Para hacer espectáculo está hecha la falta de respeto. Por eso los irrespetuosos son felices vociferando.
Andrea Londoño, tan acuciosa siempre, difundió recientemente por WhatsApp una circular de alguna administradora inmobiliaria en la que se informaba a “propietarios y residentes” que dentro de las “consignas” que deben cumplir los señores guardas de la copropiedad estaba aquella de que “toda empleada sin excepción debe ser requisada a la entrada y a la salida…”, precisando además que, si la empleada llevase un paquete, este debía ser “previamente autorizado por el residente del apartamento”.
Y por qué, se preguntaba, ¿no deben ser requisados otras personas en la copropiedad?, ¿qué explica que únicamente las empleadas tengan que someterse a este proceso?
La misma Andrea relata que en el Club Naval de Cartagena hasta el 25 de noviembre de 2016, las niñeras y empleadas domésticas en general no podían ingresar a ese espacio. Una norma discriminatoria que fue suspendida gracias a la denuncia impuesta por una valerosa muchacha (Carmen Cecilia Beltrán) que no aceptó como “natural” ese adefesio.
¿Qué hacía que ellas en particular no pudieran tocar esas instalaciones “privilegiadas”?
Estos detalles discriminatorios que se viven a diario, que alguna gente admite como normales y les hace pensar por ejemplo que todo pobre es sospechoso de algo, que “negro que no la hace a la entrada la hace a la salida”, que “las mujeres son brutas”, que “qué pesar como está de gordita”, que si tengo un hijo “lo prefiero muerto a que sea homosexual”, son el caldo de cultivo en donde se cose la idea perversa de que existen dos tipo de seres humanos: los de primera y los de segunda categoría.
Desde luego, todo discriminador cree que él es de la primera categoría y que el resto, los que él mira por encima del hombro, son los “diferentes”, los de segunda
Es la misma lógica que animó al energúmeno que subió al Cerro Nutibara, cuchillo en mano, y acompañado de un grupito de fanáticos, a bajar la bandera del arco iris porque le parecía inadmisible que ella ondeara en los cielos de su Medellín heterosexual.
Miran por encima del hombro a quienes consideran inferiores, a los otros.
Esos católicos fanáticos y creyentes furibundos que no admiten que alguien pueda ser ateo y lo ven como inferior. Empotrados en las cumbres de sus creencias, asumen al otro como un pobre ignorante. Esos militantes políticos que insultan, discriminan y se burlan de quien no piensa como ellos; esos “sabedores de la moda” que se ríen de la estética de los otros.
En términos conceptuales, puede concluirse que la mirada por encima del hombro desconoce el concepto del respeto.
Byung Chul Han hace una interesante reflexión en su texto El enjambre sobre el significado de la palabra respeto y atribuye a la sociedad digital la erosión de ese concepto.
Explica que la acepción respeto significa “mirar hacia atrás”, es un “mirar de nuevo”, es “la consideración de la distancia”. La distancia distingue el “respetare” del “spectare”.
Rodolfo Díaz Fonseca lo sintetiza así: “Una sociedad sin respeto, sin pathos de la distancia, conduce a la sociedad del escándalo”.
Es cierto. Para hacer espectáculo está hecha la falta de respeto. Por eso los irrespetuosos son felices vociferando. Convierten sus creencias en lo que el mismo Byung Chul Han denomina con acierto como “la razón obscena”.
Recuperar el concepto del respeto es una de las grandes tareas que impone un Proyecto Humanidad.