Por estos días aciagos ¡todo se vino abajo! y la pandemia abunda en entregar nuevas lecciones y en brindar nuevos aprendizajes.
Federico Vélez, un amigo entrañable, es el fundador, líder y miembro único de un grupo – “los Panclastas” - con el que ha soñado, desde niño, tomarse el poder del mundo.
Mi amigo ha de haber sido impactado, muy tempranamente, por la presencia magnífica y el tono altanero del escritor Vicente Rojas Lizcano (1879) quien hizo célebre su seudónimo de Biófilo Panclasta, o tal vez encontró en alguna enciclopedia, en esos ejercicios curiosos de su primera infancia, el término “iconoclasta”: “Quien destruye ídolos, pinturas, esculturas sagradas, íconos” y decidió hacerle una variación.
Federico, que es creativo y siempre va “más allá”, se apropió del prefijo “pan” procedente del griego y que significa todo o totalidad, para asumir la causa de destruirlo todo: íconos, conceptos, verdades. Eso significa panclasta.
Es muy explicable que la causa de Federico no abunde en adeptos. A las gentes les gusta más que alguien o algo, por fuera de ellos, sea quien les garantice el orden de sus vidas: Un dirigente, un sacerdote, un dios, un modelo económico, una verdad inmutable, un ícono.
Pero, por estos días aciagos ¡todo se vino abajo! y la pandemia abunda en entregar nuevas lecciones y en brindar nuevos aprendizajes.
No, no vivíamos en un mundo inmutable. Las verdades “construidas” a sangre y fuego por el neoliberalismo, no eran verdades; la felicidad no se puede comprar; la vida no transcurre en línea recta. Más aún, esto iba a colapsar de todas maneras, sin la presencia repentina y devastadora del covid-19, cuya función ha sido más bien la de acelerar ese proceso.
Todas aquellas deidades adoradas, todos esos axiomas establecidos, todos esos modelos diseñados, todos esos datos calculados, todos esos algoritmos ingeniados, ingresaron en una fase de decadencia y de autodestrucción que, se ve venir, es imparable.
Eran ídolos con pies de barro: frágiles, efímeros.
Esta pandemia nos ha permitido entender en tiempo real una premisa que se agitaba en medios académicos, pero que era difícil de asimilar: “La teoría del caos”.
Acostumbrados a las prácticas de la causalidad, a los flujos lineales, a las certezas estadísticas, el caos se nos antojaba un ejercicio especulativo sin asidero práctico.
Felipe Rojas Toro, otro amigo entrañable, escribió hace muy pocos días un texto francamente inteligente. Lo tituló El efecto murciélago parafraseando al célebre Efecto mariposa de Edward Lorenz. En él plantea:
“Iniciamos una era en donde la incertidumbre y el caos será el verdadero ordenamiento y por eso unos lo verán como algo no lineal o amorfo y otros como lo más lineal de la naturaleza, en la medida en que es lo único que persiste totalmente”.
“De aquí en adelante los conceptos en los que se fundamentó la ‘Estrategia’, cambian, adquieren nuevos valores, nuevas variables, nuevas maneras de ver las cosas. Debemos aprender a entender la dinámica de la incertidumbre, debemos aprender a maniobrar en tiempo real bajo condiciones no determinísticas, maniobrar a través de la información en tiempo real, para tomar decisiones nunca definitivas, porque pueden sutilmente auto-organizarse frente a las variaciones del sistema”.
Tenemos que entender pues que el caos seguirá ahí. Nunca se ha ido. Eso explica su lúcida conclusión: “El orden, como sistema que fluye linealmente, no es sostenible ni susceptible de replicarse para nuestro beneficio”