Ha conocido la naturaleza humana cubriendo 22 conflictos bélicos a lo largo de todo el planeta. Y eso le ha dado una visión implacable de la vida, la historia y la condición humana.
Austero, procaz, lúcido, polémico, incisivo, persistente, audaz, valiente, lector incansable, no dudaría calificarlo como uno de los escritores vivos más importante en lengua española. Hace 15 años miembro de número de la Academia de la Lengua Española. Pero su origen no es la academia, se ha formado como reportero de guerra, primero en el diario Pueblo. Quizás por eso, su rasgo más definido es un sentido de la dignidad y del honor que se ha formado en el campo de batalla, allí la vida se lleva a los límites y en constante presencia de la muerte. Ha conocido la naturaleza humana cubriendo 22 conflictos bélicos a lo largo de todo el planeta. Y eso le ha dado una visión implacable de la vida, la historia y la condición humana.
Me recuerda a otro escritor y poeta, intelectual y guerrero, pero de talante muy diferente, me refiero a Robert Graves. Son antípodas en muchos aspectos, tienen en común el amor a su patria, ambas naciones han sido generadoras de dos imperios descomunales y ellos son conscientes de esa grandeza venida a menos. En su alma la guerra como matriz de la vida y, paradójicamente, rinden culto a la generosidad y la magnanimidad. Robert estaba muy pagado de sus orígenes aristocráticos y tal vez por ello no se hubieran sentado a conversar largamente. Pérez-Reverte, hijo de marineros, hubiera preferido amanecer conversando con Joseph Conrad. Y es que tiene un alma ardiente de corsario, ha perdido por muchos años la noción de la patria y eso le impidió sumergirse en los vericuetos emocionales de la guerra civil española; estaba en otras latitudes, en guerras ajenas, pero eso no le ha impedido escribir una historia de España, subjetiva, personal, intransferible, rasgo de su visión descarnada, lapidaria que no le impide admirar el rasgo más humano, la magnanimidad, esa escasa generosidad que surge en el triunfo frente al valor del contenedor vencido.
Así como conoce la soldadesca sabe apreciar la delicadeza de la infancia y del alma juvenil y por ello ha escrito una saga memorable, las aventuras del Capitán Alatriste. Y su visión de lo femenino se nutre de la contienda, me recuerda a Ramón Sender y no puedo dejar de evocar el papel que a la mujer le concede el propio Robert Graves. Solo almas grandes de guerreros saben reconocer de cierta manera la dimensión de lo femenino y lo saben hacer más allá de retóricas de moda.
No es extraño que quién ha ido al combate sepa valorar la valentía que reside en el alma femenina. La guerra, no lo olvidemos, empezando por la de Troya, se ha originado en especial relación con las mujeres, se la emprende para protegerlas y paradójicamente ellas son las primeras víctimas. Pero mire usted que ahí van como un ejército silencioso que transporta plasma y alimentos para sanar los heridos y alentar a los combatientes. Quizás por ese pasado bélico Arturo ha desarrollado una visión del ser humano implacable, si se lee su Historia de España puede considerarse esta cita su autorretrato: "El ser humano es, ante todo y en líneas generales, un hijo de puta. Luego, ya en detalle, puede ser también otras cosas. Esta frase inicial, que les regalo a ustedes porque es mía, no proviene de libros ni conversaciones de barra de bar, sino de una certeza visual propia, empírica, ilustrada de primera mano allí donde los hijos de puta suelen mostrarse en todo su esplendor. Una impresión precoz, casi juvenil, que los años y la experiencia han acabado convirtiendo en absoluta certeza”.