Suelen surgir arrogantes e impetuosas respuestas como la “¿de qué me hablas viejo?”, como muestra de la más clara petulancia y falta de respeto a un pueblo que exige soluciones a sus múltiples problemas.
Los buenos gobiernos se caracterizan siempre por su cercanía y disponibilidad con la comunidad, estando siempre dispuestos a atender y, fundamentalmente, escuchar el clamor ciudadano, para saber y entender sus necesidades y expectativas. La mayoría de los gobernantes una vez pasa el proceso eleccionario y toman posesión de los cargos para los cuales son elegidos y/o nombrados, se hacen distantes y establecen límites, a pesar de que parezcan estar cerca. Una vez en ejercicio del poder que se les ha encomendado olvidan el compromiso social y ciudadano que han jurado respetar y asumen conductas totalmente ajenas a ese deber y la arrogancia- orgullo personal los invaden de una manera tal que no les permite sino hacer su propio capricho, lo que les recomienda la arrogancia y vanidad que los invade.
No en pocas ocasiones se hace visible el desdén y hasta desprecio con que se asumen ciertos asuntos que son del más sentido y prioritario interés de la comunidad.
Lea también: La pena de muerte y el aborto, preocupantes dilemas sociales
La arrogancia es una conducta considerada como “altanería, soberbia o sentimiento de superioridad ante los demás”, que permite darle rienda suelta a los más extraños comportamientos humanos para demostrar supremacía, mayor liderazgo y cualquier otro tipo de omnisciencia humana que alimenta el ego de quien la padece.
Infortunadamente en nuestro país sufrimos mucho de este tipo de perversos y penosos comportamientos y enfermedades- mentales, tales como el orgullo, la envidia, la arrogancia, la intolerancia y todo tipo de xenofobias, entre muchas otras patologías sicológicas que padece nuestra sociedad, las cuales han afectado y ¡de qué manera¡ el ejercicio gubernamental y la actividad pública, dejando al capricho individual del gobernante- dirigente de turno muchas de las decisiones que por su importancia y significación, debieran ser el resultado de serios y auténticos consensos ciudadanos, pero que a la postre resultan siendo impuestas por este tipo de comportamientos.
Colombia, a pesar de tener un régimen gubernamental de carácter tripartito, esto es, ejecutivo, legislativo y judicial, tiene un marcado acento presidencial, lo que a todas luces es dañino para la democracia, porque esta desigualdad en el equilibrio de poderes, permite, como casi siempre ocurre, que el gobernante de turno- presidente, gobernador o alcalde, según el caso, impongan su voluntad sobre los demás poderes, logrando muchas veces que no se haga lo que el pueblo quiere, lo que indican el deber ser institucional y social, sino su individual y caprichosa forma de gobernar o de entender el compromiso que ha asumido en ejercicio de tales facultades.
Hacerse lejanos, mostrarse malhumorados e incluso soberbios y con ímpetu de verdaderos dictadores, como suele ocurrir en nuestro medio, no es más que la muestra de la falta de personalidad, capacidad y conocimiento para afrontar y resolver las temáticas a su cargo. Con absoluta razón, sobre esta temática, el reconocido columnista Uriel Ortiz Soto, escribió: “La arrogancia del poder es propia de los mandatarios y demás funcionarios que ignoran las normas que rigen la Administración Pública, llevándose por delante la Urbanidad de Carreño, los buenos modales y la cultura ciudadana. Se vuelven petulantes y groseros con sus subalternos y gobernados, como una forma de eludir sus responsabilidades y el desconocimiento que tienen para el ejercicio eficiente de sus cargos, sin darse cuenta que con sus ordinarieces, están alimentando un petardo, que tarde que temprano estallará en contra de sus propios intereses”.
Le puede interesar: Extraña connivencia social y política
Ante la incapacidad de brindar soluciones a los reclamos ciudadanos, suelen surgir arrogantes e impetuosas respuestas como la “¿de qué me hablas viejo?”, como muestra de la más clara petulancia y falta de respeto a un pueblo que exige soluciones a sus múltiples problemas.
Frente a este tipo de comportamientos gubernamentales y ante la incapacidad que se hace evidente de solucionar lo que prometieron resolver y los grandes males que afectan la comunidad, surge como estrategia no sólo la arrogancia, un premeditado distanciamiento, sino también que suele presentarse en estos casos, un actuar populista que recurre al ciudadano raso y/o a las castas sociales de escasos recursos, para tratar de mantener la imagen, prometiendo constituirse en los salvadores de sus dificultades más sentidas, fomentando el asistencialismo o lo que algunos llaman “mermelada”. Ello, en honor a la verdad, es eficaz temporalmente para despertar el ánimo, el entusiasmo y “apoyo ciudadano” entre la gente más humilde; pero en todo caso no es bueno hacia el futuro, porque a pesar de que mantiene la esperanza en las soluciones, no resuelve nada de fondo y los graves males sociales siguen o quedan en proceso de incubación y creciendo, sin que sobre los mismos se brinden o se ejerzan soluciones reales, concretas y definitivas. Pruebas de ello surgen por doquier; por ejemplo, reparten subsidios, grandes anuncios y múltiples esperanzas para resolver el problema del narcotráfico, uno de los padres de los males que agobian a Colombia. Mientras esto pasa, los narcocultivos crecen, la violencia se reproduce cada vez con mayor fuerza y la criminalidad se fortalece, sin que nada ni nadie pueda atajarla.