobación al 64,8%.
Duque no puede jugar con candela. Lo elegimos para revertir el desastre de Santos y evitar el fantasma de la venezolanización del país. El hecho de haber roto la relación impúdica con el Congreso —el reparto de mermelada— solo será una anécdota cuando el petrismo esté en el poder. No es momento de debilidades, o endereza el rumbo o se quedará sin gobernabilidad antes de cumplir su primer año y el país les quedará servido en bandeja a los enemigos de la democracia.