Su delicioso libro Práctica médica, entre la fe y la razón (Editorial Artes y Letras, Medellín, agosto de 2019), es un compendio de rigurosa investigación, apegada a los más claros mandatos del historiador cuidadoso; del escritor respetuoso del idioma, y el médico estudioso, racional y humano, que ama y sustenta en cada palabra su dichosa profesión.
Médico, escritor e historiador. Esta trilogía de profesiones, algo escasas en el mundo y más aún en nuestro medio, son las que conjuga en su libro el doctor Diego José Duque Ossa, nuestro actual director general del siempre patrimonio de los antioqueños, el querido Hospital Universitario San Vicente de Paúl. Son muchos y muy destacados los médicos-escritores en la historia de la literatura y de la medicina; baste para ello citar al maestro del cuento moderno, el ruso Antón Chejov (1860-1904) y a su paisano Mijaíl Bulgakov (1891–1940); al inglés Sir Arthur Conan Doyle (1859–1930), a los norteamericanos Oliver Wendell Holmes (1809–1894), Robin Cook (1940- ), Michael Crichton (1942–2008), al poeta norteamericano William Carlos Williams (1883–1963), al novelista afgano Khaled Hosseini (1965– ), al norteamericano Michael Crichton (1874–1965), al estadounidense Walker Percy (1916–1990), al árabe Nawal El Saadawi (1931 – ), al alemán Friedrich Schiller (1759–1805), al austriaco Arthur Schnitzler (1862–1931), a los ingleses Abraham Verghese (1955– ) y John keats (1795—1821), entre un largo etcétera, al cual debemos sumarle colombianos como Jorge Franco Vélez, Héctor Abad Gómez, Emilio Restrepo, Octavio Escobar Giraldo, Hernán Urbina Joiro, entre muchos otros.
Así pues, al feliz matrimonio médico-escritor en el mundo y en Colombia, debemos magistrales trabajos literario en los campos de la novela, el cuento, la poesía y el teatro. A la trilogía médico - historiador - escritor, encarnada en el doctor Diego José Duque Ossa, debemos un delicioso recorrido por la historia médica de Antioquia (1871-1950). Su delicioso libro Práctica médica, entre la fe y la razón (Editorial Artes y Letras, Medellín, agosto de 2019), es un compendio de rigurosa investigación, apegada a los más claros mandatos del historiador cuidadoso; del escritor respetuoso del idioma, y el médico estudioso, racional y humano, que ama y sustenta en cada palabra su dichosa profesión.
El libro, bien editado y no por ello ostentoso, recoge, en 223 páginas, el proceder de generaciones de médicos durante las primeras 8 décadas de práctica en Antioquia, formados en una academia rigurosa que cuidaba con celo de su deontología, enmarcada ella en el ancestral juramento hipocrático. Advierte el texto que antes de 1871, en esta comarca, era oficio de empíricos, comadronas, parteras, curanderos, chamanes y brujos, y que el médico universitario era recurso humano exclusivo de minas explotadas por extranjeros. Igualmente, advierte que en Antioquia, el proceder médico racional, estaba mediado irremediablemente por la fe católica, imposible de eludir en una villa pastoril y clerical.
Jamás he ahorrado calificativos elogiosos hacia la práctica médica, y mucho menos hacia los profesionales de la medicina y afines. Muchos han sido mis pecados de adjetivación a la hora de ponderar la calidad de nuestra medicina, y de nuestros hombres y mujeres que la ejercen. La vanagloria empieza por las calidades de mi hija médica Ana María Guzmán Romero y mi sobrino Jorge Iván España Guzmán, sobresaliente joven de la medicina, formado en la Facultad que regentaba con orgullo mi amigo en vida, el poeta, cronista y novelista Jorge Franco Vélez, padre del inefable Hildebrando.
A este tenor, recuerdo que en uno de mis artículos sobre asuntos de salud (La enfermedad de la salud, EL MUNDO, 25 de Febrero de 2014), escribimos: Hace poco un colega periodista, testigo y cansado del calvario que ha vivido durante los quebrantos de salud de su madre, me aseguraba que “del perverso Sistema de Salud de Colombia, sólo se salva el profesionalismo, la sensibilidad y el calor humano de sus médicos y enfermeras”. En eso estamos en total acuerdo (salvo casos excepcionales, por supuesto), querido amigo: personalmente, he sido afortunado con el trato recibido del personal de salud, cuando lo he requerido, y he gozado del profesionalismo de médicos, médicas y enfermeras. Muy profesional el de aquellos; competente, lleno de sensibilidad y casi permeado de ternura, el de ellas. En conclusión, tenemos recurso humano, pero no Sistema de salud. La crisis se originó en la concepción de mercado que animó a la Ley 100 de 1993, recibida con entusiasmo por muchos en el país, pero que con el transcurrir de los años fue mostrando claramente las torcidas intenciones de quienes importaron el modelo. Los efectos de largo plazo, después de 21(sic) años, son los que estamos viviendo; o mejor, padeciendo: desolación, desesperanza y muerte para muchos colombianos; ostentación y riqueza desmedida para unos pocos.
Alegra ver como el doctor Diego José Duque Ossa, médico de la Universidad Pontificia Bolivariana, con especializaciones de la Universidad de Antioquia en Anestesiología y en Cuidado Crítico de Adultos; Especialista en Gerencia de Servicios de Salud de la universidad EAFIT, Director del Hospital Universitario San Vicente Fundación de Medellín y Director del periódico El Pulso, es un excelente cronista de la historia médica, a más que colega escritor e historiador, y hace grande la profesión de Hipócrates, con su saber y su hacer; la misma de Sir William Osler, el padre de la práctica clínica moderna, y de mi amigo el doctor Ignacio Vélez Escobar, a quien le debemos nuestra Facultad de Medicina y nuestra moderna sede de la Universidad de Antioquia, en la calle Barranquilla.
Felicitaciones al doctor Duque Ossa; felicitaciones a nuestros médicos y paramédicos, referentes de profesionalismo, sensibilidad y calor humano.