El derecho a la protesta es fundamental y si no atendemos el clamor de las gentes y seguimos apoyando a los políticos corruptos solo nos queda más de lo mismo
Estamos sintonizados con la destrucción de la Tierra, no tenemos futuro, le arrebatamos a la descendencia casi todo. Limitando derechos al agua, aire limpio y salud también aceptamos el desparpajo violento de ricos y poderosos que no ceden ni la tierra que guardan en las uñas. Y el poder de esa plutocracia grotesca lo administran crapulosos representantes, cómplices, aprobando estrategias criminales, fracking, destrucción de selvas; primero el oro luego imponer cultivos destructivos de la vida y la biodiversidad.
Quienes se presentan como representantes de pobres y oprimidos terminan actuando de manera ruin y traidora frente a las mayorías empobrecidas por siglos de opresión e injusticia. “Tanto nadar para ahogarse en la orilla” es lo que se le puede decir al movimiento insurreccional colombiano, pero la oligarquía depredadora, y todos los partidarios de ella, piensan que se les ha concedido demasiado. No en vano esa oligarquía tiene copados los medios de comunicación y mantiene a la población sometida sus designios. ¿Acaso habrá un mayor absurdo que trabajadores empobrecidos apoyen irrestrictamente a sus verdugos? Son terribles las contradicciones de esta nación atormentada. Algunos sindicatos terminan aliados con los gerentes para, en secreto, vender por unas monedas los derechos de los trabajadores. Vivimos en una nación que hasta las comunidades organizadas y protestando contra el crimen la destrucción de la naturaleza son desconocidas, humilladas y eliminados sus líderes.
Y el incremento de la delincuencia común da lugar a desgarramientos de vestiduras; se les olvida a todos que una miseria impuesta no tiene, a veces, otra respuesta que la desobediencia civil. Millones de desamparados luchan por la sobrevivencia. La desatención es tan grave que la delincuencia se desarrolló y terminó organizándose con los mismos esquemas de los empresarios. Son ahora plutócratas malvados que mandan a los poderes institucionales. Duele decirlo, pero hay que decirlo.
El estado deplorable de la nación no se explica por la pereza de los pobladores es por la falta de oportunidades reales y concretas para los desposeídos de esta tierra cuyos dones, léase agua, luz solar y suelos propicios, han sido acaparados por una minoría, esa también excelsa en el crimen organizado, que se legítima en los cuerpos colegiados, asambleas y concejos municipales y se oculta a la luz del día.
Inédita, única, la nación que repudia un llamado a hacerla humana basándose en la antipatía que genera su líder, precisamente recubierto por la gran prensa con las peores tintas. No ayuda que algunos dirigentes populares copien con exactitud los peores defectos de la élite en el poder. Por ello mismo resulta doloroso presenciar el esfuerzo por estigmatizar a un alzado en armas, hoy apaciguado, por recordar que fue un sacrificio inútil entregarlas. Y ese es el destino trágico en la frustrada organización de los desposeídos en ésta fracción de la Tierra, nunca hubo un bando integrador, se disgregó la rebeldía en grupúsculos. Y el astuto, el hipócrita hizo el mandado, traicionó.
Lo invitamos a leer: Claudicaciones
El derecho a la protesta es fundamental y si no atendemos el clamor de las gentes y seguimos apoyando a los políticos corruptos solo nos queda más de lo mismo: unos miles enriqueciéndose obscenamente y millones ensayando los caminos de la delincuencia sencilla o sistemática, pues si los poderosos no respetan la ley ¿cuál sería la razón para que los excluidos lo hagan?