Una vez más la ficción demuestra ser más eficaz en la búsqueda de la verdad de los hechos que proyectan los políticos y que afectan el corazón desolado de las gentes, que, las verdades posmodernas fabricadas por los grandes medios de comunicación.
Sin remedio la novela de Antonio Caballero tuvo desde el momento de su aparición esa estólida aclamación que no concede el verdadero lector sino los fans políticos que la convirtieron en el ícono de la progresía bogotana, mezcla de nadaísmo tardío y de disfraz para sus rumbas. Recordemos que esos desmanes existenciales fueron los que dejaron sin fuelle ideológico al talento de Enrique Santos Calderón modelo de conducta que el protagonista de Sin remedio parece seguir inconscientemente. A este nivel de información la novela aún puede leerse enmarcándola claro está en ese contexto de aburridos hijos de papá que algunos novelistas latinoamericanos llevaron a cabo con una mayor calidad literaria. Y que en Últimas tardes con Teresa Juan Marsé describió genialmente como la farsa de un grupo de “pijos progre” buscando un “proletario” para acallar su mala conciencia. Con los ojos anegados de las lágrimas que brotan después de vomitar en el inodoro los pijos-progre se preguntan si están ante un dilema o ante un compromiso al cual no podrían responder. Pero no responder a ese dilema es lo propio de un grupo generacional que envejecerá tirando coca y hastío y traicionándose a sí mismos. A través de una experiencia política llevada hasta sus últimas consecuencias como es el incorporarse a la guerrilla en Soñamos que vendrían por el mar, el testimonio de Juan Diego Mejía sobre un grupo maoísta se convierte en incisivas reflexiones estéticas, políticas que hoy sirven para aclarar lo que supuso esa aventura que tampoco terminó bien. En este sentido de reflexión y análisis crítico Víctor Bustamante escribió una excelente novela Amábamos tanto la revolución análisis del ambiente universitario políticamente radicalizado, mezcla de vicio y alcohol en el bostezo de vidas abocadas a hundirse en la lumpenización. En Luisa vuelve y baila novela no ficción –recuérdese al respecto a Emmanuel Carrére- la habilidad narrativa de Rubén Vélez se une a su inteligencia para desmenuzar los hitos de vida de una mujer burguesa destrozada por la polarizada violencia de los años 70, el amargo final de su familia entre ese trasfondo de histérico terrorismo de izquierda que gravita sobre una vida de mujer que no alcanza a escapar de este cerco de estúpidos mesianismos. Preguntas dolorosas y no afirmaciones que justifiquen a los criminales.
Una vez más la ficción demuestra ser más eficaz en la búsqueda de la verdad de los hechos que proyectan los políticos y que afectan el corazón desolado de las gentes, que, las verdades posmodernas fabricadas por los grandes medios de comunicación y por supuesto por esa “literatura” que elogia al criminal a nombre de la Historia y olvida a las víctimas. Lean La guerra y la paz de Tolstoi, lean Vida y destino de Grossman para que dejen de repetir con cara de cretinos(as) a sueldo ese estribillo sin imaginación de “Sí a la Paz y no a la guerra” , una consigna inventada por Stalin, abstracciones a través de las cuales se pretende desconocer el alcance de la justicia como verdad y como reparación: lo que nunca, seguramente, debió esperar Lozada fue encontrarse frente a frente con la valiente mujer que le recordó, como directa testigo, su aberrante condición de violador de niños, acusación frente a la cual el infame respondió que no había venido a escuchar acusaciones sino “planteamiento políticos”, lo cual equivaldría a que el Tribunal de Nuremberg que enjuició al nazismo hubiera eludido la verdadera tarea de la justicia o sea el señalar a los culpables de atrocidades con nombre y apellido para que ni la memoria ni la Historia nunca jamás los olviden.