El futuro de nuestra Antioquia dependerá en muy buena parte de la ruralidad –con inclusión de proyectos manufactureros-, pues la mediterraneidad del Valle de Aburrá no es un gran atractivo para el resurgimiento de la actividad industrial.
En los años 90 del siglo pasado se presentó un proyecto bautizado como Visión Antioquia Siglo XXI, que fue adornado con un gran titular como reto para el futuro: “En el año 2.020 Antioquia será la mejor esquina de América; justa, pacífica, educada, pujante y en armonía con la naturaleza”. Y el futuro se convirtió en presente, sin que la región se hubiera transformado en ese paraíso prometido. Sin embargo, el norte del departamento es una realidad como productor lácteo, Urabá es cuarto exportador mundial de bananos, el suroeste exporta café verde y algunos pocos kilos de cafés especiales, el oriente se cubrió de polietileno por los cultivos de flores de exportación, y el bajo cauca y el nordeste son los centros de explotación de oro y de plata más importantes, con todos los enormes problemas del sector minero. Todas ellas son producciones que en conjunto participan con aproximadamente el 60% de las exportaciones antioqueñas –quizás un poco más si sumamos exportaciones manufactureras desde el oriente-, quedándose el área metropolitana con la diferencia, la cual, no obstante, podría ser cada día que pasa menos significativa por el estancamiento o retroceso de las empresas exportadoras, especialmente las industriales. Si nos detenemos en un análisis de potencialidades, de posibles nuevas apuestas productivas para exportar, podríamos concluir que el futuro de nuestra Antioquia dependerá en muy buena parte de la ruralidad –con inclusión de proyectos manufactureros-, pues la mediterraneidad del Valle de Aburrá no es un gran atractivo para el resurgimiento de la actividad industrial, y mucho menos para la producción con destino a los mercados internacionales, y por ahora la cuarta revolución industrial es solo un sueño, como lo fue hace tres décadas “la mejor esquina de América”.
Cafés especiales, joyería de oro, frutas procesadas, legumbres y hortalizas frescas y procesadas, confecciones, truchas y tilapias, cacao en grano y chocolates, caucho natural, flores en el norte, mayor producción bananera, agua envasada, carne, y frutas frescas, son algunos de los muchos renglones que encontrarían en el departamento las condiciones más favorables para la producción y exportación, para la vinculación en su desarrollo de capitales nacionales y extranjeros, para la cooperación técnica y económica internacional, para la concepción de programas de empoderamiento económico de mujeres, para la realidad de vinculación laboral o empresarial de los jóvenes antioqueños. Cuando el gobernador Luis Pérez dijo que su administración iba a “pensar en grande”, supuse que, además del tren y del puerto, hablaba de la internacionalización de Antioquia, pues pensar en grande es eso, pensar global, mientras la “orientación hacia adentro” debe quedar reservada para las mentes más parroquiales. Debo reconocer que la gobernación ha invertido en el campo productivo, como, por ejemplo, más de $20.000 millones en plantas de beneficio ganaderas, que en mi época llamábamos mataderos; unos pesos para cultivos de cacao y plátano; intervención en pastos para el ganado; y ha destinado algunos recursos de relativa importancia en asistencia técnica y acompañamiento a los campesinos. Pero ni un solo dólar nuevo se ha generado por exportaciones desde el campo antioqueño, y ni un solo proyecto “de clase mundial” queda para ser promovido y desarrollado en ninguna de las subregiones.
Hay un territorio pequeñísimo en Italia de apenas 3.449 km2, con gran diversidad de actividades agrícolas, comerciales e industriales, que comenzó a ser importante como región después de la derrota de Aníbal y la expulsión de los gálicos de las tierras romanas: Parma. Y lo comparamos con nuestra región, dieciocho veces mayor, pero con similares condiciones productivas, gobernada hace relativamente poco tiempo, por otro Aníbal. A esas coincidencias le agregamos otras como la importancia para ambas regiones de las ganaderías bovina y porcina, la leche, las confecciones, la perfumería, y la agroindustria. Pero también encontramos enormes diferencias, como por ejemplo de población, pues Parma tiene un poco menos habitantes que el municipio de Bello. Antioquia exporta 3.900 millones de euros y Parma 6.462. ¿Podríamos aprender de ellos? Sin embargo, en tamaño y población Antioquia es más parecida a Irlanda, que durante dos siglos y hasta finales de los años 80 del siglo pasado fue uno de los países más pobres de Europa, y hoy es uno de los más ricos del mundo, exportando, por ejemplo, el año anterior, cuatro veces el valor de las exportaciones totales colombianas. ¿Cómo lo lograron Parma e Irlanda? Con mentes globalizadas. ¿Como puede hacerlo Antioquia? Con un gobernador global.